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Esos judíos yugoslavos que huyeron a Suiza desde Valtellina

Grupo de niñas y niños con dos adultas
Para las niñas y los niños de Zagreb (entre ellos Vera Neufeld, la última chica con coletas de la derecha), los meses que pasaron en Aprica fueron relativamente tranquilos, hasta el 8 de septiembre de 1943. Vera Neufeld

Durante la Segunda Guerra Mundial, Suiza se convirtió en un refugio para miles de personas. Más de 50 000 prófugos civiles, en particular opositores políticos, así como numerosos judíos, fueron recibidos por la Confederación. Muchos ingresaron por las fronteras de los cantones del sur, limítrofes con Italia. Entre ellos, 218 zagrebíes, croatas originarios de la capital Zagreb, que habían estado previamente internados en la comuna italiana de Aprica, en la Valtellina.

Eran más de 200 personas, establecidas en la región de la Valtellina, a menos de 20 kilómetros de la frontera suiza. No todos eran judíos: había también disidentes políticos, comunistas, e incluso algunos ortodoxos. Venían huyendo de Croacia, en particular de la Ustacha, fuerza represiva que bajo el mando del feroz Ante Pavelic y la complicidad de las tropas fascistas italianas estacionadas -principalmente en la costa- los persiguieron cometiendo atrocidades inenarrables.

A principios de 1942 un grupo fue trasladado a Aprica: se trataba de diversos profesionales con sus familias, entre ellos un abogado, dos profesores, un dentista y dos médicos. Pero también había un zapatero, un sastre, un cocinero, el director de una cervecería y un antiguo director de banco. Los historiadores han enunciado diversas teorías sobre el hecho de que un país como Italia, que en 1938 había promulgado leyes raciales que retiraban todos los derechos a los judíos, acogió a otros judíos provenientes de la vecina Yugoslavia, asegurándoles incluso un apoyo financiero.

Una comunidad bien integrada 

Es un hecho que los zagrebíes vivían como “confinados libres”, en paz y en armonía con los lugareños. No se les permitía enviar a sus hijos a las escuelas oficiales, pero tenían sus propios maestros y, aunque se les impedía trabajar, algunos de ellos seguían ejerciendo secretamente su profesión prestando servicios a los habitantes de Aprica y beneficiándose también del respeto y el apoyo de las autoridades locales. Principalmente de Bruno Pilat, comandante del cuartel de los carabineros.

“Tras el armisticio del 8 de septiembre de 1943 y como resultado de la invasión de las tropas nazi fascistas en el norte de Italia, la situación para los zagrebíes se tornó difícil y debieron intentar escapar a Suiza”. Así lo relata Bianca, la hija de Bruno Pilat, autora del libro Un eroe a sua insaputa (Un héroe sin saberlo), precisa investigación histórica que reconstruye el rescate, promovido por su padre, de estas 218 personas. “Mi padre, en colaboración con dos sacerdotes, Don Carozzi y Don Vitalini, organizó la huida de ese grupo a través de las denominadas ‘rutas de los contrabandistas’, en el Valle de Poschiavo”.

Aunque fue una tierra de refugio para muchos, Suiza no fue sinónimo de acogida para todos durante la Segunda Guerra Mundial.

Muchas personas que buscaban refugio fueron rechazados en la frontera. Un ejemplo tristemente famoso es el de la senadora italiana Liliana Segre.

En los años 90, la Comisión Bergier, creada para arrojar nueva luz sobre la historia de Suiza durante la Segunda Guerra Mundial, llegó a la conclusión de que entre 1939 y 1945 unas 24 500 personas, tanto judías como no judías, fueron rechazadas. La propia Comisión Bergier había indicado que hasta la primavera de 1944, la mayoría de los civiles rechazados eran judíos.

Esta cifra es ahora cuestionada por varios historiadores, que a partir del análisis de nuevos documentos llegan a cifras considerablemente inferiores.

Al estudiar las llegadas desde Francia, de donde procedían aproximadamente dos tercios de los judíos que buscaron refugio en Suiza durante la guerra, la historiadora Ruth Fivaz-Silbermann llegó a la conclusión de que menos de 3 000 fueron rechazados.

La fuga hacia Suiza

El 10 de septiembre de 1943 los refugiados llegaron a pie y en autobús, amparados en la oscuridad, a Villa di Tirano y Bianzone, desde donde emprendieron los caminos de las montañas. “Cruzar la frontera y pisar territorio suizo no significaba que estuvieran a salvo. Los fugitivos croatas se aventuraron por la montaña sin tener la certeza de ser aceptados. Sin embargo, no tenían otra opción”, señala Bianca Pilat.

No se sabe mucho de Andrija Kornhauser, quien en ese entonces contaba con trece años. Como parte de un grupo de 71 personas, entre quienes estaba su padre, su madre y su hermano mayor, Andrija subió hacia el bosque cercano a Franteleone, por donde, junto con su familia, intentó entrar a Suiza. Les intimaron a volver sobre sus pasos, pero el grupo no se movió. “El soldado suizo que estaba de guardia no quería que ingresáramos a territorio helvético. Tras dos largas noches de hambre y frío nos dijeron que podíamos entrar. Recuerdo que los aduaneros nos ofrecieron bebidas calientes y luego nos llevaron a un centro de acogida donde permanecimos durante algunas semanas”, narra a tvsvizzera.it

También Vera Neufeld había llegado a Aprica junto con sus padres y su hermana Lea en marzo de 1942. Sus recuerdos sobre aquel periodo en Aprica son muy bellos: libertad de movimiento, juegos al aire libre, nuevos amigos con quienes pasaba el día. Y de repente, luego del 8 de septiembre de 1943, la necesidad imperativa de huir hacia Suiza. “Tenía siete años y no recuerdo bien – nos cuenta Vera–, aunque mi padre sí. Decía que al llegar a territorio suizo sentimos un alivio que nos provocó lágrimas de felicidad dado que la solidaridad de la guardia suiza fue muy grande. Uno de los soldados vino a nuestro encuentro ofreciéndonos uvas y nos ayudó a cargar nuestros equipajes en el camino hacia el valle”.

La solidaria acogida suiza 

La solidaridad helvética continuó en las fases posteriores a la acogida de los refugiados judíos. “Desde el Valle de Poschiavo, me enviaron primero a un centro de acogida en Gyrenbad y luego me confiaron a varias familias del cantón de Zúrich, entre ellas los Zambonin. Más tarde, estuve durante todo un año con Ernst y Sonja Jucker, de Tann-Ruti, para asistir a la escuela secundaria antes de volver a casa, una vez concluida la guerra. Les estoy muy agradecida, así como a todos los suizos por habernos salvado la vida. Considero que Suiza, a la que he vuelto muchas veces, constituye mi segundo hogar”, señala Andrija, vía telefónica, desde los Estados Unidos, donde reside desde los años 70.

“Una vez que nos llevaron a los centros de acogida, todos fuimos separados. Tras pasar unas semanas en los centros de Adliswil y luego de Gattikon, me acogió por primera vez una familia suiza en Zúrich. Luego me enviaron a un centro infantil en Ebersol. Y desde fines de 1944 hasta que concluyó la guerra, viví con la familia Wettstein en Winterthur. Pasaba las vacaciones con ellos todos los años, incluso después de volver a Croacia, y seguimos en contacto hasta que ellos murieron”, añade Vera Neufeld desde Sidney (Australia), hacia donde emigró y donde todavía reside.

Traducido del italiano por Sergio Ferrari

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