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El convento de Müstair, espejo sobre el Medioevo

El convento de Müstair, un patrimonio cultural vivo. eisele photos

Situado al pie de los Alpes suizos, el convento de San Juan ofrece una mirada única sobre la Edad Media. El recinto recibió en 1983 el reconocimiento de la UNESCO, que lo incorporó a su lista como patrimonio de la humanidad. Un monasterio vivo, en el que coexisten riquezas culturales, investigaciones arqueológicas y rigor benedictino.

El aire es punzante en el convento de San Juan. Una luz tenue ilumina la nave central y sumerge a la iglesia en una atmósfera surreal. Cada piedra del monasterio exuda historia. Una larga historia que se inició hace 1.200 años, contada a través del más vasto ciclo de frescos de la Baja y Alta Edad Media que se conserva aún en el mundo.

La iglesia y su campanario, con sus características formas, definen el inconfundible perfil del monasterio, una silueta que distingue igualmente a todo el pueblo de Müstair. Aparte de las pinturas de sus muros, el convento custodia otros tesoros culturales y artísticos únicos en su género, fruto de al menos ocho fases de restructuración sucesivas.

Cada época ha dejado sus propias trazas hechas de estuco, decoraciones y madera que se funden finalmente en un todo armonioso.

“La idea de presentar la candidatura del convento a la lista de la UNESCO surgió gracias a la iniciativa del profesor Alfred Schmid, entonces presidente de la Comisión Federal de Monumentos Históricos”, explica Elke Larcher, responsable de relaciones públicas de la Fundación Pro Monasterio. “En esos años, el procedimiento a seguir era sin duda más simple, entre otras razones porque la marca de patrimonio de la humanidad no era aún muy conocida del gran público”.

La economía del valle, situado en la extremidad oriental de los Alpes suizos, por detrás del Glaciar de Stelvio y a pocos pasos del Tirol, ha basado durante siglos en la agricultura. Hoy, los más de 1.700 habitantes de la región viven mayormente del turismo, conscientes de que sus peculiaridades naturales y culturales (incluida la lengua romanche) representan un verdadero recurso para la economía de la zona.

“Es difícil establecer hasta qué punto el reconocimiento de la UNESCO ha hecho crecer el turismo en el valle, pero seguramente ha dado al convento una mayor visibilidad, sobre todo en el extranjero”, precisa Elke Larcher. Una oportunidad de desarrollo ecológicamente sostenible que podría prosperar ulteriormente si la candidatura de la biosfera del Valle Monasterio – comprendiendo el Parque nacional suizo – fuese igualmente aceptada por la UNESCO.

Su fundación, entre mitos e historia

La leyenda cuenta que Carlomagno, al regresar de su coronación como rey de los longobardos en 774, consiguió sobrevivir a una tormenta de nieve. En signo de agradecimiento, fundó el convento de San Juan. De hecho, Müstair se encontraba en una posición estratégica para sus ambiciones de expansión al este, hacia Baviera.

Como en toda leyenda, en ésta también parece haber partes de verdad: las vigas de madera insertas en la estructura original de la iglesia se remontan al periodo en el que el emperador atravesó la Valtellina y el paso de Umbrail tras conquistar el reino longobardo. Desde entonces, la figura de Carlomagno es venerada como si fuera un santo en Müstair. Su estatua se yergue orgullosa al lado del crucifijo como guardián de la iglesia.

Desde un principio el convento fue decorado con pinturas murales y vitrales policromados, signo evidente de prosperidad y renacimiento cultural. “Es necesario imaginarse la iglesia de la primera época como un local simple, con muros lisos y un techo plano”, explica Larcher. Los pilares, la bóveda y las galerías fueron agregadas recién en 1492.

Los frescos carolingios, de los siglos VIII y IX, recubrían íntegramente las paredes de la iglesia e ilustraban la historia de la redención. Hacia el año 1200 todas las paredes orientales fueron completamente redecoradas con un nuevo estrato de frescos, más dinámicos y fantasiosos respecto a los del pasado, pero caracterizados por los mismos contenidos iconográficos.

Guardianas del convento

Los murales salieron a la luz entre 1947 y 1951, pero la existencia de los ciclos de frescos carolingios estaba ya documentada a partir del inicio del siglo pasado. En 1969 se puso en marcha una campaña de restauración financiada por la Fundación Pro Monasterio, cuyo objetivo era conservar los edificios del complejo y sus excavaciones arqueológicas adyacentes. En 2003 se terminaron los trabajos de restauración y de consolidación de la torre Planta, coronada con la apertura del nuevo museo del monasterio.

“Aparte de los aspectos puramente artísticos, únicos en su género, el convento logra hacer coexistir los elementos culturales, como historia, ciencia y restauración, con los elementos estrictamente religiosos”, destaca Elke Larcher. “La presencia de las monjas ha sido decisiva para la supervivencia del monasterio y representa un elemento de importancia fundamental para el pueblo”. Un convento vivo, en suma, en el cual la regla de San Benito es renovada día tras días y marca los ritmos cotidianos, divididos en plegaria y trabajo.

Müstair ha sido, ante todo, un centro destinado a consolidar la cristiandad y a propagar el modelo monástico. Hoy no es sólo un punto de referencia turístico, sino además un lugar de peregrinación. Una forma distinta de concebir el viaje, lejos del caos de la vida moderna y en búsqueda del silencio que nos recuerda los sabores del pasado. Entre pinturas medievales y letanías benedictinas se marca el paso del tiempo en el convento de Müstair.

“El convento benedictino de San Giovanni es testimonio de la época de renovación monástica cristiana en la época carolingia.”

“Situado en el Valle Monastero, conserva el más importante conjunto de pinturas murales de Suiza realizadas en el año 800.”

“Las paredes de la iglesia presentan diversos frescos y estucos provenientes del periodo del Sacro Imperio Romano Germánico.”

(Traducción: Rodrigo Carrizo Couto)

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