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Los mozos de labranza han entrado en años

Un trabajador rural del asilo de Oeschberg. Keystone

En Oeschberg, cantón Berna, existe desde hace más de cien años un asilo para quienes otrora fueron peones y criadas del campo.

Visitarles es como hacer un viaje al pasado, ir hacia aquellos tiempos en los que apenas se iniciaba el uso de la maquinaria en la agricultura suiza.

Es un caluroso día de verano. Las y los habitantes del asilo de Oeschberg -en cuyos cuerpos asoma el paso de los años-, se encuentran sentados a la sombra. Algunos de ellos dormitan.

Los más jóvenes siguen haciendo las actividades de labranza que conocen de toda la vida. Es época de la cosecha de chícharos y de cerezas. Las grosellas ya están maduras.

El asilo también es una granja donde sus ocupantes pueden todavía trabajar la tierra con sus manos.

Los otrora sirvientes se dirigen casi sin hacer ruido del establo al granero, como si sus movimientos fueran en cámara lenta.

La indolente tarea contrasta con la imagen de la carretera aledaña, el viejo camino que lleva de Berna a Zúrich. El paso de los camiones retumba en el pavimento. Tan sólo hace dos días que uno de los residentes del asilo murió arrollado cuando cruzaba el paso peatonal cercano.

“Lástima”, dicen sus compañeros en el asilo. “Él no pudo disfrutar de sus pensiones en la edad del retiro.”

Paul, el mozo

Desde el establo de enfrente se va acercando la figura de Paul, arrastrando ligeramente una pierna. Como muchos de aquí, calza aún los típicos suecos de los labradores con los que por décadas ha caminado del establo al comedero de los animales.

Se acerca a la mesa donde estoy y se sienta: “¿Quiere preguntarme algo?. Entonces, pregunte.”

“Sí”, le digo, “Hasta ahora me pregunto por qué los lazos para amarrar las gavillas tenían en uno de sus extremos un disquito de madera…”

Paul se ríe: “Para amarrar las gavillas debíamos atar el lazo de cañamo varias veces en el platillo de madera. Así, a la hora de trillar se puede quitar con sólo jalar del cordel.”

Paul vivía en Oschwand, cerca de Herzogenbuschsee, donde también vivió el pintor Cuno Amiet, a quien conocía bien. “De 5 a 6 de la tarde venía siempre al restaurante para beber algo y charlar con la gente.”

Casi 60 años trabajó como mozo en el campo en la misma granja. “Vi como llegaron y se fueron tres generaciones allí.”

Como una costumbre

“Fui un niño sirviente. Pero, sabe usted, se ha exagerado mucho sobre nosotros, sobre los mozos al servicio de labriegos. La mayoría de los que yo conocí fueron bien tratados.”

“Naturalmente que también hubo otros que no la pasaron tan bien con sus tutores. Pero vivíamos en Suiza y había leyes. En caso de que algún niño hubiese sido tratado como esclavo, las autoridades hubieran intervenido. En la escuela también había alumnos que no la tenían nada agradable en la casa de sus propios padres.”

“Mire usted -continúa Paul-, se trataba casi como de una costumbre, de una tradición lo de los niños al servicio de los campesinos. Mis papás tuvieron siete hijos y sabían perfectamente que no podrían alimentarnos. Por otra parte, los agricultores estaban a la espera de poder conseguir nueva gente que les pudiera asistir en el trabajo.”

Asociación de Criados

Para Paul el momento de dejar a su familia llegó cuando asistía al cuarto año de primaria. Sus padres lo entregaron a una granja. La despedida no fue tan difícil, dice: “Yo sabía que tendría que partir y en donde llegué estuve bien”. Casi duró 60 años su estadía en la casa de sus tutores.

Atraído por nuestra conversación, Christian se ha acercado a la mesa. “Yo no fui un niño de esos y de cualquier forma me convertí en sirviente.”

Luego de terminar la primaria Christian trabajó como obrero para varias compañías. “Después me volví mozo labriego y ,puede creerme, no hubiera cambiado de ninguna manera el trabajo en la naturaleza por la aburrida vida en las fábricas”.

Después Paul narra que todos los sirvientes fundaron la Asociación de Criados Domésticos de Ochlenberg/Grasswill, algo así como un sindicato. “Además de unirnos se alcanzaron prestaciones en torno al salario, el tiempo libre y hasta vacaciones y prestaciones sociales. Cuando no había acuerdo entre el agricultor y el sirviente, acudíamos a la Unión Suiza de Campesinos.”

Pero Paul jamás requirió de un contrato.

La fiesta tras limpiar la nieve

En la conversación hablamos sobre las tareas de limpieza en el invierno. Los ojos le brillan a Paul al tocar el tema. Con un pesado triángulo de madera, tirado por hasta seis caballos, se limpiaba la nieve de los caminos.

Una labor que se convertía en un festejo. “Nosotros, los mozos y el maestro encargado de la limpieza de las calles éramos los conductores. Cuando liberábamos de la nieve a una granja, normalmente se ofrecía licor. Y había muchas granjas donde nos esperaban.”

De la yunta al internet

“¿Dónde se va a publicar lo que le digo?, me pregunta Paul repentinamente.

En Internet, le respondo. Christian toma la palabra: “No debe pensar que no sé de lo que se trata Internet. Mi cuñado me lo ha mostrado.”

Tampoco para Paul resulta una palabra extraña; un hombre que ha visto sustituir el caballo por el tractor, y a las máquinas que cosechan, segan y trillan dejar en el olvido a la gavilla. “Hoy día una sola persona puede trabajar el campo. Ya no se necesita mozos de labranza como nosotros, estamos por desaparecer.”

Cuando nuestra charla llega a los tiempos actuales, comienza a repicar una campana. “Hora del almuerzo”, dice Paul y de inmediato se hace un alboroto. Todos se dirigen al comedor para tomar el tentempié. Se acabó la plática.

Con prisa, todos suben las escaleras que conducen al salón. En la marcha, uno de ellos gira y me dice rápidamente: “En los años 47 y 49 hubo gran sequía”.

swissinfo, Urs Maurer, Oeschberg
(Traducido del alemán por P. Islas)

El libro intitulado ‘Mozos de labranza y criadas’ con fotos de Andras Reeg (Editorial Benteli) fue realizado en el asilo Oeschberg.

El libro muestra “la vida de esas personas sencillas y de edad avanzada en un asilo que cubre las necesidades de sus residentes”.

El asilo tiene 43 lugares y recibe a personas necesitadas de asistencia, que hayan servido en las tareas del campo.

El asilo se encuentra en Oeschberg, en el cantón de Berna, a cuatro kilómetros de la salida de la autopista hacia Kirchberg.

La casa de retiro tiene su origen en la fundación de los hermanos Ferdinand y Elise Affloter (muertos en los años 1903 y 1905, respectivamente).

Al asilo pertenece un pequeño negocio labriego con seis hectáreas de terreno cultivable y otras once de bosque. Los residentes del lugar pueden hacer uso libremente de la tierra.

Anteriormente, la estancia en el asilo era gratuita. Hoy, se paga entre 55 y 95 francos al día por cada huésped. La casa es autosostenible.

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