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La mano de obra extranjera, pilar de la relojería suiza

Operación de montaje en la Fábrica Relojera SA de Fontainemelon. Baechler Emile, Attinger, 1961

Al igual que otros sectores de la economía helvética, la industria relojera se desarrolló y consolidó gracias también al esfuerzo que aportó la mano de obra extranjera, en particular de las operarias italianas. Es lo que sostiene el historiador Francesco Garufo.

“Bajo el dominio de los Borgia, Italia vivió treinta años guerras, terror, homicidios y estragos. Pero de esa época son también Miguel Ángel, da Vinci y el Renacimiento.

Suiza ha conocido la fraternidad, quinientos años de democracia y paz. ¿Con qué resultado? El reloj de cuco. Bueno, tampoco, ya que lo inventaron los alemanes. Pero Suiza sí ha producido relojes – ¡y qué relojes! – como diría con sarcasmo Orson Welles, autor de esa cita extraída de su obra ‘El tercer hombre’.

Polémicas aparte, si los relojes suizos forman parte del imaginario colectivo es en parte gracias a la mano de obra extranjera, y en especial la italiana, que contrataron las fábricas helvéticas a partir de la Segunda Guerra Mundial y, sobre todo, a partir de los años 50.

“El sector conservó su competitividad gracias al trabajo de los emigrantes o mejor dicho de las operarias”, señala Francesco Garufo. Este investigador de la Universidad de Neuchâtel es autor de una tesis doctoral sobre la migración en la industria relojera entre 1930 (cuando el Gobierno comenzó a intervenir para respaldar al sector) y 1980, periodo que marca el fin de la crisis que revolucionó totalmente al sector.

swissinfo.ch: ¿Qué peso tiene la mano de obra extranjera en la industria relojera?

Francesco Garufo: Hasta la primera mitad de los años 50, la industria relojera limitó la inmigración. Pero a partir de la década de los 60, recurrió cada vez más a los trabajadores extranjeros. Y a inicios de los años 70, 20.000 de los 90.000 obreros que empleaba el sector eran extranjeros.

En un contexto de creciente competencia internacional, la relojería suiza está condenada a crecer para no perder sus partes de mercado. Pero ese crecimiento pasa también por el control de los costes de producción y el reclutamiento de mano de obra extranjera – sobre todo femenina – cuyos salarios eran inferiores.

swissinfo.ch: ¿Por qué se intentó frenar la inmigración hasta de mediados de los años cincuenta?

F.G.: Uno de los principales argumentos invocados entonces era el miedo a una transferencia de tecnología. Se temía que la mano de obra extranjera, una vez formada, regresara a su país y compitiera con el sector relojero suizo. El argumento caló hondo en el cartel relojero, que se formó a partir de los años 30 gracias a la intervención del Estado. Uno de los objetivos del cartel era, precisamente, luchar contra el desarrollo de una competencia extranjera. Y además pretendía limitar el aparato de producción, evitar demasiadas quiebras en caso de crisis.

La segunda razón tiene un trasfondo sindical. En el contexto de ‘paz laboral’ (negociada con la patronal) que reinaba desde 1937, los sindicatos querían limitar la competitividad en el ámbito salarial.

swissinfo.ch: ¿Esta tentativa de frenar la inmigración es propia de la industria relojera?

F.G.: Sí, la relojería se encuentra en la situación inversa al resto de los sectores económicos. Y cuando decide suspender estas limitaciones es el Estado el que adopta en 1963 medidas para contener la inmigración. A partir de esa fecha se empieza a hablar de sobrecalentamiento de la economía. Se llega a un punto en el que el crecimiento genera problemas, sobre todo en términos de infraestructura. Y se considera a los extranjeros como parte de este problema de crecimiento desmesurado. En este contexto nacen los movimientos xenófobos.

La relojería, no obstante, logra esquivar las limitaciones cuando en 1966 consigue que los trabajadores fronterizos dejen de formar parte de los contingentes de mano de obra extranjera. A partir de entonces los fronterizos sustituyen a los trabajadores llegados de más, sobre todo de Italia.

swissinfo.ch: ¿Cómo se reclutaba la mano de obra en Italia?

F.G.: Las empresas más importantes utilizaban la vía oficial y se dirigían directamente al Estado italiano.

En el caso de Tissot, que he estudiado a fondo, la estrategia se basaba sobre todo en los contactos con italianos afincados en Suiza. Al examinar los archivos de esta empresa, me percaté por ejemplo de que contrató a muchas chicas de Roncola, un pueblo de 300 almas en la región de Bérgamo. En 1955, el responsable de personal de Tissot le dijo a un albañil conocido que buscaba operarias. Y éste se trajo a su hija,  a su sobrina, luego a la amiga de la sobrina y así sucesivamente. Una vez encontrado un alojamiento, se creaban los flujos migratorios. En el caso de Roncola, he podido recorrer treinta años de trayectoria de 322 personas que abandonaron el pueblo. La mitad emigró a otras regiones del norte de Italia. El resto al extranjero, casi todas a la región suiza del Jura.

Y luego hay una vida intermedia, o sea empresas que apelaban directamente a los párrocos o a los alcaldes de estos pequeños pueblos de montaña italianos.

swissinfo.ch: ¿Y qué les motivaba a emigrar?

F.G.: Naturalmente, el factor económico era importante, pero no el único. En las entrevistas que realicé con varias familias se citó también el deseo de emancipación. Además, era más fácil irse a vivir con una hermana o prima ya instalada en Suiza que mudarse a Milán sin disponer allí de una red social. Las labores domésticas –que era del destino de las mujeres de no haber emigrado- apenas eran apreciadas. El trabajo industrial –aunque duro y repetitivo-, en cambio, se valoraba más, ya que representaba la modernidad.

swissinfo.ch: ¿Y por qué se contrataron sobre todo a mujeres?

F.G.: Porque no representaban una amenaza para los empleados suizos. Se argumentaba que las mujeres trabajaban durante poco tiempo, que su trabajo era complementario al del marido, que no adquirían cualificaciones específicas y que por ello no constituían un peligro para la transferencia de tecnología.

Además, cobraban mucho menos, lo que también se aplicaba a las mujeres suizas. Es más, basta con mirar las estadísticas de la Oficina Federal de Industria, Artes y Oficios y Trabajo. Había un promedio salarial para los trabajadores cualificados, otro para los operarios semicualificados o no cualificados y un tercero para la mano de obra femenina.

swissinfo.ch: Una mano de obra poco cualificada…

F.G.: Sí, porque con la introducción de métodos de fabricación cada vez más automatizados se necesitaba mano de obra sin una formación específica. Al revisar los archivos de Tissot puede constatar que de un total de más de 300 italianos e italianas contratados entre 1966 y 1974, los cualificados no representaban ni siquiera el 10%.

La mano de obra cualificada, no obstante, era necesaria, pero se reclutaba al otro lado de la frontera, en Francia.

swissinfo.ch: ¿En qué medida el reclutamiento de mano de obra extranjera ha incidido en la industria relojera?

F.G.: Sin duda alguna facilitó la automatización de la producción. Para la mano de obra local, formada en los métodos tradicionales, la producción en cadena no era ni interesante ni gratificante. La contratación de trabajadoras favoreció estos cambios gracias a los cuales la industria relojera suiza pudo preservar su competitividad.

A semejanza de los carteles de otros sectores industriales, el relojero se constituyó progresivamente después de la Primera Guerra Mundial, cuando la falta de pedidos de material militar puso fin a un periodo de gran crecimiento.

El Estado interviene en la relojería en 1931 y crea la Sociedad General de Relojería Suiza, una especie de holding que controlaba financieramente la fabricación de ‘ébauches’ (conjunto de piezas por pletinas, cubo y tren de engranajes) y otros componentes, como péndulos y espirales. De esta manera, las autoridades pueden controlar el mercado.

Además de regular los precios, los objetivos del cartel eran mantener un equilibrio entre los diversos actores, definiendo las actividades de cada uno de ellos, y controlar las exportaciones, sobre todo para evitar las transferencias de tecnología.

A partir de los años 60, paralelamente a la liberalización económica, comienza el desmantelamiento progresivo del cartel.

La industria relojera se encuentra principalmente en los cantones de Neuchâtel, Berna, Ginebra, Solothurn, Jura y Vaud. Representa el tercer sector de exportación en Suiza, después de la maquinaria y la química.

El sector alcanzó su auge a finales de los años 60, con cerca de 90.000 empleados en más de 1.500 empresas.

A comienzos de los años 70, la industria vivió una profunda crisis con la llegada de los relojes de cuarzo de fabricación asiática.

A mediados de los años 80, las 500 a 600 empresas que sobrevivieron empleaba a cerca de 30.000 personas.

El relanzamiento del sector se produce en dos etapas: la producción de modelos en masa, sobre todo los relojes Swatch; y el éxito de ventas de modelos de lujo en el último decenio.

En 2000, la industria relojera empleaba a 37.000 personas en 575 empresas. En 2008, contaba con 53.000 asalariados (629 empresas): a causa de la crisis, al año siguiente se perdieron 4.000 puestos de trabajo (y 20 empresas). Pérdidas que se compensaron con la recuperación del sector en 2010.

(Traducción: Belén Couceiro)

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