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Los profesores y las escuelas de Burkina Faso, en la mira de los yihadistas

Unos habitantes circulan en moto por el centro de Ouahigouya, en el este de Burkina Faso, el 20 de octubre de 2018 afp_tickers

En el norte y el este de Burkina Faso, los profesores se han convertido en uno de los blancos privilegiados de los yihadistas, en guerra contra la educación “occidental”, lo que obligó a cerrar cientos de escuelas y a la huida de educadores.

Los yihadistas “matan la educación poco a poco”, afirma Kassoum Ouedraogo, un profesor refugiado en Ouahigouya, en el norte de este país de África occidental.

“No quieren una escuela ‘francesa’, ‘la escuela de blancos’, como dicen aquí. Quieren una escuela en árabe”, explica Kassoum.

Burkina Faso, uno de los países más pobres del mundo, es víctima desde 2015 de recurrentes ataques yihadistas que ya dejaron 229 muertos, según un balance oficial de finales de septiembre.

En su lógica de control del territorio, los yihadistas convirtieron en blanco la educación. Cientos de escuelas tuvieron que cerrar, la mayoría en localidades agrícolas.

– Huída de profesores –

Kassoum, que enseñaba en Nenebouro, una localidad de 5.000 habitantes cerca de la frontera con Malí, durmió durante un tiempo en las casas de “los lugareños para que no [lo] localizaran”, en lugar de en la casa de la escuela.

Pero el asesinato en 2016 de uno de sus colegas y la creciente amenaza convencieron a los profesores de que había que abandonar la enseñanza.

“Un habitante me dijo un día: ‘Lo que ustedes hacen es una pérdida tiempo, no es trabajo, no es algo bueno'”, recuerda.

“Sentíamos realmente que había una aversión hacia la educación”, cuenta, indicando que es precisamente en esas zonas en las que hay que apoyar la educación.

Otro profesor, que pidió el anonimato y que ni siquiera quiere decir dónde se produjeron los hechos, cuenta una escena más violenta. “Un día, al pueblo llegaron unos hombres armados. Los alumnos corrieron para avisarme y fuimos a escondernos entre los matorrales. Los hombres ametrallaron las puertas de la escuela y luego lo quemaron todo”.

En Matiakoali (este) una decena de escuelas cerraron a finales de octubre ante las nuevas amenazas.

Los yihadistas habían pasado por mezquitas de pueblos a unos kilómetros de Matiakoali y habían pedido que se fueran los profesores, cuenta un maestro. “Nos reunimos con los profesores de pueblos vecinos y preferimos irnos”, explica.

“La situación es preocupante. Más de una decena de centros de educación secundaria cerraron, y en el caso de las escuelas primarias son cientos”, asegura Yssa Kintiga, del sindicato F-Synter.

“No se garantizan las condiciones de seguridad. Para nosotros nuestro discurso es claro: el Estado debe proporcionar los medios para garantizar la seguridad, para que todos los niños puedan tener acceso a la educación”.

Sobre las escuelas de la región planea la amenaza de meses, o incluso años, sin clases.

De momento, el Estado no fue capaz de garantizar militarmente la seguridad, y también se necesitan inversiones para convencer a los profesores de que regresen.

“La gente ya no va a la escuela, la administración huyó, pero no es algo irremediable”, considera por su parte Ly Boukary, profesor y miembro de Balai Citoyen, una oenegé que milita por la democracia y la buena gobernancia.

“El pueblo burkinés es un pueblo fuerte que puede sobrevivir” con la condición de “invertir y trabajar por que la población participe”, asegura.

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