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Los mil y un rostros de Afganistán

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¿Está condenado Afganistán a convertirse en un espacio de miseria y ruinas? ¿Por qué un conflicto tan largo, por qué tantos esfuerzos de paz inconclusos?

Al respeto opina el etnólogo suizo, Pierre Centlivres, fundador del Instituto de Etnología de la Universidad de Neuchatel:

La crisis parece tan compleja y profunda que la situación actual no admite, aparentemente, cualquier solución e incluso cualquier explicación.

Ahora bien, este país tiene una historia y una configuración política, social e ideológica cuyo conocimiento permite comprender mejor la situación actual.

El reino de Afganistán, fundado en torno a la dinastía pathaan durante el siglo 18, fue neutralizado durante el siglo 19 por voluntad del Imperio Británico y de la Rusia Imperial. Se convirtió entonces en una Estado tapón con fronteras impuestas por sus poderosos vecinos, bloqueando así sus ambiciones territoriales. Esta situación de aislamiento contribuyó al retraso de su desarrollo y a la cerrazón de sus elites religiosas en una actitud conservadora.

La complejidad afgana no reside solamente en la multitud de sus tribus y de sus grupos étnicos que hablan unas treinta lenguas diferentes. Reside también en las fracturas ideológicas y culturales, entre dos concepciones diferentes del mundo y de la sociedad.

Una reposa en los valores tribales, en la autonomía del individuo y la fragmentación del tejido social.

Otra, por el contrario, aspira a la centralización del poder y a la construcción de un Estado-nación; aspiración encarnada durante mucho tiempo por la monarquía afgana.

Existe incluso un tercer concepto que impregna a toda la sociedad afgana y es de carácter supranacional: el Islam, practicado tanto bajo su forma tradicional, reactivado por el regreso a la fuente, como reformulado en un mensaje revolucionario.

Cada revolución aporta un amago de solución de esas contradicciones. Los talibán, aunque de origen tribal, afirman, por la voz del Mullá Omar, “el comendador de los creyentes”, ir más allá del código tribal afgano y restablecer la pura ley islámica. También manifiestan la ambición de asegurar el control del conjunto del territorio nacional.

El Mullá Omar hace pensar un poco en otros mullás de los siglos XIX y XX, los “mad mullás”, como los llamaban entonces los británicos, aunque no eran tan locos: líderes religiosos carismáticos reunían, en nombre del Islam, a las tribus divididas y las levantaban contra el opresor, al menos durante cierto tiempo.

Pero el movimiento talib y su jefe representan un fenómeno nuevo, a escala de todo el país e incluso en el conjunto regional, con un programa ambicioso de rigor y de purificación. Recientemente, bajo influencia del entorno de Bin Laden, el programa de Mullá se ha radicalizado, adquiriendo una dimensión internacional y anti occidental.

En la crisis actual, la hipótesis de un regreso de Zaher Shah parece una solución aceptable. Evoca otro Afganistán, limitado a sus fronteras nacionales, dotado de un régimen parlamentario, que aúne corrientes y facciones bajo la dirección del antiguo soberano.

Ninguna solución puede ser duradera sin que sea reconocido el papel de la mayoría pathaan. Pero hay que preguntarse si los otros grupos étnicos, cuya identidad se ha reafirmado en el curso del conflicto, aceptarían una hegemonía pathaan sin límites.

En todo caso, cualquiera sea la fórmula aplicada, la sociedad afgana sufrirá todavía importantes cambios.

Pierre Centlivres

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