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Cuartos, coches, parking: todo se comparte en la web

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¿Necesita un servicio de transporte o un lugar dónde dormir? El teléfono móvil ha hecho más simple encontrar quien lo ofrezca a un precio asequible. Los suizos se han sumado a la llamada ‘economía del compartir, aunque a veces entran en terreno legal desconocido.

“No necesitamos el dinero en absoluto… el objetivo inicial era conocer a gente nueva y mejorar mi inglés”, dice Elizabeth*. Junto con su novio alberga en Berna a viajeros inscritos en Airbnb, una plataforma en línea –con aplicación para teléfonos móviles- que permite alquilar habitaciones o apartamentos privados.

Elizabeth estima que alquilar uno de los dos dormitorios de su vivienda le reporta unos 500 francos suizos mensuales (555 dólares estadounidenses), la décima parte del salario medio de un suizo.

Las webs internacionales de consumo corporativo, como Airbnb, surgieron fundamentalmente debido a que la crisis económica recortó los ingresos y aumentó la necesidad de la gente de estirar cada centavo a través de esquemas creativos. Pero para quienes no sufrieron particularmente este colapso económico -como los suizos-, el significado es otro.

“En Suiza, se trata más bien de un deseo de contacto social y de un estilo de vida”, dice Karin Frick, coautora de Sharity, un estudio sobre la economía del compartir realizado por el instituto Gottlieb Duttweiler. Sharity es la fusión de los vocablos ingleses share (compartir) y charity (caridad).

El citado instituto suizo encuestó en línea a 1.100 ciudadanos de Suiza y Alemania preguntándoles qué objetos estarían dispuestos a compartir y qué los motivaría a hacerlo.

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Frick explica que la situación económica  forzó a un gran número de personas a compartir y comerciar objetos que no podían pagar de otra manera, pero los suizos lo hacen por otras razones. Por ejemplo, “porque es algo positivo para el medioambiente”.

La transportación en automóvil es un botón de muestra. Según Frick, la gente encuentra más divertido compartir el coche que viajar solo, y además se siente bien haciéndolo, aunque tenga  dinero suficiente para pagar un viaje sin compañía.

Elizabeth afirma que le gusta hospedar a gente vía Airbnb, porque gracias a las personas que recibe de distintos países “no tienes que ir de vacaciones, las vacaciones vienen a ti”. Por otra parte, siente que aporta un granito de arena para mejorar la experiencia de los turistas que visitan Suiza, ya que muchos de sus huéspedes no podrían pagar las elevadas tarifas que cobran los hoteles.

Jasmin Samsudeen, quien recientemente fundó en Suiza la plataforma Park it, que permite a la gente compartir espacios de aparcamiento, anota que, aunque los costos iniciales fueron mayores en Suiza de lo que podrían haber sido en otro sitio, es el lugar ideal para que alguien con poca experiencia, como ella, encuentre gente dispuesta a participar y apoyar una iniciativa basada en la compartición.

“En otro país jamás habría hallado tanta gente que me escuchara y se inscribiera solo porque les parece que es una buena idea. La gente participa sin que el tema monetario sea lo más relevante”, apunta.

Bemoles del compartir

Pero internarse en terreno desconocido al tomar parte de proyectos de compartición como Airbnb también puede traer problemas y lecciones difíciles para los primeros participantes, y el periódico bernés Berner Zeitung dio cuenta de ello en septiembre de 2013.

Un inquilino de la capital suiza que alquilaba frecuentemente su segundo piso a viajeros miembros de la plataforma Airbnb recibió una carta de su casero informándole de que perdería la vivienda, porque jamás había notificado al propietario sus planes de subarrendarla. El casero supo que su piso era alquilado durante estancias breves porque reconoció el edificio y su propio apartamento en las fotos que Airbnb tenía en línea para promocionarlo.

Aunque Elizabeth dice que a sus vecinos no les molesta que reciba a huéspedes en casa, reconoce que no tiene claro cómo reaccionaría de su casero si lo supiera –pero aclara que no le preocupa particularmente, ya que no se está lucrando con ello. La mayoría de los inquilinos suizos tienen derecho subarrendar sus pisos siempre y cuando no cobren más de lo que ellos pagan al propietario.

Pero el rigor con el que se aplican las reglas varían de un propietario a otro, y también de una ciudad a otra, por lo el Gobierno suizo sigue cada vez más de cerca las plataformas de compartición de pisos y estudia posibles reformas legales a escala nacional para los contratos de alquiler.

Grupos como la Asociación Suiza de Bienes Raíces piden que se establezcan reglas del juego justas para todo mundo, ya que organizaciones como Airbnb operan en un vacío legal que las exime del pago de impuestos y de comisiones a los que sí está sometida la industria hotelera tradicional.

Airbnb afirma que cada inquilino debe asegurarse de que al utilizar esta plataforma no está contraviniendo su contrato de arrendamiento. Pero su esquema de operación genera controversia. Recientemente, la Procuraduría General de Nueva York envió una citación a Airbnb pidiéndole datos sobre los 225.000 anfitriones que tiene activos en esta ciudad para determinar si violan una legislación que prohíbe desde 2011 que una vivienda se subarriende por periodos de menos de 30 días, si el inquilino legal no está presente.

La empresa Airbnb, fundada en San Francisco en el año 2008, se define como una “plataforma comunitaria de confianza” que pone a disposición habitaciones de todo tipo en un total de 34.000 ciudades en 192 países.

Según sus palabras, Airbnb tiene más de 9 millones de usuarios y su base de datos incluye unos 600 castillos y más de 500.000 sitios de alojamiento.

En Suiza, de acuerdo con el diario Neue Zürcher Zeitung (NZZ), el usuario de este servicio tiene 39 años en promedio. Y en dos tercios de los casos es mujer.


Una búsqueda rápida para hallar alojamiento en Zúrich durante una noche ofrece 354 opciones posibles a los precios más diversos. En Ginebra, la oferta es de 373 lugares.



Esta plataforma pionera de San Francisco enfrenta actualmente la competencia de empresas homólogas como Windu o 9Flats.

El NZZ asegura que estas sociedades se financian vía el cobro de comisiones a los prestatarios del servicio.

Sin embargo, en fenómeno de los “viajes sociales” está inquietando a las autoridades de numerosos países porque se trata de una actividad que, por el momento, está fuera del cumplimiento de cualquier obligación fiscal.

Un mercado liberal

Aunque ha enfrentado contratiempos regulatorios en algún país -como EEUU, donde recibió demandas interpuestas por servicios de taxi y de transporte privado-,  la empresa Uber, que promueve el uso de coches compartidos, considera que Zúrich ha sido el sitio donde le ha sido más fácil establecerse gracias a la legislación vigente.

Una aplicación para móviles de Uber permite a un grupo de conductores disponibles y a quienes necesitan servicios de transportación registrarse en una plataforma común. Con un golpe de ratón se solicita un coche y el conductor encontrará fácilmente a la persona, gracias a que ambos tienen activado el servicio de geolocalización. El usuario paga con otro simple clic, porque su número de tarjeta de crédito ya está registrado en la plataforma Uber y el conductor paga una pequeña comisión a la empresa por gestionar este servicio.

“Zúrich es uno de los mercados más liberales que se puedan encontrar”, dice Benedetta Lucini, directora general de Uber para Suiza, Italia, Austria y Alemania. “Las licencias de manejo de taxis y de limusinas son prácticamente las mismas, así que para algunos conductores basta con quitar la torreta de taxi que llevan en la parte superior para convertir su unidad en limusina. Y como no existe un número limitado de licencias, es un mercado bastante abierto a este tipo de nuevas aplicaciones”.

Para Lucini, el principal reto en Suiza ha sido más bien competir con la estupenda red de transporte público que tiene el país y la renuencia de la gente a ingresar la información confidencial de su tarjeta de crédito en una aplicación de este tipo.

Pero el crecimiento de Uber se ha visto favorecido por la gran penetración que tienen los teléfonos inteligentes en Suiza y porque muchos taxis zuriqueses (que Lucini considera “entre los peores de Europa”) han aceptado muy lentamente el cobro con tarjetas de crédito.

Tradición de cooperación

Mobility, la principal plataforma de compartición de autos de Suiza  fundada en 1987, ha sido beneficiaria de una asociación con la empresa que algunos consideran como su principal competidora: Ferrocarriles Federales Suizos (FFS).

Una fórmula que el sistema ferroviario repitió recientemente con Park it, al permitir que los usuarios del tren paguen por espacios de aparcamiento cercanos a las estaciones a través del móvil. O por servicios combinados de “tren y estacionamiento”.

Frick afirma que el apoyo y la aceptación que tienen los proyectos suizos de compartición se deben probablemente a la larga y exitosa historia que han tenido las iniciativas puestas en marcha por entidades públicas como FFS. Así como al gran número de cooperativas que existen en el negocio de los supermercados -vía Migros y Coop-, pero también de la banca, los seguros o la producción agrícola.

Paradójicamente, el número de cooperativas se redujo en más del 20% durante los últimos 10 años. Hecho que Frick atribuye a que el modelo “se ha empolvado”. Aunque la economía del compartir, añade, es el mismo concepto, pero presentado con un diferente embalaje.

“He sostenido conversaciones con diversas cooperativas porque pueden beneficiarse de esta tendencia ya que se trata esencialmente de lo mismo que ellas hacen”, refiere Frick y destaca que son estas instituciones las que forjaron la mentalidad del compartir dándole a los suizos estupendas ‘raíces genéticas’ en este ámbito.

Pese a ello, la especialista del instituto Gottlieb Duttweiler considera que Suiza difícilmente liderará la creación de empresas de compartición a corto plazo.

“Suiza conoce muy bien el concepto, pero la presión económica no es lo suficientemente grande como para que la tendencia se desarrolle dinámicamente. Suiza no será pionera mientras su estándar de vida sea tan alto”.

*Nombre ficticio.

Traducción del inglés: Andrea Ornelas

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