La historia del trabajo infantil en Suiza, bajo lupa
Durante el siglo XIX y principios del XX, los niños y niñas helvéticos desempeñaron un papel esencial como fuerza laboral para las familias, especialmente en la agricultura. La llegada de la industrialización abrió paso a una era en la que los pequeños fueron explotados como mano de obra barata en fábricas y talleres. Una nueva exposición arroja luz sobre este aspecto que hasta ahora ha recibido poca atención en el relato histórico de la Confederación.
Actualmente, la adicción a las pantallas es un problema común en Suiza, donde muchos niños pasan horas pegados a sus teléfonos inteligentes, olvidando cómo jugar de manera «normal». Según un estudio de Save the Children, muchos adolescentes dedican más de cinco horas diarias a estar en línea, lo que afecta negativamente su desarrollo cognitivo y social.
Aunque esta situación es diametralmente opuesta a la realidad del siglo XIX y principios del XX, muchos pequeños de la Confederación tampoco conocían el verdadero significado del «juego», ya que no tenían ni la oportunidad ni el tiempo para hacerlo porque estaban obligados a trabajar para ayudar a mantener a sus familias.
Un capítulo olvidado en la historia suiza
Una nueva exposición titulada El trabajo infantil en los siglos XIX y XXEnlace externo, presentada en el “Foro de Historia Suiza” en el cantón de Schwyz, examina la historia de la mano de obra infantil en Suiza. «Es la primera vez que se ofrece una visión tan completa de este tema», comenta Pia Schubiger, historiadora y curadora de la muestra. «La información presentada es fruto de una investigación exhaustiva». Schubiger espera que esta exposición inspire nuevas investigaciones sobre esta faceta poco explorada de la historia suiza.
El trabajo infantil en Suiza comenzó mucho antes de la industrialización. En épocas pasadas, era primordial que hijos e hijas laboraran en la agricultura, la artesanía y pequeñas empresas domésticas para ayudar a sus familias, a menudo empobrecidas. Los niños maduraban rápidamente, adquiriendo experiencia a través del juego para convertirse en un apoyo fundamental.
«Según su edad, cuidaban del ganado, ayudaban en la recolección del heno, transportaban leche o realizaban tareas domésticas», explica la curadora. «Para integrarlos en el trabajo, se los proveía de herramientas a medida, lo que subrayaba la creciente responsabilidad que asumían en una economía familiar de subsistencia».
Generando ingresos adicionales
Según la región, las familias de agricultores en Suiza solían complementar sus ingresos con trabajos estacionales como la tala de árboles o la limpieza de la nieve. En Rothenthurm, municipio del cantón de Schwyz, actividades como la producción de hielo natural y la extracción de turba generaban ganancias extras significativas, en las que también participaban los más pequeños. Hasta 1987, cuando la turbera fue declarada protegida, se permitió el corte de turba.
“Desde 1850 la turba se había convertido en un combustible codiciado”, explica Schubiger, y detalla que luego de recolectarla “se prensaba con una máquina, y un niño, conocido como Lädälibueb (NdeR: del dialecto suizo alemán), era el encargado de colocar dicha turba sobre una tabla de madera, donde se cortaba en bloques y se ponía a secar».
En paralelo, en el siglo XIX, el auge del turismo creó nuevas oportunidades de ingresos. En regiones montañosas como el Valle de Lauterbrunnen (cantón de Berna) se elaboraba encaje de bolillos a mano en las granjas y se vendía directamente a turistas y viajeros. «Los niños también formaban parte de esta actividad», dice Pia Schubiger. «Comenzaban a hacer encajes desde los seis años y se esperaba que produjeran medio metro de encaje al día».
Los ‘niños suabos’
El fenómeno de los ‘niños suabos’ surgió durante la Guerra de la Segunda CoaliciónEnlace externo (1799-1801), un conflicto entre las monarquías europeas aliadas y la Francia revolucionaria y napoleónica, que también afectó al cantón suizo de los Grisones. Tras la muerte de cientos hombresEnlace externo y padres de familia, y en medio de un aumento de hambre y pobreza, los chicos de la Suiza oriental se vieron obligados a emprender un viaje de siete a diez días hacia Alta Suabia (ahora parte de los estados alemanes de Baden-Württemberg y Baviera), donde encontrarían trabajo en granjas. «Partían en abril, al final del curso escolar, y regresaban en octubre», explica Schubiger.
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Infancia robada de ‘niños obreros’
La mayoría de los ‘niños suabos’, que tendrían entre seis y catorce años, provenían de las regiones de habla romanche de los Grisones, como la Alta Surselva o el valle de Lumnezia, lo que les planteaba una importante barrera lingüística. Viajaban en grupos de diez a veinte jóvenes, acompañados por un adulto, generalmente una mujer. Sólo llevaban lo esencial y comida suficiente para los primeros días de la caminata de 150 a 200 kilómetros. Dependían de mendigar a los granjeros y monasterios o de solicitar hospitalidad para sobrevivir al viaje.
«Una litografía de la primera mitad del siglo XIX retrata el mercado de esclavos de Ravensburg, donde los niños de los Grisones eran entregados a familias de agricultores suabos», relata Schubiger. Buscadores de empleo y agricultores se reunían en los mercados de las ciudades o pueblos más grandes, y las negociaciones solía llevarlas a cabo la persona que acompañaba a los pequeños.
El principal trabajo de los muchachos era cuidar del ganado de pasto como pastores. En granjas más grandes, también tenían que ayudar en molinos o posadas. Las chicas, en cambio, se encargaban de las tareas domésticas y del cuidado de los niños. Trabajaban a cambio de alojamiento, comida y un salario modesto. La mayor parte de su salario consistía en ropa y calzado, el doppelten Häs (doble sombrero), por el que los jóvenes jornaleros recibían dos conjuntos completos de ropa, de la cabeza a los pies.
Entre 1850 y 1860, el número de ‘niños suabos’ disminuyó rápidamente debido a las cambiantes olas migratorias, en particular hacia América. Esto coincidió con los esfuerzos por explotar nuevas fuentes de ingresos y el auge del turismo. «Con el estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914, el fenómeno en torno a estos pequeños llegó a su fin definitivo», dice la historiadora.
Jornadas laborales de dieciséis horas en la fábrica
Con el inicio de la industrialización en el siglo XIX, los niños empezaron a ser explotados como mano de obra barata en las fábricas, especialmente en la industria textil. Al igual que los adultos, trabajaban hasta 16 horas diarias y pasaban todo el día, y a veces incluso las noches, en un ambiente polvoriento, sofocante y caluroso, y todo por un salario miserable.
A los pequeños se les asignaban trabajos sencillos, repetitivos y a menudo peligrosos. Algunos niños empezaban a trabajar a los ocho años, lo que tenía graves consecuencias para su desarrollo psicofísico y perjudicaba su educación. Arnold Stauber, quien comenzó a trabajar en la fábrica de algodón Kunz en Windisch (cantón de Argovia) en 1883 a la edad de 14 años, relata sus experiencias en sus memorias Erinnerungen eines ehemaligen Textilarbeiters (Memorias de un antiguo obrero textil). Llegaba a la fábrica a las seis de la mañana, asistía a la escuela de ocho a once, volvía a la hilandería media hora antes de almorzar, regresaba a la escuela de dos a cuatro de la tarde y luego trabajaba otras dos horas
En 1877, a pesar de la oposición de muchos industriales, el pueblo suizo aprobó una ley federal altamente innovadora sobre el trabajo en fábricasEnlace externo (la Ley de Fábricas). Por primera vez a nivel internacional, el Estado suizo introdujo normativas que regulaban la jornada laboral, otorgaban protección especial para niños y mujeres, y reglamentaba la libertad de contrato y la autonomía de los industriales. Al hacerlo, Suiza se convirtió en pionera internacional en leyes de protección laboral.
La Ley de Fábricas limitaba la jornada laboral normal a 11 horas y prohibía el trabajo nocturno y dominical, el empleo de niños menores de 14 años y de mujeres unas semanas antes y después del parto. Sin embargo, sólo se aplicaba a las fábricas, no a las numerosas pequeñas empresas, y mucho menos a la agricultura.
Fuente: Historia de la seguridad social en SuizaEnlace externo
“Nuestro trabajo era el más repugnante y, como me di cuenta más tarde, también el más insalubre en la fábrica”, escribió Stauber. “Cuando las máquinas de hilado se detenían por la tarde, nosotros, los muchachos, teníamos que limpiar y engrasar los cilindros, ejes y husos. Para poder hacerlo nos acostábamos de espaldas en el piso y nos deslizábamos bajo las grandes máquinas, y el aceite y la grasa caían sobre nuestras caras y ropas. Era difícil moverse ahí abajo, y a menudo nos lastimábamos al golpearnos la cabeza o la nariz con el metal.”
La situación mejoró hasta cierto punto con la introducción de la escolarización obligatoria en todo el país en 1874 y la Ley Federal de Fábricas de 1877, que prohibía el empleo de niños menores de 14 años y regulaba el trabajo nocturno y dominical.
«Sin embargo, especialmente en las regiones más pobres y remotas, los niños seguían siendo vitales para la supervivencia económica de las familias, como los niños deshollinadores del TesinoEnlace externo que trabajaban en Italia, o los pequeños que viajaban a Suabia», afirma Schubiger. «La historia de Suiza en el siglo XX también está manchada de otras historias trágicas, como las medidas sociales obligatorias y las colocaciones forzadasEnlace externo que duraron hasta 1981, y los trabajos forzados«.
La enseñanza primaria obligatoria, gratuita y laicaEnlace externo se introdujo con la revisión de la Constitución Federal en 1874. Sin embargo, la mayoría de la población no consideraba que la lectura y la escritura fueran esenciales para la vida cotidiana. Al contrario, muchos consideraban que la escuela era innecesaria porque no ofrecía mejores oportunidades laborales y profesionales. Los círculos conservadores se oponían a la enseñanza obligatoria gratuita porque temían que un exceso de educación distrajera a los hijos de los campesinos de las labores agrícolas.
Tras la introducción de la enseñanza primaria obligatoria a nivel federal, el número de alumnos aumentó, al igual que la oferta educativa, que incluía asignaturas como religión, lectura, escritura y canto. La enseñanza podía impartirse en escuelas públicas, privadas o residenciales, y estaba supervisada por las autoridades municipales y cantonales.
Artículo editado por Daniele Mariani, adaptado del inglés por Norma Domínguez / Carla Wolff
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