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Cuando el agua se convierte en una maldición

Peligro: las fuentes contaminadas están marcadas de color rojo. swissinfo/SRI

A pesar de ser más abundante que en la mayoría de los países del mundo, el agua es también una plaga para Bangladesh.

Inundaciones, contaminaciones y arsénico son el precio que tiene que pagar por una tierra generosamente regada por las aguas, por la pobreza y por el subsuelo poroso.

Con excepción de las colinas del este y las montañas del noroeste, el territorio de Bangladesh no es más que un inmenso delta, el más grande del mundo después del Amazonas.

Por centenares de kilómetros, los ríos Ganges, Brahmaputra, Mega y sus afluyentes serpentean hasta el infinito en una tierra donde el nivel medio no supera más que unos metros el nivel del mar.

Es la primera maldición que sufre la “Bengala dorada”: las crecidas de los ríos y los monzones inundan regularmente gran parte del país, que es además uno de los más densamente poblados del planeta.

De esta manera, Bangladesh tiene el triste privilegio de aparecer en las posiciones 1, 3 y 18 del prestigioso informe Sigma sobre las 40 catástrofes más desastrosas desde 1970.

Precisamente, en noviembre de 1970, las tempestades e inundaciones causaron la muerte de 300 mil personas en un estado que se llama todavía Pakistán Oriental. En mayo de 1985 y en abril de 1991, los ciclones causaron de nuevo, respectivamente, ¡10 mil y 138 mil víctimas!

La plaga de las epidemias

Cuando no mata de esta manera, el agua puede manifestarse igualmente como un terrible veneno a causa de su estado sanitario, a menudo dudoso.

En un país donde más del 60% de la población no tiene ningún acceso a algo que pudiera parecerse a sanitarios, las aguas de superficie transportan casi todas las enfermedades.

Un informe del Banco Mundial considera que hasta en los años setenta, cerca de 250 mil niños bengalíes morían cada año a causa de epidemias propagadas por el agua.

“El agua del diablo”

Fue entonces cuando surgió la idea de perforar pozos. En cuanto obtuvo su independencia (1971), el país se transformó en un amplio campo de perforaciones, apadrinados por organizaciones internacionales.

En aquella época, nadie se preocupó de la sabiduría popular que califica al agua del subsuelo como “agua del diablo”.

Solamente la UNICEF financió 900 mil pozos tubulares, los mismos que las ONG pintan hoy día de rojo… y muy raramente de verde.
Y esa agencia de las Naciones Unidas no es la única dedicada a esta tarea. A falta de legislación sobre aguas subterráneas y de cualquier censo, nadie sabe exactamente cuántos de esos pozos existen en Bangladesh. Los cálculos hablan de 7 millones a 11 millones.

Un subsuelo como una esponja

Es cierto que la solución era tentadora. Formado por aluviones de sus grandes ríos que no cesan de abrirse un camino desde hace millones de años, Bangladesh dispone de un subsuelo comparable a una verdadera esponja embebida de agua.

Eso era sin contar con el arsénico. Actualmente, todo el mundo parece estar de acuerdo en admitir que el veneno es de origen natural. Se supone que llega con las aguas de los ríos provenientes del Himalaya y reposaría desde siempre en capas de aluviones.

La complejidad de estas capas explica, por otro lado, que las concentraciones de arsénico pueden variar considerablemente de un pozo al otro.

Cuestión de profundidad

De manera general, cuando se tiene un pozo de más de 20 metros, el agua que se obtiene es sana. Proviene de la lluvia o de capas que se deslizan muy rápidamente antes de que puedan impregnarse de arsénico.

Los pozos más profundos (un centenar de metros) tampoco presentan normalmente problemas. Los depósitos son suficientemente antiguos para haber sido liberados de su veneno.

La zona de riesgos parece situarse entre esas dos profundidades. Pero nada es completamente seguro en este terreno y las excepciones a la regla son muchísimas.

Más pozos

Una de las soluciones propuestas consiste en cavar otro tipo de pozos, los llamados pozos de Artois. Más largos que el pozo tubular, permiten recolectar agua a través de un cubo en lugar de bombearla. En principio, el arsénico se deposita en el fondo en lugar de ser aspirado por la bomba.

En la región de la que se ocupa la Cruz Roja Suiza, el experto en cavar pozos viene del norte del país. En los alrededores de Nagaskanda, en efecto, ese conocimiento estaba muy extendido hace 30 años, pero después se ha perdido.

Con un equipo de cinco personas, Kalu no tarda más de dos o tres días en cavar un pozo. “Este trabajo es peligroso, pero hasta ahora hemos tenido mucha suerte”, explica este hombrecito de ojos vivos y de gestos precisos.

Para sus necesidades, Kalu y sus hombres reciben, además del alimento y alojamiento, el equivalente de 2,5 francos suizos.

Es decir que la mano de obra cuesta entre 25 y 40 francos suizos. Pero si se le añade el precio de los materiales, se constata que sin la ayuda exterior, la perforación de los pozos no está al alcance de la mayoría de las comunidades de las aldeas.

En Bangladesh, en efecto, uno de los países más pobres del mundo, la renta mensual por habitante no supera los 40 francos.

swissinfo, Marc-André Miserez, de regreso de Bangladesh
(Traducción: Mariángeles Helfer)

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