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Escasean los fondos para los inventores suizos

La bota de esquí DAHU costará 690 francos. DAHU

En un anodino lote de oficinas cercano a las vías de tren de Friburgo, las ideas cobran vida. Una de ellas, unas botas de esquí cuyo inventor confía en que pueden revolucionar la industria. Él y otros emprendedores han encontrado que la ruta de las empresas nacientes es un arma de doble filo.

“La pequeña talla de Suiza hace todo más fácil cuando se trata de crear una red de contactos, ya que es sencillo reunirse con todo mundo. Pero esto también es un problema, porque en un territorio reducido hay menos capitales de inversión disponibles”, afirma Nicolas Frey, un emprendedor de 39 años y el creador de la firma de botas de esquí DAHU.

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El concepto de Frey –que consiste en abrochar a una bota de invierno tradicional un armazón removible que, en realidad, es una bota de esquí–fue íntegramente concebido y desarrollado en Suiza, y su creador desea que así se mantenga, por lo que planea que la sede de la compañía esté basada en Friburgo.

Tanto el capital inicial del proyecto como sus oficinas temporales han sido financiados hasta ahora por Fri UP, un fondo de innovación friburgués dedicado a apoyar los proyectos de jóvenes inventores durante su fase de despegue.

Sin embargo, ahora que Frey prepara el lanzamiento formal de su firma para el mes de septiembre, quedó atrás la fase del capital inicial y él y su equipo –conformado por tres personas- se han abocado a la ardua tarea de obtener fondos a base de sangre, sudor y lágrimas.

La idea de crear DAHU le surgió a Nicolas Frey cuando su novia se compró un costoso par de botas de esquí que se ufanaban de ser “las más cómodas del mundo”, pese a lo cual tuvo que deshacerse de ellas porque le lastimaban.

Frey elaboró un prototipo que él mismo probó en algunas pendientes y que consiste esencialmente en abrochar un armazón removible a unas cómodas y corrientes botas de invierno.

En la actualidad, las botas de DAHU han sido probado y avaladas por varios esquiadores profesionales. Habiendo reunido ya alrededor del 75% de los fondos que requiere para comercializarlas, Frey tiene previsto el lanzamiento de sus botas de esquí para el próximo otoño en las tiendas deportivas de una selecta estación alpina del cantón del Valais, Saas Fee.

Las botas, que actualmente son manufacturadas en Italia, costarán 690 francos para el consumidor final.

La batalla del financiamiento

Para conseguirlos, DAHU se incorporó a una plataforma digital de financiamiento llamada Investiere, que se dedica a seleccionar y trazar el perfil de las start-ups más interesantes para facilitar la elección de inversionistas de capital. Frey reconoce que la asesoría de Investiere le ha sido muy útil, y un intermediario eficaz que le ha informado sobre el papeleo y los trámites de debida diligencia que debe realizar ante los inversionistas.

Pero reconoce que desearía que plataformas de financiamiento colectivo estadounidenses como la popular Kickstarter –que echa mano de básicas campañas de difusión en línea para integrar inversionistas de todo tipo- aceptaran también proyectos de otros países. En la actualidad, solo los residentes estadounidenses o británicos pueden beneficiarse de estos fondos. Suiza también posee plataformas de financiamiento colectivo. Aunque ninguna opera a la escala Kickstarter, sí incurren en costos de producción y de publicidad mucho más altos, afirma Frey.

Al hacer balance, el emprendedor reconoce que lo positivo de obtener fondos a través del camino escarpado es ganarse la confianza de los inversores, o aprender a valorar al máximo los fondos ganados con esfuerzo. No obstante, reitera que ha sido “agotador” buscar capital para su proyecto de un grupo de inversionistas relativamente pequeño.

Para las compañías basadas en Suiza, el proceso de obtención de una patente comienza casi siempre en territorio suizo.

Hay empresas que optarán por acudir primero a la Oficina Europea de Patentes (EPO), porque les permite proteger la originalidad de su creación en 40 países, incluida Suiza. La EPO recibe entre 30.000 y 35.000 solicitudes por año.

En Suiza, el proceso es mucho más barato, pero solo garantiza la originalidad en el país alpino.

La Oficina Suiza de Patentes recibe alrededor de 2.000 solicitudes anuales. De ellas, entre 800 y 900 aceptan realizar un pago complementario para realizar el trámite de verificación de originalidad.

El laberinto de las patentes

Buena parte de los fondos recibidos por DAHU hasta ahora se han destinado a la obtención de patentes. Un proceso que -en su nivel más básico- es muy asequible en Suiza, ya que ofrece a los inventores un tratamiento personalizado y adaptado al tamaño de sus proyectos. El trámite para depositar una patente cuesta solo 200 francos y deben pagarse otros 500 francos, si se solicita que la originalidad del producto sea examinada. Pero la cuenta puede ascender rápidamente.

Heinz Müller, experto en patentes del Instituto Federal de Propiedad Intelectual que enseña a los jóvenes estudiantes de negocios los secretos del sistema de patentes, suele aconsejar a los inventores noveles que contraten a un abogado de patentes si realmente quieren comercializar sus productos. Suiza, cabe recordar, es uno de los pocos países del mundo que no verifica que un producto realmente sea original antes de otorgarle una patente.

“Nosotros no comprobamos si es novedoso…Es un requisito indispensable para obtener una patente, pero no somos nosotros quienes lo verificaremos”, dice Müller a swissinfo.ch. “Esto se debe a que tenemos un sistema de patentes muy barato. Así que señalamos a la gente que son ellos quienes deben confirmar directamente esta información”.

Si resulta que un producto ya está patentado, el inventor puede enfrentar demandas y perder el derecho a comercializar su bien. Por ello, la oficina de patentes ofrece una búsqueda de originalidad  con un valor de 500 francos, por lo que quien contrata este servicio puede utilizar las bases de datos del Instituto para confirmar que no haya productos similares.

Si un inventor tiene interés –como Frey–  en comercializar su creación a escala internacional y quiere asegurar su originalidad, entonces el camino es más largo y costoso. DAHU ha gastado alrededor de 50.000 francos suizos en los trámites para obtener una patente internacional para sus botas, y este dato no incluye los gastos que hizo antes en Suiza.

Müller coincide con Frey en que en Suiza el número de inversionistas es reducido e inflexible, y recuerda que él bregó con los mismos problemas hace 20 años, cuando intentaba establecer un negocio de diagnóstico médico. La falta de acuerdos sobre la forma en la que Müller quería desarrollar su propuesta frenó los fondos y el proyecto fracasó.

Markus Hosang, de la empresa de Basilea BioMed Partners, dedicada a invertir en start-ups vinculadas a la salud, observa este problema todos los días. Recientemente declaró al dominical NZZ am Sonntag que “la financiación con capital inicial funciona muy bien en Suiza”, pero los millones que se requieren después para desarrollar los productos “son algo prácticamente imposible de conseguir en el mercado financiero helvético”.

Swiss Creative Center

Inicios locales

Dado que el capital inicial abunda en los cantones, hay más instancias como Fri Up que apoyan los nuevos proyectos de los inventores.

El cantón de Neuchâtel tiene en marcha, a menor escala, una fórmula parecida a través del Swiss Creative Centre, que busca reunir a negocios locales con diseñadores y otro tipo de creativos para que pequeños proyectos logren la fase de producción. Por ejemplo, un fabricante local de quesos llegó con un nuevo queso para untar y buscaba un diseño para las muestras de su producto que ofrecería a los clientes. Un grupo de jóvenes diseñadores atendió su llamado y le presentó una propuesta (ver foto).

“Las ideas surgen fácilmente, es la fase de producción y obtención de fondos la que siempre es larga y compleja”, señala a swisisnfo.ch Laetitita Florin, la joven diseñadora que trabajó en el proyecto de los quesos. “Por eso este modelo funciona tan bien”.

Pero si se trata de hacer publicidad y vender un producto más allá del ámbito local, el obstáculo del financiamiento se hará presente y deberá superarse a través de la  obtención de fondos del vendedor o del diseñador, dice Audrey Temin, colega de Florin.

Ambas coinciden en que el proceso creativo es siempre la parte más divertida de un nuevo negocio, y luego viene la “más detestada”, que es levantar el teléfono y buscar inversores potenciales.

Reúne a creativos de la Neuchâtel –de distintos ámbitos- para colaborar con comerciantes locales en pequeños proyectos para sus tiendas.  Los proyectos incluyen exclusivamente propuestas de embalaje o nuevas formas para presentar un producto.

El proyecto cuenta con el apoyo del cantón de Neuchâtel y de la Secretaría de Estado de Economía (Seco).

(Traducción: Andrea Ornelas)

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