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Cuatro años en Perú marcaron su siglo de vida

Martha Heiniger con Christian Burri, uno de sus mejores amigos. swissinfo.ch

Cuatro años de la larga vida de Martha Heiniger transcurrieron en Perú y la marcaron para siempre: habla español con fluidez y mantiene contacto con los 'hijos' que dejó en ese país.

¿Cómo conoce esta casa? La anciana, que acaba de cumplir 100 años, no espera las preguntas, ella las formula con apertura y espontaneidad.

“Es muy comunicativa, creo que el tiempo que pasó en Perú la ha marcado”, dice Christian Burri, conserje de la residencia de ancianos Mattenhof, en Berna, donde Martha Heiniger es la mayor de los 40 residentes.

Cuando se le pide posar para una foto con la mejor de sus amigas, la anciana toma del brazo a Burri y dice “con él, Christian es mi mejor amigo”. Pero no el único, pues ella se lleva bien con todos y se mueve por toda la residencia, tanto que no fue fácil ubicarla para la entrevista.

Vivos recuerdos de los Andes y la selva peruana

Sus palabras en español fluyen sin problemas: “Tenía 50 años cuando llegué a Lima. Viajé en barco y no recuerdo cuánto costó el pasaje. Pero fue un viaje maravilloso, el cielo y el mar eran azules, sólo después del Canal de Panamá hubo mucha niebla”.

Viajaba a un país, a un continente desconocido para ella, pero en ningún momento tuvo dudas o temores. “Conocía a muchos miembros de la Misión Suiza-Indígena (SIM) que trabajan en Perú, me alegraba hacer realidad mi sueño de niña, ser misionera, y sobre todo, confiaba en Dios”.

Martha es la segunda de ocho hijos de un predicador de Murten. Y es la única sobreviviente de todos. Nunca se casó, tampoco tuvo hijos. Pero la soledad no es un sentimento que la acosa.

A su reciente fiesta de cumpleaños, todo un acontecimiento en la residencia Mattenhof, acudieron sus parientes, que siempre la visitan y apoyan financieramente. Y también recibió cartas y casetes de sus ‘hijos peruanos’.

‘Madre’ de niños pobres y maltratados

«Como misionera me hice cargo de tres niños y una niña peruana. Eran muy pobres, unos huérfanos y otros maltratados por sus padres. Un día vino un padre y me preguntó si podía quedarme con sus dos hijos. La madre de los niños había muerto y ellos no estaban contentos con la nueva esposa del padre”.

Los niños tenían entre 3 y 5 años cuando Martha estaba en la Misión Suiza-Indígena. Hoy, 50 años después, el contacto sigue tan fuerte como antes, aun cuando uno de los ‘hijos’ vive en los Estados Unidos. «Hasta el año pasado llamaban por teléfono, pero ya no escucho bien. Ahora me escriben, pero tampoco puedo ver bien”.

Las deficiencias visuales y auditivas son los únicos problemas físicos de Martha. « Pero éstas son sólo una prueba de Dios para ver cómo podemos enfrentar tiempos desagradables», manifiesta esta creyente convencida.

Dios, afirma, también tuvo que ver con la transformación de uno de sus hijos. «Cuando regresé a Suiza me escribió que no quería saber nada más con la religión, que sólo quería tener una profesión. Yo le envié muchas cartas, pero el no respondió».

Sabe compartir y es considerada con otros ancianos

Un día, muchos años después, recibíó una carta de ese hijo. El contaba que de nuevo se había entregado a Dios, que trabajaba con su esposa en la Iglesia Evangélica para ayudar a otros pobres y enfermos y le pedía perdón a Martha por haber cortado el contacto,

«Moisés es uno de sus ‘hijos’ peruanos que más le escriben », confirma Burri. «Es impresionante que la gente de allá no le haya olvidado». Y es que ello también tiene que ver con la personalidad de Martha.

«Comparte siempre lo que tiene, sobre todo las muñecas y las manualidades que hace. Es perseverante, muy simpática y considerada con los otros ancianos. Los visita todas las mañanas y las noches para saludarlos, está muy bien integrada. Con seguridad, su tiempo en Perú la ha marcado », dice Burri de esta anciana que se desplaza con ayuda de un andador.

Tan pronto como Martha llegó a Perú se dirigó a Huariaca, un pueblito enclavado en el departamento minero de Cerro de Pasco, a más de 3.000 metros de altura. Allí pasó tres años que pudieron haber sido más si no fuera por la altitud, que afectó su salud.

Una suiza entre aguarunas

“Regresé a Suiza y el médico me dijo que tenía que ir a otro lugar si quería mejorar la inflamación que tenía en uno de mis ojos. Por eso decidí ir a Cashibo, un pueblito ubicado a 7 kilómetros de Pucallpa, en plena selva amazónica».

En Cashibo, la suiza convivió casi un año con el grupo indígena Aguaruna. “Era gente muy amable, creía en el Señor, pero también en los espíritus. Tanto en Cashibo como en Huariaca había mucha pobreza. En la selva hay frutas, la gente cría gallinas en sus casas y come yuca ; en la sierra crían cuyes y comen papas. Más no tienen».

Con la gente tuve buena relación, dice Martha, que en Suiza había seguido cursos de enfermería pediátrica, “una profesión que no existe más, ahora se tiene que estudiar más tiempo”, cuenta nuestra interlocutota, quien al regresar a Suiza se dedicó a divulgar el trabajo de la SIM en Suiza, Alemania, Polonia, Checoslovaquia y Bulgaria.

Años después regresó al Perú varias veces y por breves temporadas, para actualizar su información sobre la SIM y por unas semanas visitó los colegios de la Misión en Bolivia. Nunca más viajó por barco. “También me gusta volar en avión, en realidad me gusta viajar, cuanto más lejos, mejor”.

Después de cierto tiempo, la anciana empieza a hablar en alemán. “Perú es un país muy bello. Hay muchos ricos, pero todavía mucho más pobres”. A las 11.30 en punto vienen a buscarla para llevarla a comer. Se despide con un abrazo y aclara: “todavía tengo mucho que contar”.

swissinfo, Rosa Amelia Fierro

La Misión Suiza Indígena (SIM) existe en Suiza desde 1956.

Es una alianza evangélica mundial.

Está apoyada por comunidades de iglesias, iglesias libres, comunidades y amigos del campo Evangélico.

En Latinoamérica está presente en Perú, Bolivia y Colombia.

Esta residencia está integrada a la Comunidad Bautista Evangélica.
Suiza es uno de los países con más longevos.

La esperanza de vida para las mujeres es de 82,8 años y la de los hombres, 77,2, según la Oficina Federal de la Estadística.

La esperanza de vida de las suizas sólo es superada por la de las japonesas, conuna media de 84,6 años.

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