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Matrimonio para todos: la esperanza de las familias arcoíris a ser reconocidas

Sarah y Simona Liechti con su hija Ambra sentadas en el sofá de su casa
Sarah y Simona (a la derecha) Liechti estarán totalmente tranquilas cuando su hija Ambra, de un año, tenga dos madres ante la ley. Daniel Rihs

Viajes al extranjero para concebir un hijo, estresantes procesos de adopción e incertidumbres legales. Las familias arcoíris esperan que, gracias a un marco jurídico adaptado, el matrimonio para todos simplifique su –a veces– complejo camino.

“Sarah al fin podrá ser oficialmente mi esposa. Eso es mucho más romántico que decir que es mi pareja de hecho”. El rostro de Simona Liechti se ilumina con una sonrisa contagiosa al comentar la reciente decisión del Parlamento suizo de extender el matrimonio a las parejas del mismo sexo.

Sin embargo, esta abogada de 37 años lamenta que Suiza esté muy a la zaga de sus países vecinos. La mayoría de los Estados de Europa Occidental que desde hace varios años ya permiten el matrimonio para todos han tomado la delantera a la Confederación.  

La perspectiva de poder casarse no solo tiene un valor simbólico para las parejas del mismo sexo, sino que también es una garantía de una mejor protección legal para las familias arcoíris. Incluso si es probable que debido a la puesta en marcha de un referéndum tenga que realizarse una votación popular (véase el recuadro).

Dos grupos de opositores al matrimonio para todos han anunciado un referéndum para contrarrestar la decisión del Parlamento suizo. El UDF (un pequeño partido cristiano ultraconservador) ya había anunciado que quería celebrar un referéndum.

A esto hay que añadir la propuesta surgida a finales del mes de diciembre. Y es que los políticos de la Unión Democrática del Centro (UDC, derecha conservadora) y del Partido Demócrata Cristiano (PDC, centro) han formado un segundo comité, que también va a poner en marcha la recogida de firmas contra la revisión de la ley.

El PDC afirma que quiere centrarse “en el acceso a la fecundación asistida y diferenciarse así de los argumentos esgrimidos por el UDF y sus organizaciones asociadas”.

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Un couple de femmes entoure leur enfant.

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Un banco de esperma en Copenhague

Desde 2016, Simona y Sarah Liechti constituyen una unión registradaEnlace externo, una forma de vínculo que en Suiza está reservada a las parejas del mismo sexo. Como este contrato no les permite acceder en Suiza a la fecundación asistida, cuando decidieron tener un hijo, ambas mujeres acudieron a un banco de esperma de Copenhague. “Hace tiempo que Dinamarca permite a las lesbianas recurrir a la fecundación asistida. Además, su legislación le da a nuestra hija la posibilidad de conocer la identidad del donante cuando cumpla 18 años. Una ventaja que consideramos decisiva”, dice Simona Liechti.    

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Fueron necesarios varios viajes a la capital danesa antes de que Simona Liechti se quedara embarazada. Unos viajes que tuvieron que planificarse de manera concienzuda durante las vacaciones de la pareja. “Si hubiéramos podido hacerlo en Suiza, en un entorno familiar, habríamos estado más a gusto. El proceso en sí mismo es sensible, y el hecho de tener que viajar al extranjero aumenta el estrés”, cuentan ambas mujeres. A esto hay que añadir la extraña sensación de tener que viajar a otro país para realizar un proyecto que no se puede llevar a cabo en el tuyo. “Aunque no sea ilegal, la experiencia deja un regusto amargo”, comenta Sarah.

Los gastos de viaje y estancia aumentan los ya de por sí elevados costes de la reproducción asistida. Simona Liechti calcula que cada intento cuesta unos 10 000 francos, que incluyen la clínica, las hormonas, la donación de esperma y el viaje. “Algunas parejas del mismo sexo probablemente tengan que renunciar a sus planes de tener un hijo por falta de medios económicos”, lamenta su compañera. Esta profesora y esta abogada de Berna han podido permitírselo.

Protección inadecuada para los menores

Bajo la tierna mirada de sus dos mamás, Ambra está en la gloria. Sentada en su alfombra de juego, se divierte con un reloj electrónico que ha logrado atrapar. El hecho de que sus progenitoras sean dos mujeres no tiene ninguna importancia para la niña. Pero no ocurre lo mismo ante la ley. Ambra no tiene la misma protección que los hijos de cónyuges heterosexuales. “Legalmente, es únicamente mi hija. Si me pasara algo, la ley suiza la consideraría huérfana”, se lamenta Simona Liechti.        

A pesar de este vacío, en caso de fallecimiento, la abogada sabe que lo más probable es que a su hija se le permitiría vivir con su pareja. “Sin embargo, todavía hay cierto grado de incertidumbre. Estaremos del todo tranquilas cuando Ambra tenga dos madres desde el punto de vista legal”, dice. 

Ambra juega con un reloj en el suelo junto a sus dos mamás
Cuando sintieron el deseo de ser madres, la pareja viajó a Copenhague para acceder a la fecundación asistida. Daniel Rihs

Todavía queda un largo camino por recorrer para que Sarah Liechti se convierta de manera oficial en la segunda madre de la niña que está criando con su pareja. Ha tenido que esperar hasta que Ambra ha cumplido un año –el pasado 25 de diciembre– para formalizar los criterios que permiten iniciar el proceso de adopción. Asimismo, debe cumplimentar un montón de documentos. Un proceso largo, difícil y costoso. “Tengo que explicar, por ejemplo, la relación que tengo con mi hija, lo cual es absurdo”, comenta Sarah Liechti.

“Me gustaría que no siguieran preguntándole dónde está su papá”

Sarah Liechti

Cuando en Suiza entre en vigor el matrimonio para todos, las parejas de lesbianas podrán acceder a la reproducción asistida. Esto evitará viajes al extranjero y trámites de adopción innecesarios, ya que cuando nazca la criatura automáticamente ambas mujeres serán reconocidas como madres. Sin embargo, quienes opten por una solución en el extranjero deberán pasar por un proceso de adopción. Este es uno de los puntos que las asociaciones de derechos de las personas LGBTIQ critican.   

Una ley por detrás de las mentalidades

La legislación suiza parece ir por detrás de la realidad social, ya que los especialistas calculan que unos 30 000 niños y niñas crecen en familias arcoíris, en las que al menos uno de los padres se considera gay, lesbiana, bisexual o transgénero. Las mentalidades también parecen haber evolucionado de manera más rápida que la legislación. “Mucha gente ni siquiera es consciente de que no tenemos derecho a casarnos”, subraya Liechti.  

Un año después de que naciera su hija, la familia Liechti no ha encontrado oposición ni discriminación; a lo sumo un poco de incomodidad. “En la primera revisión médica de Ambra, el pediatra nos preguntó si yo era la tía”, cuenta Sarah Liechti, riendo.  

Como mujeres lesbianas, a veces tienen que hacer frente a comentarios inapropiados o preguntas fuera de lugar. En algunas ocasiones se les pregunta cuándo descubrieron que les gustaban las mujeres. “Sentimos que tenemos que justificarnos, cuando nadie tiene que explicar cuándo se dio cuenta de que era heterosexual”, explica Simona Liechti. Aunque es más fácil de que pase desapercibida, la homosexualidad femenina suele tomarse menos en serio que la masculina. “A menudo se describe como una fase”, lamenta la pareja.

Ambra a hombros de Sarah, qui está cocinando
La legislación actual impone que Sarah Liechti tenga que pasar por un proceso de adopción para ser reconocida como madre de la niña. Daniel Rihs

Sin embargo, ambas mujeres se consideran unas privilegiadas. “Hemos crecido en un entorno urbano, en familias liberales, y ejercemos profesiones en las que la gente se muestra abierta a las cuestiones sociales. Así que nuestra orientación sexual nunca ha sido un problema”, constatan. Lamentablemente, su caso no es lo habitual. “Las personas homosexuales sufren sin duda más discriminación en ambientes más conservadores, en determinadas familias o profesiones”, señala la pareja.

Si Simona y Sarah Liechti pueden vivir plenamente su amor y su vida como madres, creen que Suiza todavía tiene mucho que avanzar en cuestión de derechos LGBTIQ. “La situación de las personas transgénero sigue siendo difícil. Con la transidentidad, tengo la impresión de que la sociedad ahora está en el mismo punto en el que estaba con la homosexualidad hace 15 años”, dice Sarah Liechti.       

“Me gustaría que no siguieran preguntándole dónde está su papá”, comenta Sarah Leichti, abrazando a su hija. Lejos de las preocupaciones de los adultos, Ambra ríe a carcajadas y tiene una pequeña marca roja en la mejilla. “Al final, tener dos madres es tener el doble de posibilidades de tener una marca de carmín”, bromea Sarah Liechti.

Traducción del francés: Lupe Calvo

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