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¿Cómo llegó Suiza a ser Suiza?

¿Ha pasado de moda la Suiza de 26 cantones?

¿Renunciar a la propia bandera cantonal? La mayor parte de los suizos no parece inclinarse particularmente por un cambio de la geografía institucional del país. Keystone

A intervalos regulares se discute en Suiza sobre la modificación de sus límites perimétricos internos, es decir, sobre los cantones pequeños y grandes. Esas ideas quedan -con la misma frecuencia-, en papel mojado o en el mejor de los casos son rechazadas en las urnas. Las suizas y suizos propenden evidentemente a mantener los trazos antiguos. Para bien o para mal.

El propio Napoleón debió ceder y agitar la bandera blanca. Tras la proclamación de la República Helvética en 1798, Francia quiso – inmediatamente después de que sus tropas ocuparon el país-, redefinir los límites de los cantones suizos mediante un comisario de gobierno, especialmente los de aquellos que se mostraron hostiles a la revolución.

“¿No están de acuerdo? Bien, ustedes lo han querido. Convirtamos pues a sus cuatro cantones en uno solo y reduzcamos vuestra influencia”, pudo haber dicho Jean-Jacques Rapinat cuando ordenó la fusión de los cuatro cantones centrales en uno solo que estaría integrado por Uri, Schwyz, Unterwalden y Zug.

Lo mismo ocurre en la Suiza oriental: Glarus, Sargans y la parte alta de Toggenburg compondrían el cantón Linth, mientras que St. Gallen, Rheintal y la parte baja de Toggernburg constituirían el cantón Säntis.

Pero el torbellino geográfico tuvo duración breve. El intento de dar a Suiza un sistema centralista y unitario encasquetado al de Francia fue un fracaso.

 “¿Nosotros, de Glarus igual que los de Appenzell”? ¿Y además gobernados por Berna? Nunca, queremos recuperar nuestra soberanía”, y quien celebre el nuevo orden debe ser liquidado. En vista de la situación insuperable, Napoleón decidió, en 1803, dotar al país de una nueva Constitución mayoritariamente federalista (Acta de Mediación) y restituir los límites cantonales a su forma anterior.

“Suiza no se parece a ningún otro Estado. Ni en su historia ni en su geografía. Tampoco en sus idiomas o costumbres. Cuánta es, por ejemplo, la diferencia entre sus habitantes de la montaña y los de la ciudad. La naturaleza ha dado diseño federalista a vuestro Estado. No es sabio quien quiere vencer a la naturaleza”, escribe Napoleón en una carta dirigida a los delegados suizos que en ese año fueron llamados a París.

 Estabilidad extraordinaria

Tras el Acta de Mediación, los límites fronterizos cantonales sufren algunas modificaciones pequeñas a raíz del Congreso de Viena en 1815. Desde entonces, exceptuando la creación del cantón del Jura-, nada ha cambiado.

Eso no quiere decir que nadie lo haya intentado o que a intervalos periódicos se hayan presentado proyectos más o menos utópicos que por regla general sugerían una reducción drástica de los cantones.

En una democracia directa como la de Suiza, el electorado es quien decide si uno o varios cantones deben fusionarse y no puede ordenarse desde instancias altas, como es el caso en Francia que recientemente disminuyó de 22 a 13 sus regiones europeas. Todos los intentos previos muestran, sin embargo, que la idea de crear supercantones tiene ínfimas posibilidades y no pasa de ser un deseo.

Hace pocos meses, en septiembre de 2014, el electorado votó, por ejemplo, sobre la propuesta de fusionar los semi-cantones Basilea-Ciudad y Basilea-Campo. Tal como ocurrió en 1969, Basilea-Ciudad estuvo de acuerdo con el proyecto (55% Sí), mientras que Basilea-Campo dijo claramente No (68%).

¿Sistema obsoleto?

A juicio de varios observadores, este sistema de 26 cantones es obsoleto. Muchos cantones serían sencillamente muy pequeños para oponerse a los retos de la mundialización y resolver una serie de problemas que van más allá de las fronteras cantonales.

Jean-Claude Rennwald, del cantón de Jura y antiguo consejero nacional (diputado) por el Partido Socialista, publicó recientemente un libro donde reactualiza la idea de un gran cantón formado por Neuchâtel, Jura y Berna. “’Cuanto más grande’ no es el fin en sí, pero en un mundo que consta de unidades cada vez más grandes, ya no es posible seguir actuando como enanos”, escribe en un artículo publicado por la revista ‘L’Hebdo’.

“El federalismo actual ya no corresponde a los espacios vitales que han crecido”  François Cherix

El federalismo actual “ya no corresponde a los espacios vitales que han crecido”, dice François Cherix, uno de los promotores principales de la iniciativa que en el 2002 propuso la fusión de los cantones de Ginebra y Vaud (rechazado en las urnas con 80%). Es cada vez mayor el número de personas que viven en un lugar, trabajan en otro e incluso pasan su tiempo libre en un tercer cantón.

Entonces, ¿para qué tener 26 policías cantonales si el delito no reconoce fronteras cantonales? ¿Por qué ante la constante alza de los costos de salud se sigue planificando a nivel cantonal en vez de hacerlo en un plano suprarregional?

¿Por qué ha llevado tantos años el armonizar la educación escolar? Y, ¿por qué, a pesar de esa armonización, hace falta tener mucha paciencia hasta comprender los misterios del nuevo sistema cuando uno cambia de cantón? Ni hablar del comienzo del año escolar, las semanas de vacaciones, los planes de estudio…que por supuesto no difieren únicamente de cantón a cantón, sino que a veces también de comuna a comuna. 

“Cuando la gente pregunta si es útil tener dos administraciones o dos sistemas escolares diferentes dicen: ‘No, es inútil, nos complica la vida’. En cambio si se trata de un aspecto de identidad no están dispuestos a un cambio de sistema. Eso me parece paradójico”, señala Cherix.

Trabajo gigantesco

A Nicholas Schmitt, catedrático en el Instituto del Federalismo en la Universidad de Friburgo, le alegra que sea así: “Para el Estado federal es una gran ventaja que los estados de la Confederación tengan fronteras definidas, que no se cuestionen constantemente”.

La fusión de cantones provocaría además problemas técnicos y jurídicos serios: “Los cantones tienen muchas competencias. Suiza es probablemente, junto con Canadá, la federación más descentralizada del mundo. La armonización de sistemas en la gestión del agua y el bosque, del estatuto del funcionario o de la jurisprudencia implicaría un trabajo gigantesco”, dice Schmitt.

Aun así, el proceso de armonización es inevitable, responde François Cherix. El aumento exponencial de los concordatos inter-cantonales –uno de los instrumentos de cooperación preferido por los cantones-, es el espejo de esta evolución: en la actualidad son unos 800, gran parte de los cuales fueron suscritos en los últimos veinte años.

Ese tipo de acuerdos son elaborados para distintos sectores: desde el cumplimiento de sanciones penales, pasando por las Escuelas Superiores (universidades) y la adjudicación de obras públicas hasta la lucha contra la violencia en el deporte.

“Es una manera de centralización, escondida, que crea niveles de poder entre la Confederación y los cantones. Se forman evidentemente regiones nuevas, más grandes, sin que la gente se dé cuenta de ello. El resultado es que los cantones pierden sustancia”, explica Cherix.

“Al final quedarán los 26 cantones, pero dejarán de ser aquellos cantones que conocemos. Regentarán un federalismo de ejecución, serán 26 distritos que apliquen decisiones tomadas en otra parte. Mientras conserven sus banderas e himnos cantonales seguirán felices y contentos”.

“Tocar el equilibrio institucional significaría abrir la caja de Pandora”
Nicolas Schmitt

Identidad ante todo

Nicholas Schmitt admite que la cooperación es más necesaria que nunca. Pero el aspecto central, enfatiza, es el de la identidad. “Debemos distinguir entre identidad y competencias. El ciudadano común no sabe con exactitud cuántas competencias tiene su cantón y, a fin de cuentas, tampoco le es muy importante. Lo importante es saber si él es de Appenzell, St. Gallen o de Vaud. Especialmente en una época de globalización como la actual”.

Los 26 cantones de hoy en día representan una distribución ideal del país en pequeños territorios que “no se sustentan en divisiones étnicas”. Romper esa cuadrícula geográfica significaría modificar el equilibrio de siglos, precisa Schmitt.

“Si se llegara a una separación de idiomas –como ocurre, digamos, en Irak con los suníes, chiitas y kurdos-, el Valais tendría que juntarse, por ejemplo, con un cantón de la Suiza de lengua francesa. ¿Pero qué pasaría con el Valais Alto (Oberwallis) de idioma alemán?  En un super-cantón francófono se sentiría como en una reserva de indios norteamericanos. Los del Valais Alto dirían entonces: ‘de ninguna manera queremos formar parte’ y se unirían al cantón de Berna”, supone el experto en federalismo.

“O como si la Suiza de expresión alemana del norte rico y protestante quisiera juntarse con la Suiza central, católica y menos rica. Resurgiría el ‘Sonderbund’ de Suiza (conflicto que en 1847 enfrentó a los siete cantones católicos conservadores y los 15 cantones liberales, concluido con la victoria de los últimos)… Suiza es un país de diversidad extrema, un país cuya vastísima diversidad, asentada en un pequeño territorio, es tal vez única en el mundo. El querer modificar esos equilibrios institucionales sería como abrir la caja de Pandora”.

Traducido del italiano por Juan Espinoza

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