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En México, refugio suizo para niños de la calle

Miguel con Doris Bitterli en el Refugio Heidi y Pedro. swissinfo.ch

“En la calle, si ven que te estás muriendo, llaman a una ambulancia o te dan comida, pero así como te ayudan... Donde yo viví, y los que según mis compas, ya cuando nos agarraba la policía...”

Desde los 11 años, Miguel supo del desamparo de la selva de cemento. Ahora, en Heidi y Pedro encuentra el calor de un hogar, de una palabra de afecto, de un futuro más amable.

“…. como cuando te van a golpear. Corren y pus ya. Tu tienes muchas veces que andar brincando por uno, pagas su vicio, comida y cuando tú les pedías… nada te daban. Nada. También te amargas porque dices ¡qué gacho! A mí como que me da miedo ser tranquilo porque digo ¡chale, si le bajo, me van a agarrar de bajada!”

La fundación comparte con la obra de la escritora suiza, un testimonio de solidaridad. “Hemos elegido ese nombre para nuestra Asociación Civil porque la historia de Johana Spyri trata de soledad y desarraigo, pero también de retorno, de protección y de humanidad…”, explican los creadores del Refugio Heidi y Pedro en Guadalajara.

“Yo me salí muy chico, a los 11. Me la pasaba nada más vagueando en la calle. Antes me juntaba en la Central Nueva y como estaba chico, pues mucha gente te ve y pues… sabe qué les da verte así y te ayudan. No hay necesidad pues, porque antes yo no tenía necesidad de andar pidiendo. Nomás llegaba la gente me veía y ¿ya comiste? no, pues que no y te daban de comer y te daban dinero. Era bien vergonzoso…”

Doris Bitterli y Werner Surber, procedentes también del país alpino, concibieron la idea de trabajar por los niños sin hogar durante un viaje que realizaron a Guadalajara, la segunda ciudad de la República Mexicana. “Fue como un ‘flatchazo’ durante una visita a Chapala”, recuerda Doris, en entrevista con swissinfo en sus oficinas de la capital tapatía.

De la pena al desprecio

“… pero ya después empiezas a crecer y la gente no te empieza a ver igual. Tienes que sufrirle más, tienes que andar pidiendo, robando… muchas cosas… Siempre en la calle, con amigos que te llevan a la calle. Los mismos compas tuyos que te dicen ¡pues vente! Me mandaban a pedir a mí. Yo estaba bien chico, no sabía nada. Te mandan a pedir y pus…”

Con la idea en mente, Doris y Werner volvieron a Suiza donde se afanaron en darle forma a su proyecto. Se documentaron. Devoraron primero cuanta literatura hallaron sobre los niños de la calle y luego viajaron a diferentes ciudades de Sudamérica y África. Fueron a Malasia, a Hong Kong y Singapur para estudiar diversas maneras de abordar ese fenómeno que les turbaba el espíritu y que es una de las más elocuentes expresiones de la injusticia social.

Primero, el alucine…

“… tú mismo empiezas a ver que ellos le ponen a las drogas… Te empieza a entrar el deseo de decir no, pues ¿qué se sentirá? Y las pruebas y primero te da así chido el alucine. Te gusta. Ya después empiezas a ir ya no tanto porque te guste sino por la necesidad de tenerla, de que tu cuerpo la pide…”

En el 2001, la pareja suiza volvió al Cono Sur y por espacio de ocho meses viajó por Brasil, Argentina, Perú, Chile para visitar diferentes hogares para menores desprotegidos. Ese año, con un enorme bagaje de conocimientos pero, sobre todo, con una gran decisión, buscaron, hallaron y modificaron la casa que les da asiento en pleno corazón de la Perla de Occidente.

El fácil acceso al infierno

“Yo casi probé todas, pero en ninguna me clavé más que en el toncho*. No sé de donde la traigan, pero muchos la venden. Vas caminando en la calle y te ofrecen. Yo vivía para la droga, pura droga. La comida pus la regalaba. Andando drogado no sientes nada. Todo lo que te dicen te vale y, de hecho, yo conozco muchos compas que se drogan y quedan locos…”

Un año después el Refugio abrió sus puertas. Desde entonces, más de un centenar de chiquillos de entre 6 y 16 años han pasado por ellas. Algunos chicos llegan sólo a comer, otros se quedan uno o dos días. Sólo a aquellos que permanecen más de tres se les abre un expediente.

Amor en libertad

“…sin sentido de nada. Les hablabas y nada, nada más se te quedaban viendo y tu veías que era por eso. Y aún cuando los veías cómo quedaban, te valía y seguías. Aunque vieras a uno todo flaco y que se está muriendo.. Yo conozco cuates que están grandes y tartamudean. Yo también a veces como que tartamudeo, pienso que es por eso. Unos se quedan, ya no tienen ni reflejos… nada”.

Heidi y Pedro es un lugar muy especial dentro de los hogares para niños de la calle… Ahí los chicos reciben alimentos, tienen un techo, el apoyo de una estructura psico-pedagógogica que les propone un futuro mejor…. la palabra amable que tal vez no escucharon nunca…

“Lo que más me gusta es que apoyan a los de aquí y los escuchan. A mí no me gusta mucho platicar, nada más con mi educador y con Doris… Voy a la escuela. Estoy estudiando primaria. Mi idea es meterme como de policía o un servicio pues así como bomberos o protección civil, porque me han ayudado mucho a mí ellos y me gusta cómo apoyan y no sé… se me hace bien su trabajo. Quisiera andar como ellos…”

…y, muy en particular, la libertad de elegir: las puertas del Refugio permanecen abiertas y corresponde a los chicos decidir qué lado del quicio prefieren…

swissinfo, Marcela Águila Rubín, de vuelta de Guadalajara

Se estima que 100 millones de niños y niñas viven y trabajan en las calles de las ciudades del mundo en desarrollo. De ellos, 40 millones están en América Latina.

La diferencia entre niños en situación de calle y niños de la calle, es que mientras lor primeros ganan el pan en las aceras pero tienen un techo y una familia, los segundos carecen de todo.

En la República Mexicana, alrededor de 100.000 niños perviven en la selva de asfalto.

En Guadalajara, segunda ciudad de la República Mexicana, la cifra asciende a 7.000.

Los niños de la calle de Guadalajara tienen acceso a diversos productos tóxicos: tonzol, piedras, cemento, mariguana, cocaína.

El principal es el tonzol porque es el más económico y el más accesible.

Se trata de una mezcla de solventes, pegamento de PVC, gasolina blanca, thiner y vainilla.

Los usuarios revuelven todos los ingredientes y con el producto resultante bañan una estopa, un trapo o un un papel y lo inhalan.

Tiene un rango de adicción de tres días nada más, o sea que a la tercera vez que se consume tonzol en forma continua ya se es adicto.

‘La piedra’ es una substancia muy fuerte que se produce a partir de la goma de la cocaína.

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