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Detrás de la industria porno

Gert Jochems / Agence VU

La demanda de productos de la industria pornográfica se redujo con la oferta en Internet. Y mientras algunos realizadores cinematográficos buscan reapropiarse la clasificación X, los profesionales del sector intentan mantener en sus salas de cine el interés de la clientela.

Una mujer sonríe, gime, grita, mientras un hombre la blande. La videocámara retoma cada gesto, filma la penetración en los mínimos detalles. La escena se repite. Sin trama, sin escenarios, con un único objetivo:  excitar al espectador por la reanudación del acto sexual, crudo y artificial.

Con estas secuencias se construye hoy el vídeo pornográfico que se dirige en su mayoría a las páginas de descarga, desde las que será retomado millares de veces al día. La industria porno jamás había sido tan fuerte y tan bien controlada como ahora. Los sitios Xvideos, Xhamster y Youporn están entre los más visitados en el mundo. Con productos gratuitos y de fácil acceso, son el fruto de la evolución de la web y de una sociedad que quiere todo y de inmediato.

Si la oferta en Internet está en plena expansión, alimentada por la producción “hazlo tú mismo”, la industria tradicional jadea y las películas bajo las reglas del arte son cada vez más raras.

Una evolución que ha empujado a quien trabaja en el sector del cine X en Suiza, o sencillamente a quien defiende la necesidad de una pornografía más artística, a buscar nuevas opciones. Es el caso de Sabine Fischer y Sandra Lichtenstern.

Diplomadas en arte y diseño en Zúrich, han comenzado a producir filmes pornográficos casi por juego, con base en la forma de realizar las viejas películas de los años setenta. “Buscamos las escenas más divertidas y hasta melosas para conformar un nuevo producto artístico. Estamos convencidas de que la pornografía necesita del soporte de los artistas para evitar la mediocridad y que se convierta en un mero producto para obsesionados sexuales”.

Iniciado en el verano 2009, su proyecto ha tenido un éxito inesperado: miles de copias vendidas en pocos meses, sin publicidad y gracias a un público compuesto esencialmente de parejas.

Trama y diálogo, asunto de antaño

La elección de Sandra y Sabine de concentrarse en los años setenta no es casual.

“En aquellos tiempos no existían aún las videocámaras digitales y para rodar una película pornográfica se requería de tiempo, dinero y una buena técnica cinematográfica. La puesta en escena era cuidada en los mínimos detalles y a menudo las películas iniciaban con una escena erótica en la que se vislumbraba una pierna, un seno. Nada qué ver con los personajes estereotipados de hoy. El filme partía de la base de una trama y diálogos precisos. Fue la época de las grandes comedias que concedían espacio al humorismo y a las emociones”, indica Sandra.

Si las primeras películas pornográficas remontan a la década de los años veinte, solo a partir de los setenta logran emerger de la clandestinidad, ante el viento favorable de la revolución sexual. Las salas de cine comunes proyectan las primeras películas de este tipo, y el público las acoge con curiosidad y entusiasmo.

“En la prensa de la época se hablaba de un nuevo estilo cinematográfico a la conquista de Hollywood”, explica el filósofo francés Julien Servois, que ha trazado el desarrollo del cine X desde su nacimiento a la fecha. “Cuándo Garganta Profunda, de Gerard Damian, se dio a conocer en 1972, resultó un acontecimiento tal que hasta Jackie Kennedy fue a verla en las salas neoyorquinas.”

“En ese tiempo todavía parecía posible que la pornografía fuera aceptada como parte de la vida social y se transformara en un género cinematográfico a título pleno como ocurrió con las películas del oeste o los musicales”, subaya Julien Servois. 

Pero ese paréntesis libertino tuvo una vida breve. En Estados Unidos y en Europa, la  censura pronto confinó el cine porno a salas especializadas y a un público esencialmente masculino. En Suiza, las escenas más obscenas fueron cortadas según la sensibilidad de cada autoridad cantonal y los cines donde se difundían fueron objeto de registros regulares policiales.

Los años dorados en Suiza

De vuelta a la  escena punk zuriquesa, Peter Preissle inició su participación en la industria pornográfica en 1979 en la taquilla de un cine y luego frente al proyector de la sala. Ha vivido todas las etapas en las que estas producciones han pasado de ser un objeto de la escena subterránea a convertirse en un producto de consumo popular Preissle se ha convertido en el brazo derecho de Edi Stöckli, el dueño de casi todos los cines porno en Suiza y fundador de la principal sociedad de producción y distribución porno, la Mascotte filme S.A.

Lo encontramos en la sede de la empresa, en una callejuela apartada del barrio porno de Zúrich. “Hubo una época en la que ganamos mucho con pocos esfuerzos, hoy tenemos que trabajar tres veces para no tener pérdidas. La competencia es despiadada”, describe Preissle.

“Tenemos que tratar de adaptarnos a las transformaciones, produciendo más cortometrajes, o bien, películas por episodios, ya que los jóvenes no están acostumbrados a estar sentados por más de media hora”.

En su época de oro, la Mascotte film producía unos 240 filmes por año. Hoy, con dificultad, 120. “Cuando aún se producían películas de 35 mm, se pagaban 200.000 francos por la producción de un filme, mientras que los costos eran de 40.000 a 50.000 francos.

Las grabaciones duraban un par de días, con un solo camarógrafo, luces, escenario y reparto. Como en un partido de fútbol. Pero ahora resulta cada vez más difícil obtener películas atractivas para mostrar en las salas y actores jóvenes dispuestos a sumarse al juego.”

En los locales de la empresa están archivadas al menos 3.000 películas, mismas que se exhiben en salas especializadas, son vendidas en formato DVD o son puestas a disposición en la página Internet del negocio. Justo aquí es donde Sandra y Sabine han buscado material:  en esos estantes que encierran más de cincuenta años de historia del cine porno.

No se deja huella en una sala de cine

Para enfrentar a la competencia de Internet, la familia Stöckli, dueña de Mascotte, ha tratado de renovar la misma estrategia de negocios. “Hoy, con el porno no se vuelve uno rico, pero la industria no está moribunda”, asegura Peter Preissle, que no desvela el valor de la empresa, en todo caso, estimado en varios millones de francos.

Las salas porno en Suiza, apenas una decena, se han transformado en lugares de encuentro e intercambio, gracias a la llegada de las cabinas privadas. Individuales, dobles y hasta comunicantes, estas minisalas garantizan privacidad y la oportunidad de mirar un vídeo por un par de francos.

Con regularidad hay exposiciones de arte erótico o encuentros con las pornodivas, un modo de hacerlas más “humanas” y acercarlas al público.

“Como ocurre en las salas de cine en general, también en las pornográficas se han reducido las entradas, aunque mantienen su atractivo. Permiten a la gente no dejar huella, a diferencia de lo que ocurre en Internet, y además hacen del momento de ver un filme, un acontecimiento especial”, subraya Preissle.

Y mientras en la web se multiplican los chats de participación y vídeo “hazlo tú mismo”, a la industria pornografía no le queda más remedio que apostar por una pizca de mayor calidad, encanto y una buena dosis de misterio, algo que las producciones caseras no tienen.

Entre los sectores más opacos del mundo, la industria porno se relaciona con el crimen organizado, la trata de seres humanos y el lavado de dinero.

La difusión incontrolada de material pornográfico en Internet deja cuestiones abiertas sobre la protección del menor de edad y el riesgo de transmitir una imagen desviada de la sexualidad.

En Suiza, las películas pornográficas son difundidas solo en salas especializadas, una decena en todo el país.

En Suiza está permitido observar y descargar imágenes y vídeo de contenido explícitamente pornográfico a usuarios mayores de 16 años.

El Artículo 197 del Código Penal Suizo prohíbe la producción, el consumo y la difusión de la llamada pornografía dura. Cuatro categorías son vetadas:

– Pedopornografía

– Imágenes pornográficas violentas

– Sexo entre personas y animales

– Actos pornográficos en los que se haga alusión a excrementos humanos.

En 2011 el Servicio de coordinación por la lucha contra la criminalidad sobre internet, SOCI, recibió 1.206 señales por presunta pornografía dura. El 90% de los casos, pornografía infantil.

Según datos de la ONU, cada año se emplean más de 20 mil millones de dólares en el mundo para la pedopornografía y la prostitución infantil.

(Fuente:  Prevención suiza contra la criminalidad)

(Traducción: Patricia Islas)

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