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La fusión nuclear de elite se establece en Francia

Las futuras instalaciones del ITER, en un lugar de tradición en las investigaciones nucleares (ITER). ITER

Los científicos suizos aplauden la elección de Cadarache (sudeste de Francia) para la instalación del ITER, el reactor experimental de fusión termonuclear.

En Lausana, Villigen y Basilea, se trabaja con esa forma de energía desde hace décadas. Un profesor de la EPFL dirige el programa europeo de fusión.

Inicialmente, la decisión tenía que haber sido tomada hace 18 meses. Empero, la atribución de un proyecto apoyado por prácticamente todos los países industrializados del mundo y que va a generar 10 mil millones de euros en inversiones a lo largo de 30 años, no es un asunto simple.

Tras la renuncia de España y de Canadá, sólo quedaban en la competencia Europa -reunida alrededor de la candidatura francesa y apoyada por Rusia y China-, y Japón, que contaba con el sostén de Estados Unidos y Corea. Y fue la primera la que triunfó, en el curso de una reunión efectuada el martes (28.06) en Moscú.

Los nipones, que sólo fueron derrotados en el último momento, obtuvieron, es cierto, amplias compensaciones. Abastecerán el 20% del personal y recibirán 20% de los contratos industriales vinculados con la construcción del ITER. Además, Europa habría aceptado financiar un programa de investigación paralelo, a realizarse en Japón.

Suiza hace más que una mera figuración

Situado a proximidad de Aix-en-Provence, 70 kilómetros al norte de Marsella, Cadarache se encuentra prácticamente “a nuestra puerta”, como lo subrayó con satisfacción Jean-Pierre Ruder, responsable de la Secretaría de Estado para la Educación y la Investigación.

Esa situación facilitará la participación de los científicos suizos en el proyecto, mismos que, en el campo de la fusión, disponen de una experiencia de varias décadas.

En el Centro de Investigación de Investigación en Física de Plasmas (CRPP) de la Escuela Politécnica Federal de Lausana (EPFL), en el Instituto Paul Scherrer de Villigen, en Argovia, y en el Instituto de Física de la Universidad de Basilea, al menos un centenar de investigadores han trabajado durante los últimos diez años en proyectos de fusión, particularmente vinculados con el ITER.

Especialidades suizas para el futuro reactor: los tubos a micro-ondas que servirán para calentar el plasma y sus equipos auxiliares, los instrumentos de medición, los cables supra-conductores y nuevos materiales capaces de resistir un bombardeo constante de neutrones.

Todo ello, sin olvidar que el director del CRPP, el profesor Minh Quang Tran, fue designado, hace dos años, presidente de la EFDA (Acuerdo Europeo para el Desarrollo de la Fusión termonuclear), lo que constituye un reconocimiento de las capacidades del EPFL en ese campo.

Cabe recordar también que si las cámaras a vacío cilíndricas que sirven de reactor de fusión son una invención rusa, el lanzamiento del proyecto ITER es una consecuencia directa de la cumbre histórica entre Ronald Reagan y Mijail Gorbachov, realizada en Ginebra en 1985.

La energía del siglo XXII

Eso significa que el ITER no será sólo un reactor experimental. La fusión podrá salir de los laboratorios, pero su explotación industrial en la producción de corriente no se logrará de un día para el otro en vista del alto número de desafíos a superar.

“El primer reactor podrá generar electricidad a la red en unos 50 años”, estima prudentemente Kurt Appert, vice director del CRPP. “Y, en 100 años, se puede imaginar que de 10% a 20% de la energía consumida en el mundo será producida por la fusión”, añade.

La perspectiva de una energía limpia e inagotable es, pues, aún lejana. Demasiado lejana para los movimientos ecologistas con Greenpeace a la cabeza, que denuncian que el ITER es un proyecto “costoso, incierto y peligroso”.

Peligroso, en particular, porque Cadarache está situado en una de las zonas de Francia donde el riesgo sísmico es más elevado. Sus promotores no lo niegan, pero prometen construir edificios capaces de resistir a un sismo de magnitud de 6.5 grados (Richter), que jamás se ha producido en la región.

swissinfo, Marc-André Miserez
(Traducción, Marcela Águila Rubín)

La fusión termonuclear es la energía de base del universo.

En las centrales nucleares clásicas, ‘se rompen’ átomos muy gruesos, mientras que una central a fusión hace fusionar átomos muy ligeros.

Para fusionarse, los átomos deben ser calentados a cerca de 100 millones de grados. A esa temperatura, la materia se presenta como una suerte de ‘sopa’ de partículas elementales, nombrada plasma.

Para evitar que el calor del plasma vaporice las paredes del reactor, se confina en un poderoso campo magnético.

El combustible de la fusión se encuentra en superabundancia en la superficie de la tierra. Se trata del deuterio y del tritio, dos isótopos del hidrógeno.

Para producir la cantidad de electricidad consumida anualmente en Suiza, hay que quemar el equivalente de 30 super tanques de petróleo, de un tren de carbón de 3000 kilómetros de longitud, de 1000 toneladas de uranio, o de algunas centenas de kilos de deuterio y de tritio.

Producción ‘limpia’. Es cierto que la fusión produce desechos ‘sucios’.

Las paredes del reactor sufren un bombardeo incesante de protones que alteran la estructura y las hacen radioactivas, por lo que tendrán que ser reemplazadas cada cinco o seis años.

Uno de los mayores desafíos es el de encontrar materiales que, sometidos a ese tratamiento, pierdan su radioactividad al cabo de 100 a 200 años, en lugar de las decenas de millares de años necesarios para que los desechos de las centrales a fisión actuales vuelvan a ser inofensivos.

En cambio, el riesgo de explosión o de reacción en cadena es nulo en un reactor a fusión. En caso de fuga, la reacción se detiene por sí misma.

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