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La terrorífica masacre de Mai Kadra, en Etiopía, y sus numerosos interrogantes

Una fosa en los alrededores de Mai Kadra, en la región etíope del Tigré, el 21 de noviembre de 2020, con los cadáveres de cerca de veinte personas asesinadas afp_tickers

Decenas de cadáveres hacinados en una fosa al borde de una carretera, se pudren al sol en Mai Kadra, dos semanas después de la masacre en esta localidad del Tigré, región disidente en conflicto del norte de Etiopía.

El 9 de noviembre: cientos de civiles fueron asesinados, con palos, cuchillos, machetes y hachas, incluso estrangulados con cuerdas.

Pero estas atrocidades son objeto de acusaciones cruzadas que implican a cada parte del conflicto en el Tigré, donde las fuerzas gubernamentales se enfrentan a las tropas de las autoridades regionales del Frente de Liberación Popular de Tigré (TPLF).

El gobierno autorizó a un equipo de la AFP a visitar hace unos días Mai Kadra, que contaba con 40.000 habitantes antes del conflicto. Los residentes de etnia amhara, originarios de la región vecina del mismo nombre, acusan a sus vecinos de etnia tigré –la mayoría de los cuales abandonaron la ciudad– de haber participado en la masacre, cuando el ejército etíope se acercaba.

“Milicias y policías [de la región de Tigré] nos atacaron con armas de fuego, los civiles con machetes”, cuenta desde su cama de hospital Misganaw Gebeyo, agricultor de 23 años “Toda la población participó”, asegura.

Antes de que le golpearan con un machete y le dieran por muerto, escondido en su casa y aterrorizado, vio como a uno de sus amigos le decapitaban. “Querían exterminar a los amhara”, afirma.

El presidente del Tigré, Debretsion Gebremichael desmintió la implicación de las tropas leales al TPLF: “Esto no puede estar relacionado con nosotros […] Tenemos nuestros valores, nuestras reglas”.

– Ley del talión –

En el vecino Sudán, en cambio, los tigré de Mai Kadra, entrevistados por la AFP en los campos donde se encuentran ahora unos 40.000 etíopes, acusan al ejército federal y a las milicias amhara que le respaldan de haber atacado a civiles. El ejército tomó el control de la ciudad el 10 de noviembre.

“Los militares etíopes y las milicias amhara entraron en la ciudad, dispararon al aire y contra los habitantes”, relata Marsem Gadi, granjero de 29 años, refugiado en el campo de Um Raquba.

“Vi a hombres vestidos de civil atacar a los aldeanos con cuchillos y hachas”, explica. “Los cadáveres yacían en las calles”.

Antes de huir a Sudán, Marsem volvió. Su casa había sido saqueada. Su mujer y su hijo de tres años habían desaparecido: “No sé si siguen vivos”.

Elifa Sagada, igualmente sin noticias de su marido y sus dos hijos, está refugiada en el mismo campo y acusa a los “soldados de [el primer ministro] Abiy Ahmed” y a las milicias amhara “Fano”. “En la carretera, vi al menos 40 cadáveres”, cuenta.

Ante estos testimonios, Adís Abeba indicó que había recopilado “informaciones creíbles según las cuales agentes del TPLF se infiltraron en los campos de los refugiados que huyeron a Sudán para realizar misiones de desinformación”.

Sin embargo, según Fisseha Tekle, investigador en Amnistía Internacional, organización que desveló la existencia de esta masacre, los dos relatos “no son necesariamente contradictorios”: una especie del ley del talión étnica, que revela los peligros de un conflicto que podría convertirse en enfrentamiento comunitario.

Al dar a conocer esta masacre, la más sangrienta desde el inicio del conflicto en el Tigré el 4 de noviembre, la organización de derechos humanos no mencionó explícitamente a los autores.

Pero citó a testigos, que acusan a tropas tigré leales al TPLF de haber atacado durante su retirada a habitantes de la etnia amhara.

El martes, la Comisión Etíope de Derechos Humanos (EHRC), institución pública independiente, acusó a una milicia tigré, respaldada por las fuerzas de seguridad locales, de haber matado en Mai Kadra a al menos 600 personas.

El primer ministro Abiy, que lanzó la operación militar en el Tigré para expulsar al TPLF que le desafiaba desde hacía meses, vio en esto una razón más para justificar su asalto.

La investigación imparcial que reclaman la ONU y los defensores de derechos humanos parece poco probable a corto plazo, debido al bloqueo en las comunicaciones y las restricciones de desplazamiento a la prensa y observadores.

– “Limpieza étnica” –

Mai Kadra se libró de los impactos de obuses y balas que devastan otras localidades, pero sus heridas son probablemente más profundas.

Unas cincuenta tumbas recientes marcan el parque de la iglesia de la ciudad. Junto a las excavadoras, recipientes de desodorantes vacíos, cuyo contenido ya esparcido apenas logran cubrir el hedor.

“He visto el verdadero infierno aquí en Mai Kadra”, asegura el administrador de la ciudad, Fentahun Bihohegn, recién nombrado por el gobernador federal.

“Se ha cometido una limpieza étnica brutal contra el pueblo amhara”, continúa Fenthaum, de la misma etnia, y acusa a los “criminales” del TPLF.

Desde hace décadas, la relación de ambos pueblos está envenenada por las disputas territoriales.

El hecho de que Mai Kadra esté ahora dirigida por los amhara hace temer a largo plazo nuevas crispaciones.

Fentahun asegura que los amhara no buscan vengarse de los tigré y al igual que el gobierno de Adís Abeba, llama a los refugiados a que regresen de Sudán, ahora que los combates han terminado en esta zona.

“Nuestra idea es crear un lugar seguro para cada etíope”, dice. “Queremos convertir este lugar en un remanso de paz donde todos puedan vivir juntos”.

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