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El sufrimiento en el trabajo, tema tabú

La oficina, un lugar donde los suizos sufren cada vez más. Lars Turnbjörk/Vu

Los suizos sufren cada vez más en el trabajo, lo que afecta no solamente la productividad del país, sino también la salud de la población. Y a pesar de las alertas de especialistas, los medios políticos y económicos mantienen oculta esa situación.

Con una tasa de desempleo del 3,4%, un sitio codiciado en el campeonato mundial de la competitividad y una deuda pública casi inexistente, Suiza parece un OVNI en el centro de una Europa en plena crisis. Conocidos como laborantes asiduos y comprometidos con el valor del trabajo, los suizos buscan preservar su modelo económico.

Pero la moneda tiene su reverso: más de una tercera parte de los suizos confiesa que su trabajo es excesivo, un aumento del 7% en diez años, de acuerdo con la Secretaría de Estado de Economía (Seco). El estrés crónico y sus efectos sobre la salud (depresión, agotamiento, enfermedades cardiovasculares, problemas músculo esqueléticos, etc.) disparan las tasas de absentismo y producen efectos negativos en la productividad.

Según estimaciones consideradas fiables por la Seco, los costos de esa situación podrían ascender a 10 millones de francos por año para las empresas y la comunidad. En un informe publicado en 2010, la Oficina Federal de Estadística destaca la amplia exposición de los trabajadores a los riesgos psicosociales, que han superado a los riesgos físicos: el 41% de los encuestados afirma resentir fuertes tensiones psíquicas en el trabajo.

Los problemas psicosociales relacionados con el trabajo se manifiestan de varias formas:

El estrés crónico es el resultado de un desequilibrio entre las obligaciones que percibe un individuo y los recursos que tiene que hacerles frente. Las solicitaciones permanentes, las interrupciones constantes en el trabajo, la cantidad de información a administrar o las nuevas tecnologías son factores de estrés.

El ‘burn-out’ se deriva de una situación de estrés prolongado y se manifiesta por un agotamiento físico, mental o emocional. El ‘bore-out’ o síndrome de aburrimiento debido a la falta de trabajo y la  el falta de satisfacción en el marco profesional.

Hablamos de ‘presentismo’ cuando el empleado, angustiado por la idea de perder su trabajo, va a trabajar a cualquier precio. Según algunos expertos, el costo generado por la pérdida de productividad asociada a este síndrome sería más alta que la generado por el absentismo laboral.

Los neurobiólogos reconocen la hiper implicación emocional como una tendencia obsesiva que entra en el ámbito de las adicciones conductuales. Se traduce en particular, por un intenso deseo de triunfar y un excesivo miedo al fracaso, sin que haya necesariamente grandes cosas en juego.

Las personas concernidas por estos trastornos manifiestan insomnio, fatiga aguda, alta irritabilidad, cólera, una actitud cínica hacia el trabajo o la sociedad. Los síntomas somáticos son numerosos: enfermedades cardiovasculares,  dolores de cabeza o de espalda, problemas digestivos, articulares o sexuales, alergias, cáncer, infecciones ORL, etc.

Una situación que empeora

Estos estudios están lejos de integrar la verdadera magnitud del problema, subrayan sin embargo los expertos. “La situación es crítica desde hace una década, pero empeoró desde 2008”, dice Brigitta Danuser, directora del Instituto Universitario de Salud en el Trabajo de Lausana.

Psiquiatra de Ginebra, especializado en medicina del trabajo, Davor Komplita es cada vez más solicitado: “Observo una agravación tanto cualitativa como cuantitativa del fenómeno. El estado clínico de las personas que vienen a consulta a menudo está ya muy degradado. Mis colegas, especialistas o generalistas, hacen la misma constatación”.

La presión del rendimiento y de la competencia, la precarización, la generalización del trabajo en oficinas open space (espacio abierto), los conflictos entre colegas, así como la exigencia de disponibilidad  junto con las innovaciones tecnológicas son factores que explicarían la creciente degradación de la salud con respecto al trabajo.

En paralelo, casi una de cada dos personas activas sufre de hiperimplicación  emocional en el trabajo, según un reciente estudio internacional. “Nuestra sociedad está organizada en torno al trabajo. La realización en él se ha convertido en una obligación, subraya Brigitta Danuser. Sin embargo, contrariamente a las afirmaciones de los empleadores, solamente entre el 10 y el 20% de los puestos la permiten realmente”. “Una situación que engendra  frustración y decepción y que puede entrañar el ‘burn-out’ o síndrome de agotamiento profesional.

Los psiquiatras estiman que la organización misma del trabajo se ha hecho patógena. “En solamente una o dos generaciones, hemos logrado libertades individuales y un reconocimiento de los derechos humanos como nunca antes. Pero, paradójicamente, las relaciones en el trabajo son cada vez más verticales, autoritarias. Eso se observa en el sector privado, pero aún más en la administración y los servicios públicos”,  señala Davor Komplita.

Entre 2000 y 2010, el número de personas con estrés crónico pasó de 26,6% a 34,4%, según  un estudio de SECO. La proporción de trabajadores que dicen sentirse poco o nada estresados cayó a 12,2% contra 17,4% hace una década. 

Los autores del estudio no constataron diferencias con base en el área económica, el grupo profesional o el sexo. De manera contraria, el número de trabajadores jóvenes estresados (entre 15 y 34 años) es más elevado que el promedio.

Los expertos estiman que la gran mayoría de consultas con médicos generalistas (más de 90%) obedecen a situaciones de estrés.

Según un estudio de Promotion Santé Suisse, el empleado estresé es menos productivo y ocasiona pérdidas de hasta 8.000 francos por año. 

Suiza, en retardo

Cualesquiera que sean las causas del descontento en el mundo laboral, Suiza no está equipada para enfrentar la situación. “Nuestro país cuenta con un total de 150 médicos del trabajo, la mayoría especializados en riesgos físicos clásicos (toxicidad, cáncer, etc.). Según el plan global de acción de la OMS, todos los empleados deberían tener acceso a un servicio de consulta de salud en el trabajo. En Suiza aún estamos muy lejos de ello”, explica Brigitta Danuser.

Para paliar esa deficiencia, el Instituto Universitario de Salud en el Trabajo abrió el año pasado un centro de consulta, bajo el modelo de lo que se hace en Francia desde hace diez años. “Ya tenemos listas de espera. Eso demuestra que atendemos una necesidad real”.

Aunque en la Suiza de expresión francesa la población esté un poco más sensible a la problemática, influenciada en particular por la difusión de los suicidios en la empresa France Telecom, Brigitta Danuser no encuentra grandes diferencias culturales entre las regiones del país. “Es un problema suizo. Alemania dispone, por ejemplo, de una sofisticada infraestructura en medicina del trabajo”. La especialista acusa a un mundo del trabajo muy liberal en el que “el sufrimiento pertenece a la esfera privada y es un tabú en el espacio público”.

Las iniciativas parlamentarias presentadas sobre el tema en la última década se pueden contar con los dedos de una mano. “En Francia, la Asamblea Nacional decidió crear un órgano de medicina del trabajo”, indica Davor Komplita. “Es pues un acto puramente político. Por desgracia, en materia de salud pública, Suiza piensa solamente en términos individuales y presupuestales. Sin embargo, la salud es una riqueza y una fuente de ganancias para las empresas”.

La reglamentación federal, por otra parte, casi no dice nada sobre los riesgos psicosociales, que no están reconocidos como enfermedades profesionales por parte de la Suva, el seguro nacional de accidentes del trabajo. “Arreglaron el problema considerando simplemente que no existía”, sostiene Davor Komplita.

Las empresas acusadas

La privatización del sufrimiento en el trabajo se observa en la proliferación de clínicas especializadas en el cuidado del ‘burn-out’. “Está muy bien atender a las personas, intentar devolverles el gusto por la vida. Pero cuando alguien es víctima de un traumatismo de guerra, se aborda la raíz del problema, no solamente se ofrecen paseos por el bosque. Esto también se aplica en el trabajo”, afirma Brigitta Danuser.

Por parte de las empresas, los esfuerzos realizados en los últimos años no convencen tampoco a los expertos en salud. Ciertamente, los seminarios de motivación, de estimulación del espíritu de equipo o de asesoramiento personal florecen. Pero ¿con qué resultados? “Los efectos no duran y la colegialidad pasa al olvido cuando se trata de saber a quién se le asignará un puesto de trabajo”, asienta Brigitta Danuser.

Para Davor Komplita, los métodos modernos de gestión, basados en la competencia y la inseguridad, se vuelven a mediano plazo contra la empresa, la cual “obtiene un aumento de la productividad aparente, pero resulta perdedora al final. Al guardar silencio, las personas no son más solidarias de la calidad global de la producción y cambian rápidamente de empleo, lo que engendra una pérdida considerable de experiencia. Para hacer funcionar procedimientos cada vez más detallados, pero a menudo irrealizables, hay que movilizar recursos, que se llaman solidaridad, diligencia, creatividad e implicación subjetiva. Hoy, muchos trabajadores han tirado la toalla”.

Traducción, Marcela Águila Rubín

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