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“Me siento muy en casa en el tango”

Michael Zisman, un mago del bandoneón. © José Fuertes

Por sus venas corre sangre suiza y argentina. Y la música rioplatense le acompaña desde la cuna.

Para Michael Zisman el tango y el bandoneón siempre han sido “una conexión con una mitad mía muy importante”, un puente entre su Berna natal y su “patria lejana”.

Nació en Berna, lejos de la cuna del tango, pero la distancia geográfica de ese ‘Mi Buenos Aires querido’ que cantaba Gardel no fue un obstáculo para que este bandoneonista descubriera muy pronto su vocación. Lleva casi tres lustros encima de los escenarios, y a sus 25 años, ha cosechado muchos éxitos y elogios.

Según palabras textuales del maestro Leopoldo Federico, una de las leyendas vivas del género, “Michael es el futuro del tango, digno heredero de nuestra música”. Y Roberto Goyeneche, apodado ‘El Polaco’ (1926-1994), una de las voces emblemáticas del tango, quedó tan impresionado por su talento que exclamó en el más castizo español porteño: “¡Este pibe es Piazzola, es Mozart…!”

Al compás del ‘dos por cuatro’

El sonido del bandoneón, indisolublemente unido a la historia de la música rioplatense, le acompaña desde niño. Hijo de un argentino y de una suiza, Michael Zisman creció al compás del ‘dos por cuatro’. “En mi casa se escuchaba tango todo el día y siempre me gustó mucho esa música”, asegura.

Su primer contacto con el bandoneón se remonta a su infancia, cuando su padre, el violinista Daniel Zisman, fundó ‘Tango7’, un exitoso septeto formado por músicos argentinos. “Fue ahí que vi por primera vez ese instrumento y supe que eso era lo que quería hacer, que ése era mi instrumento”. Y el tiempo le ha dado la razón.

A los ocho años de edad se inició en el bandoneón con Daniel Binelli, integrante de ‘Tango7’, y a los once pisó por primera vez un escenario como invitado sorpresa en un concierto que ofrecieron dos consagradas figuras del tango. “Leopoldo Federico era – y sigue siendo – mi gran ídolo. Vino a tocar a Ginebra con el pianista Atilio Stampone, también muy famoso, y un quinteto. Y se le ocurrió hacerme subir al escenario para tocar el ‘bis’ junto al grupo”.

Pese a su corta edad, no sintió miedo escénico. “No, estaba ansioso por tocar, porque yo – desde que me acuerdo – no tengo miedo de subir a un escenario. Son muy raras las veces que siento un poco de nervios”.

Es más: esta experiencia inolvidable, que recordará siempre “con mucho respeto y cariño”, le marcó profundamente y fue determinante “para que yo emprendiera el camino del bandoneón en serio”.

De tal palo, tal astilla

La influencia de su padre Daniel Zisman, violinista, compositor y director, con el que ha grabado varios discos y toca en varias formaciones – ‘676 Nuevo Tango’ y el dúo ‘Tango2’ – ha sido fundamental en su crecimiento musical y en su carrera.

“Mi padre fue y sigue siendo el maestro más importante. Yo nunca tuve el problema por ser el hijo de un gran músico; al revés. Gracias a mi padre, desde muy chiquito pude tocar con músicos profesionales de alto nivel y esto es una ventaja tremenda”, acota. “Cuanto mejores los músicos con los que uno toca, más rápido uno avanza. Yo aprendí mucho y muy rápido con él y con colegas suyos, y eso es muy valioso”.

Tampoco escatima elogios para su madre, figura clave en lo que él llama “el negocio familiar”. Además de organizar los conciertos, se ocupa de “toda esa cantidad de cosas que a nosotros, los músicos – tanto yo como mi papá – nos cuestan bastante”, reconoce. “Ella siempre está detrás de lo nuestro, nos da un grandísimo apoyo y se lo agradecemos mucho”.

Viaje al encuentro de sus raíces

Por las venas de este joven artista corre sangre argentina y helvética. Para él el bandoneón, que cruzó el Océano Atlántico en los baúles de aquellos inmigrantes alemanes que llegaron a la región del Río de la Plata hacia 1900, representa mucho más que un instrumento. De la mano del bandoneón emprendió el viaje al encuentro de sus raíces buscando tender un puente entre su Berna natal y su añorado Buenos Aires.

“El tango, el bandoneón, siempre fue como una conexión con mi patria lejana, una conexión con una mitad mía muy importante, como un pedazo de Argentina que yo podía vivir acá”. Como dijo Ernesto Sábato, “el tango es la expresión del alma porteña” y Michael Zisman lo corrobora: Transmite “todo el ser argentino, por eso me sentí enseguida atraído por esa música y ese instrumento”.

Su corazón está dividido entre Berna y Buenos Aires, y tan pronto sus “posibilidades laborales y financieras” se lo permitan, piensa vivir a caballo entre las dos, “la mitad del año acá, la otra mitad allá, tratando de esquivar el invierno”. En ambas se siente en casa, y a la vez, en ninguna de las dos, probablemente porque su verdadera patria es el sonido lloroso y nostálgico del bandoneón.

Y es que el tango, que nació como expresión del desarraigo que sentían aquellos inmigrantes europeos tras su llegada a las tierras rioplatenses, es eso: nostalgia, anhelo de algo que no se tiene y se desea. “Yo la siento muy bien esa música”, concluye Michael Zisman. “Sí, me siento muy en casa en el tango y cada vez más…”.

swissinfo, Belén Couceiro

Michael Zisman, hijo de una suiza y de un argentino, nació el 2 de febrero de 1982 en Berna en el seno de una familia de tres hermanos. Él es el primogénito y el único varón.

Se formó en Buenos Aires con dos leyendas del tango: Néstor Marconi (bandoneón) y Juan Carlos Cirigliano (armonía y composición), pianista del quinteto de Astor Piazzola. Asimismo fue alumno de la ‘Swiss Jazz School’ (Berna), donde estudió improvisación, composición y arreglo.

Su gran debut en el escenario fue en 1994 con un conjunto de tango, dirigido por su padre, el violinista Daniel Zisman, en el marco del concierto ‘Todos los violinistas del mundo’ que presentó Yehudi Menuhin en el Casino de Berna.

Ha interpretado como solista obras sinfónicas de Astor Piazzola con la Orquesta Sinfónica de Berna, de la que su padre fue concertino durante más de dos décadas, y la Israel Philharmonic Orchestra, entre otras.

Su repertorio incluye tango y jazz. Y en su larga lista de actuaciones figuran la Exposición Universal de Hannover (2000), la Exposición Nacional Suiza (2002), el Menuhin Festival Gstaad, el Estival Jazz Lugano y el Festival Internacional de Jazz de Berna.

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