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Municipios obligados a lidiar con la contaminación

Las excavadoras buscan desechos peligrosos en la llamada 'zona negra' de Köllikon. swissinfo.ch

Hoy, Suiza recicla, incinera y trata la basura de forma responsable. Pero algunas regiones aún están pagando los errores cometidos en el pasado y que han dejado suelos contaminados y vertederos de desechos tóxicos.

Los paneles solares perfectamente alineados a lo largo de la ruta que conduce Kölliken, pueblo del cantón de Argovia, son la luminosa evidencia de cuánto ha cambiado la conciencia ambiental. Paralelo a la calle principal, corre un espumoso arroyo que desemboca en uno de los vertederos más grandes de Suiza y actualmente cerrado. En la parte superior de este, unos simétricos arcos de celosías conforman un dosel que disimula el desorden que se encuentra a nivel de la tierra.

“Crecí aquí y estamos acostumbrados. No huele mal ni nada por el estilo, y nos sentimos seguros. Pero es inmenso, ¿verdad?”, dice una joven mesera cuando se le pide su opinión sobre este vertedero de residuos tóxicos de las industrias química y farmacéutica.

En los años 70, la gente pensaba que esta antigua fosa arcillosa era ideal para reunir este tipo de desechos. Pero no fue así. Las sustancias químicas se filtraron en la tierra circundante provocando un hedor terrible. Y para el año 1985 -después de depositar 457.000 toneladas de basura-, las autoridades reconocieron los riesgos que esto generaba para los residentes y para las aguas subterráneas, así que optaron por cerrar el vertedero.

“Simplemente, la conciencia ecológica era muy distinta”, afirma Stephan Robinson de la Cruz Verde, organismo internacional dedicado a limpiar de contaminación el medioambiente.

“Antes de los 60 y los 70 no existía una verdadera comprensión de lo que era el medioambiente. Hemos visto un gran cambio de paradigma”, explica Robinson a swissinfo.ch.

Destaca que en Europa ya no hay basureros de este tipo. El continente ha optado sobre todo por la incineración, una alternativa que permite reducir el volumen de la basura y destruir los desechos tóxicos. El mercurio, por ejemplo, termina como un concentrado que queda retenido en los filtros de cenizas.

La falta de espacio que existe en Europa y los riesgos de realizar una mala evaluación del terreno elegido para establecer un vertedero han sido dos razones más por las que dejaron de existir este tipo de estructuras.

“Si un basurero registra problemas, siempre habrá el riesgo de que afecte a las comunidades vecinas o de que contamine el agua”, precisa Robinson.

Buena idea, en su tiempo

“En su momento, Kölliken era una buena idea. Pero no fue bien ejecutada”, señala Benjamin Müller mientras maniobra una especie de tanque hermético en la llamada zona negra. Se trata de un área en la que las excavadoras hurgan en la tierra en busca de desechos peligrosos. Müller es el director del proyecto a largo plazo destinado a limpiar por completo este sitio.

La zona negra es oscura y polvorienta. Está llena de señalizaciones con grandes números que marcan los distintos tipos de basura. Los trabajadores separan y organizan los desechos en pilas para que los expertos químicos puedan identificarlos posteriormente.

A diferencia de otros vertederos de residuos tóxicos en Suiza –como el de Bonfol, en el cantón de Jura-, el de Kölliken no está totalmente automatizado. Aquí las personas trabajan directamente sobre el terreno, casi siempre desde vehículos o espacios de observación, pero si hay un problema técnico, deben vestir trajes especiales e investigar lo que sucede.

Durante la visita de swissinfo.ch a Kölliken, un trabajador tiene que cortar una bolsa de plástico para que un robot tome una muestra que será analizada posteriormente.

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“El principal desafío es garantizar un alto nivel de seguridad, pero sobre todo, sostenible a lo largo de los años”, explica Müller. En 2008, durante el primer año de remediación del basurero, un incendio obligó a los trabajadores a parar las actividades durante varios meses.

Y está también el tema de los costos.

“Este vertedero está muy contaminado y ha generado costes importantes e inesperados”, afirma Müller. En su momento, abrir Kölliken exigió un presupuesto de 600.000 francos suizos. Pero limpiar los desechos que generó representará un desembolso mil veces superior, de 600 millones de francos suizos, que financian preponderantemente los contribuyentes.

Quizás este sea el proyecto de saneamiento más costoso de la historia suiza. Pese a ello, las autoridades federales se dicen satisfechas de los progresos.

“La ejecución del proceso de limpieza cuenta con un alto nivel de profesionalismo; un requisito indispensable para postular para un proyecto de remediación que compromete fondos públicos por 214,8 millones de francos suizos”, indica a swissinfo.ch Rebekka Reichlin, portavoz de la Oficina Federal de Medioambiente (OFM)”.

La Oficina Federal de Medioambiente (OFM) mantiene un registro detallado de los sitios contaminados y de los trabajos necesarios para sanearlos.


En Suiza, hay 38.000 sitios que entran en la categoría de contaminados. De estos, 4.000 requieren un proceso de remediación. Más de 700 han sido rehabilitados.

Existe una serie de fondos especiales disponibles para cubrir los costes cuando no se pueden cargar al responsable de la contaminación. En estos casos, el Gobierno federal paga hasta el 40% de los costos de remediación,  y el resto recae en el municipio.

¿Quién paga?

Cuando hay que sanear un vertedero, no siempre es fácil decidir quién pagará la factura. Idealmente tendría que hacerlo quien contaminó. Pero a veces es una empresa que desapareció hace varias décadas, o hay varios responsables.

“El problema es que muchos de esos sitios no solo fueron usados por la industria química, sino también por las comunas. Así que hoy existe un gran debate sobre cómo repartir los costos entre la industria y la población. Estos proyectos de saneamiento son muy costosos”, dice Robinson.

Para el cantón del Valais es un tema prioritario, ya que algunas comunas se enfrentan a la contaminación de mercurio registrada entre Viège y Niedergesteln. Entre 1930 y 1976, la compañía química Lonza arrojó 350 toneladas de mercurio en esta zona. Al menos 50 de ellas terminaron en el canal local, contaminando el suelo y la zona residencial.  Aunque no estaba obligada en términos legales, Lonza se propuso voluntariamente para prefinanciar las medidas de remediación necesarias, especialmente tras probarse que los niveles de mercurio son superiores al límite medioambiental de 5 miligramos por kilogramo de tierra.

Según un comunicado de prensa publicado por Lonza y el cantón del Valais, con la prefinanciación de medidas para resolver este problema, Lonza busca ser un actor socialmente comprometido que atiende una situación apremiante.

Aunque es pronto para pronunciarse, Reichlin de la OFM, se dice favorable al acuerdo.

“Consideramos que el proceso está en el camino correcto en materia de objetivos prioritarios, medidas de investigación y evaluación de las necesidades de rehabilitación”, dice Reichlin. Esta oficina es la responsable en Suiza de mantener al día el registro de los sitios contaminados que hay en el país.

De una forma similar a Lonza, la farmacéutica Novartis se propuso voluntariamente para limpiar un sitio cercano a la frontera con Francia que se encuentra contaminado con lindano, un químico prohibido en la actualidad. Una planta de pesticidas, que fue comprada después por Sandoz –hoy Novartis- causó el problema.

Una vez que el lindando sea eliminado totalmente –en agosto de 2013 aún se hallaban restos de este químico en el aire-, se tiene previsto crear un parque.

¿Verde nuevamente?

Cada día, los trabajadores de Kölliken desentierran entre 400 y 600 toneladas de basura que cargan en robustos contenedores que parten rumbo a Zúrich, Alemania o los Países Bajos para ser incinerados.

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Dado que el vertedero de Kölliken se encuentra en el centro del pueblo, es prioritario proteger a los residentes de efectos secundarios que son peligrosos o desagradables.

“Nos hemos asegurado de que no sean molestados con los trabajos de remediación. No debe haber olores ni emisiones químicas de los desechos, y tampoco ruido”, anota Müller.

La limpieza total de este sitio está prevista para 2016. Después, la instalación quedará completamente desmantelada. Y Müller predice que para el año 2020 se verán ahí grandes prados verdes.

Durante un breve paseo por el basurero de Kölliken vemos a un hombre con un bigote blanco que carga algunos leños en su coche. Le preguntamos si cree que sus ovejas  podrán pastar algún día en este terreno. Se ríe.

“Lo dudo. Quizás este espacio sea utilizado para la industria”, responde. Sus padres, que vivían del otro lado de la calle, fueron prácticamente los únicos residentes del pueblo que se opusieron a la creación de este vertedero.

 “La gente pensaba que mi padre era un loco”, dice. “Pero tenía razón. Apestaba. ¡Y ahora tenemos esta gran limpieza!”.

Traducción del inglés: Andrea Ornelas

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