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Mercenarios suizos, el salario de la sangre

Batalla de Arques, 1589: los soldados del regimiento Gallati (Glaris) obtienen la victoria para Enrique IV, rey de Francia y de Navarra. Echtzeitverlag

Durante cinco siglos, los soldados suizos combatieron bajo las órdenes de soberanos extranjeros. Este “producto de exportación” evitó a la antigua Confederación ataques externos, explica Jost Auf der Maur, autor de la obra ‘Soldados para Europa’.

El primer material de guerra exportado por la Confederación estaba hecho de carne y de sangre: de los mercenarios que luchaban por potencias extranjeras y que contribuyeron a la reputación de Suiza en los campos de batalla de Europa. 

Para utilizar la jerga moderna, la “industria” representaba una situación “ganador-ganador”. Es la tesis que desarrolla el periodista Jost Auf der Maur, en su más reciente obra.

Las potencias extranjeras aseguraron su poder gracias a esos soldados que a su vez, trajeron mucho dinero a Suiza. Políticamente, eso permitió también a la Confederación mantenerse al margen de los conflictos y tener disponibles sus soldados para vecinos necesitados de combatientes …

swissinfo.ch: Usted mismo pertenece a una familia de Schwyz que se hizo rica y poderosa gracias a esos mercenarios. ¿Se siente orgulloso de sus antepasados?

Jost Auf der Maur: No, porque se mancharon las manos con negocios sombríos.

swissinfo.ch: ¿La idea de escribir este libro se relaciona con su historia familiar?

 JAdM: Quería poner de relieve un capítulo de la historia que es más importante que lo que se aprende en la escuela. Soldados suizos hicieron la guerra durante 500 años para señores extranjeros. La imagen de la tradición humanitaria de Suiza, tan elogiada hoy, está completamente empañada.  Porque de hecho, esta tradición concierne un período relativamente reciente.

swissinfo.ch: Usted dice que los hombres que partieron a la lucha estaban motivados por su sed de aventura. ¿No era más bien por razones económicas?

JAdM: Las razones para dejar su patria fueron evidentemente, múltiples. El hambre era una. Pero también sabemos que algunos mercenarios fueron atraídos por la perspectiva del botín y por la sed de aventura. Los soldados ganaban dinero, lo que era muy raro en ese entonces. El número de intereses era tal que en algunos momentos la agricultura careció de mano de obra.

swissinfo.ch: Cuando no caían en la batalla, los soldados volvían a veces inválidos, traumatizados o alcohólicos. ¿Cuáles fueron las consecuencias para sus familias y su vida social?

JAdM: Ese es precisamente un aspecto que yo quería analizar. Todo lo que es militar ya ha sido objeto de numerosas investigaciones, pero las consecuencias sociales, políticas, culturales y científicas hasta ahora han sido poco o mal tratadas. El estado de los soldados al volver a casa era ciertamente problemático.

swissinfo.ch: El reclutamiento se hacía por algunas familias que eran verdaderas empresas militares o guerreras y que cosecharon beneficios a veces hasta de un 18%. ¿Puede detallar cómo funcionaba ese negocio?

 JAdM: Las empresas familiares activas militarmente ponían a disposición antiguos sub oficiales o a veces a tenderos. Los reclutadores debían solicitar una licencia de los cantones. Concluían luego contratos con los soldados. Les pagaban y les informaban sobre sus deberes y derechos.

Cuando faltaban hombres a los regimientos suizos, los reclutadores no dudaban en hacer trampa. Embriagaban a jóvenes con vino barato – puesto que muchos reclutadores eran posaderos- les ponían dinero en los bolsillos y luego pretendían que los muchachos habían firmado un contrato de manera voluntaria.

swissinfo.ch: Algunas de esas empresas eran dirigidas por mujeres cuyos maridos habían sido capitanes de regimientos suizos al servicio de príncipes o reyes extranjeros. ¿Eran casos aislados?

JAdM: En este punto, la investigación histórica está en el inicio. Mi libro es el primero en abordar el papel de las mujeres en las empresas militares. Como responsables de la “oficina”, asumían tareas complejas de gestión, tales como la organización del reclutamiento, el desplazamiento de los candidatos y la planificación de los viajes al extranjero hasta el lugar convenido.

Las fluctuaciones eran relativamente elevadas. Las potencias extranjeras evaluaban cada mes la composición de sus tropas y había que reforzar  constantemente las filas. Las mujeres también eran responsables de supervisar la construcción de las casas que los capitanes de los regimientos se hacían construir en el país.

swissinfo.ch: ¿Podemos resumir este comercio con la frase “hijos vendidos, paz comprada”? ¿La sangre de los mercenarios no se hizo más por la tranquilidad del país que el juramento de Grütli?

JAdM: El atajo es demasiado abrupto. Pero es cierto que la no agresión de la que disfrutó Suiza es uno de los aspectos interesantes del tema de los mercenarios. No es cierto que la Confederación haya asegurado su independencia con luchas incesantes por su libertad. La debía más bien a tantos soldados contratados por potencias extranjeras. En este sentido, la “suerte” de no ser agredido anunció la neutralidad actual.  

swissinfo.ch: Usted dice que los soldados que regresaban al país traían también una apertura al mundo, nuevas ideas y nuevos conocimientos a regiones de Suiza a menudo retrasadas. ¿La Suiza moderna, nacida en 1848, se benefició con ello?

 JAdM: En Francia, un Henri Dufour, que no tenían instrucción, habría sido impensable. Sin embargo, Dufour la condujo tan bien, que la guerra civil de 1847 dejó poco heridas abiertas. El hecho de que haya fundado el Comité Internacional de la Cruz Roja con el pacifista Henri Dunant es una fuerte imagen simbólica de Suiza.

Entre los siglos XIII y XIX, entre un millón y un millón y medio de confederados trabajaron como soldados a las órdenes de fuerzas extranjeras.  En 1500, su proporción era de alrededor de 10 a 12% de la población (600.000 personas). Solamente Irlanda registró una proporción tan elevada.

  

Entre el 5 y el 20% de los mercenarios desertaban. Entre el 25 y el 40% no volvían al país. Morían en los campos de batalla o como consecuencia de alguna enfermedad. Algunos se quedaban en el extranjero.

Francia concedía privilegios a los mercenarios suizos tales como el derecho a vivir y trabajar, lo que es el caso aún con la Legión Extranjera.

El reformador Ulrico Zwinglio se opuso firmemente a los servicios extranjeros.  Las regiones se negaban a enviar a sus hombres a luchar y hablan de “tráfico de carne”.

En los cantones católicos, en cambio, las actividades de los mercenarios continuaron hasta mediados del siglo XIX.

En su libro ‘Soldados para Europa, más que la historia de una familia de  Schwyz”, el autor Jost Auf der Maur presenta los últimos resultados de la investigación histórica sobre los mercenarios suizos.

El libro, claramente estructurado, es destinado a un público de no especialistas.

Jost Auf der Maur desearía que una comisión de historiadores estudiara en detalle ese fenómeno, que duró casi 500 años, como la Comisión Bergier lo hizo con respecto a la Segunda Guerra Mundial.

Esa comisión debería aclarar la importancia del servicio extranjero de los soldados suizos y sus efectos en la política, sociedad, ciencia y cultura.

“Falta todavía un trabajo semejante de investigación y es necesario para lograr una toma de conciencia de la Suiza contemporánea”, dijo Jost Auf der Maur.

En 1521, Francia firmó una alianza con Suiza, que establece la bases para el reclutamiento para los próximos 300 años. El soberano francés podría reclutar en los cantones suizos. Los soldados eran contratados en regimientos al mando a veces de oficiales suizos. En caso de infracción eran juzgados por la justicia suiza.  

Francia acordaba a la Confederación el derecho de retirar sus soldados si era necesario. Consecuencia: Francia y otras potencias extranjeras tenían interés en dejar en paz a la Confederación.  

Desde la creación de la Suiza moderna y la adopción de la Constitución de 1848, el servicio extranjero quedó prohibido. Empero, soldados suizos pudieron vender sus servicios hasta 1927 sin que la justicia los molestara.

Traducción, Marcela Águila Rubín

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