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Una vida de esclavitud en el seno de la rica Suiza

Lavar y planchar formaban parte de las tareas cotidianas, no remuneradas, de Lina Zingg. RDB

Lina Zingg fue sirvienta, cocinera y niñera, de manera involuntaria y a lo largo de más de 50 años. La suya es una historia de esclavitud en un medio burgués.

“El 26 de enero de 2011, Lina Zingg es liberada de sus ataduras. Había servido durante 53 años a una sola y misma patrona. Trabajó como criada en una casa privada sin gozar de ningún día de descanso, sin vacaciones y ni siquiera salario. Incluso fue víctima de abusos y de maltrato. Su calvario duró todos esos años con la bendición de las autoridades tutelares”.

Con estas palabras comienza el libro ‘Unter Vormundschaft. Das gestohlene Leben der Lina Zingg (‘Bajo tutela. La vida robada de Lina Zingg), escrito por la periodista Lisbeth Herger. Es un libro abrumador, un libro que estremece, porque la historia de Lina Zingg no fue inventada, es real. Y debido a que tuvo lugar entre nosotros, una primera vez en el Valle del Rin, y luego en Zúrich. Porque nadie intervino. Porque nadie advirtió nada, o nada quiso advertir. Porque la patrona era tan poderosa, tan elocuente, tan convincente. En contraste, Lina Zingg -nombre ficticio-, era débil. Sí, incluso estúpida. Al menos eso es lo que hacen creer.

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La historia de Lina Zingg es un caso extremo. Habría podido y habría debido ser de otra manera. Pero también ilustra el patrón histórico de la psiquiatría y de la tutela en Suiza.

Esquizofrenia: un diagnóstico que cambia la vida de Lina Zingg. El médico de familia sospecha la presencia de esa enfermedad cuando la chica tiene 18 años, en 1958, y la envía al hospital psiquiátrico de Wil, en el cantón de San Gallen. Invoca entonces “síntomas tales como delirios y voces imaginarias”, señala el libro.

Durante la entrevista de admisión, Lina niega “claramente” esos síntomas que “nunca serán observados” más tarde. En el manicomio o asilo, como los lugareños denominan la clínica psiquiátrica, las alucinaciones son “claramente mencionadas como síntomas desaparecidos, e incluso se lamenta un poco su ausencia porque va en contra de la unicidad del diagnóstico”.

El delito de Lina Zingg: una noche en la cama de un menor de edad, alcoholizada. Atrapada, es llevada a la comisaría y luego al médico de familia. “Eso tiene sentido en el mundo católico-campesino de la década de 1950”, escribe Lisbeth Herger. “En ese momento hay mucho más en juego que el bienestar de una joven. Se trata de la conducta de una mujer y de un eventual embarazo”.

Agotada, vacía, confusa

Nadie se interesa realmente en lo que sucedía a Lina Zingg. Estaba agotada, vacía. Después de la muerte de su madre, Lina asume durante años la responsabilidad de su padre, un agricultor colérico, de sus hermanos y del hogar. Todo ello, además de su trabajo en la fábrica para llevar dinero a casa. Sufría de insomnio, no quería comer ni beber, estaba constantemente fatigada y cada vez más errática y confusa.

Actualmente, supone Lisbeth Herger, se hablaría de una depresión por agotamiento. Eventualmente, de una psicosis postraumática en una adolescente que no logró hacer frente a la pérdida temprana de su madre y de dos de sus hermanas, y que tuvo que trabajar muy duro en un clima emocionalmente difícil.

Los psiquiatras de Wil plantean un diagnóstico definitivo de esquizofrenia “totalmente compatible con el diagnóstico de esquizofrenia delirante en ese tiempo”, anota Lisbeth Herger. Y eso no es todo: a la paciente, físicamente saludable, también se le diagnostica un ligero retraso. En resumen, Lina Zingg es considerada una idiota. Los médicos prescriben una “terapia de choque” con insulina y fármacos psicotrópicos. Después de ocho meses en la clínica, la joven es colocada en una institución en la región del Valle del Rin. Las autoridades habían retirado la autoridad parental a su violento padre.

Según la historiadora Marietta Meier, quien escribió una tesis de habilitación sobre la psicocirugía de la posguerra, los psiquiatras estaban “fácilmente dispuestos” a diagnosticar una deficiencia mental en esa época. En cuanto a la esquizofrenia, su opinión difiere de la de Lisbeth Herger: “No se trata de disculpar nada, pero desde una perspectiva contemporánea, Lina Zingg presentaba efectivamente síntomas que podían sugerir esquizofrenia. No podemos hablar de un diagnóstico completamente insensato”.

Las “ausencias” o las “respuestas fuera de lugar” descritas en el libro, particularmente durante tareas domésticas como el planchado, son típicas de esta enfermedad. “En ese momento se daba ese tipo de diagnóstico a las personas que presentaban esos síntomas”, dice Marietta Meier. Para la investigadora, los esfuerzos psiquiátricos por “evitar que la paciente vuelva a su entorno original y en lugar de ello, sea colocada en un sitio en el que, en su opinión, sea mejor tratada”, son también característicos de esa época.

En el caso de Lina Zingg, será la familia de los músicos Gauck y sus siete hijos. Lina Zingg será a la vez la sirvienta, cocinera y niñera. Al principio se siente fascinada por su nueva vida. Todo es diferente de su casa, el lugar es más grande, más bonito, más limpio. Para ella, habituada a la estrechez, no es un gran problema no tener una habitación propia. “Además, es la primera en levantarse por la mañana y la última en irse a la cama, el sofá del salón le resulta suficiente”, precisa el libro.

Lina Zingg corresponde de manera exacta a los deseos de sus señores: se aplica, es trabajadora y dócil. El jefe de la casa no tarda en abusar de ella, con la bendición de su esposa. Abusos que durarán hasta que los esposos Gauck se divorcian, casi 15 años después. Lina Zingg se entera, después de su liberación en 2011 – a la edad de 71 años – de que comparte su experiencia de maltrato “con todas las jóvenes domésticas víctimas de maltratos y abusos por parte de sus patrones o los hijos de estos, que se otorgan, por así decirlo, un derecho patriarcal”, anota Lisbeth Herger.

La dueña de la casa se hace cada año un poco más malvada. Desde el principio, utiliza todos los medios para romper radicalmente los lazos de la muchacha con su familia original. Quiere evitar a cualquier precio la pérdida de esa preciosa y barata ayuda doméstica. Maria Gauck – también un seudónimo – no paga ningún salario durante décadas a Lina Zaugg. ¿Días de descanso o de vacaciones? Inexistentes. Ni siquiera después de la mudanza del Valle del Rin a Zúrich, donde la mujer se casa por segunda vez.

En su nuevo lugar de residencia, Lina Zaugg tampoco tendrá habitación propia. Duerme en el hueco de un ascensor abandonado. Cada vez es más controlada por su patrona, sufre continuos chantajes, amenazas. Cuando no obedece le llueven los golpes. Pero Lina Zingg obedece la mayor parte del tiempo. Su voluntad es quebrantada lenta, pero inexorablemente. En una ocasión escribe a su familia: “Además de mí, la señora Gauck tiene también un nuevo secretario llamado Simon”. Simon es en realidad el nuevo esposo de Maria Gauck. La familia de Lina se alarma de ver hasta qué punto la joven se considera como posesión de su patrona. Y, sin embargo, durante todos esos años, sus allegados no pueden hacer nada para poner fin a su calvario.

Una y otra vez, su hermano Werner Zingg y Emma, la esposa de este, tratan de ponerse en contacto con Lina o con su patrona, de alertar a las autoridades tutelares. Pero es inútil. Psicóloga autoproclamada, Maria Gauck tiene argumentos demasiado convincentes. Su mucama es extremadamente inestable y difícil de manejar, es maníaco-depresiva, asegura. Las autoridades y los psiquiatras le creen.

Años más tarde, Gauck hace acudir a la casa a un amigo médico que diagnostica otra enfermedad a Lina Zaugg: diabetes. Eso le permite privarla sistemáticamente de comida. A veces Lina Zingg debe contentarse con pan y agua. Después de que las autoridades la liberan, se entera de lo que tiene realmente: nada. No es posible que haya tenido algún día esa enfermedad, dicen los médicos. Cuando hay diabetes, no desaparece de un día para el otro. Como primera comida después de su liberación, Lina Zaugg elige un pastel de zanahoria “con una montaña de crema batida”.

“Lo que la señora Gauck hizo sufrir a Lina Zingg es también monstruoso desde el punto de vista de la investigadora que soy”, afirma la historiadora Marietta Meier. “Además de eso, la patrona también manipuló, engañó e hizo dóciles a muchos otros”. Entre ellos, las autoridades tutelares del Valle del Rin y de Zúrich. En primer lugar, Gauck, Kobelt desde su segundo matrimonio, logró convencer a las autoridades de la comuna de cederle la tutela de Lina Zingg.  Luego arguyó incapacidad de discernimiento en la muchacha.

Por último, se las arregló para embolsarse dinero del Estado alegando que su doméstica era en realidad una paciente a la que había que cuidar. “Por supuesto, llama la atención que las autoridades no hayan advertido nada o no hayan querido advertir nada”, afirma Marietta Meier. “Pero no me sorprende. En primer lugar, porque las autoridades tutelares no estaban profesionalizadas en las pequeñas comunas en ese entonces. Con frecuencia, los tutores no tomaban en serio su deber. En segundo lugar, todos los casos de tutela que funcionan sin problemas, como el de Lina, son buenos casos”. Eso ahorra tiempo y dinero.

Un mundo totalitario

En un momento dado, ya no queda nada de la mujer que una vez “tanto quiso la abolición de la tutela”. La señora Kobelt aisló demasiado a Lina Zingg del mundo real. La amenazó con su agresivo padre, con la policía, la clínica y la idea de “revelar al mundo las cochinadas que había hecho con el señor Gauck”. Por otra parte, la víctima no tenía ningún horizonte, ningún tiempo libre que hubiera podido ayudarla a salir. “No tiene vida al exterior, vive en un sistema totalitario hecho de violencia cotidiana”, escribe la autora. “Reacciona por una parte hundiéndose en la parálisis y, por otra, haciendo abstracción de su experiencia”.

Su apariencia cambia, se torna pálida, delgada, hirsuta. Casi no habla. No porque no quiera, sino porque no tiene derecho. La estrategia de comunicación de su patrona es tan exitosa que incluso la periodista Lisbeth Herger la resiente todavía al llevar a cabo sus primeras conversaciones con Lina Zingg casi un año después de su liberación. Prácticamente no responde a las preguntas, más bien habla de lo que le pasa por la mente en ese momento, cambia bruscamente de tema, salta hacia adelante y hacia atrás en su biografía. “Hablaba como uno piensa, sin nombres, sin lugares”, afirma Lisbeth Herger. “Había olvidado desde hacía tiempo cómo se desarrolla un diálogo”. Es la historia de una vida robada la que la periodista cuenta y defiende. Robada por una patrona malvada y dominante, que también se enriqueció a costa de Lina Zingg. Robada por las autoridades del Valle del Rin y de Zúrich, que en 53 años casi nunca se tomaron la molestia de encontrar en persona a la chica.

Los pretendidos informes fueron regularmente efectuados, pero la mayoría de las veces luego de consultar a la señora Kobelt. La autoridad tutelar – denominada actualmente Autoridad Tutelar de Protección de la Infancia y de los Adultos – fracasó en su misión. De hecho, solamente intervino cuando las hijas de Glauck reportaron el caso. A ellas también les tomó años reconocer el abuso sistemático. También ellas estaban “prisioneras en la red de intriga y manipulación”, según Lisbeth Herger.

¿Y Lina Zingg? Tenía una “dependencia existencial y estaba amenazada por su patrona”, señala Meier Marietta. Para determinar si habría sido capaz de defenderse a sí misma y si debería haberlo hecho, debemos considerar el caso desde una perspectiva histórica. Una cosa está clara: Lina Zingg era consciente de su dependencia total. Poco después de su liberación por las autoridades, declaró: “Si esto hubiera continuado, quizá muy pronto ya no habría habido Lina”.

Ein Leben als Sklavin in der reichen Schweiz Enlace externo(Versión original publicada por el Tages Anzeiger en alemán)

Traducido del francés por Marcela Águila Rubín

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