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El largo camino hacia el sufragio femenino

“¡Tened cuidado, defended vuestros derechos!”

Hanna Sahlfeld-Singer rodeada de diputadas que la aplauden
Hanna Sahlfeld-Singer (centro) durante una mesa redonda en 2019 sobre el tema “Mujer y trabajo”. Anthony Anex/Keystone

Hanna Sahlfeld-Singer fue una de las primeras mujeres elegidas al Parlamento suizo en 1971. Durante toda su vida ha defendido los derechos de la mujer y ha pagado un alto precio por ello. Memorias de esta política suiza de la primera generación.

Probablemente sea una de las más destacadas suizas en el extranjero, porque vive en Alemania desde hace 45 años. Es una paradójica consecuencia de su exitosa lucha política por los derechos de las mujeres.

En una entrevista con SWI swissinfo.ch, esta pastora protestante, que ahora tiene 77 años, no parece amargada en absoluto. Para los profanos resulta sorprendente conocer los obstáculos que han puesto en su camino y en el de su familia.

El 7 de febrero de 1971, los suizos votaron sí al sufragio femenino. Así pues, Suiza fue uno de los últimos países en introducir el sufragio universal. Este hecho hace que sea una democracia liberal joven, a pesar de que a menudo sea citada internacionalmente como modelo de democracia directa. 

swissinfo.ch dedica un especial a este poco glorioso aniversario. Se inaugura con un reportaje sobre Appenzell Rodas Interiores, que fue el último cantón de Suiza en introducir el sufragio femenino a nivel cantonal y municipal, en 1991.

El 4 de marzo, SWI swissinfo.ch organizará una mesa redonda digital sobre el tema “50 años de sufragio femenino: una vieja cuestión de poder, una nueva lucha con nuevas caras”.

Al principio, Hanna Sahlfeld-Singer no creía que fuera adecuado la gran atención de los medios de comunicación por la historia de su vida. Pero el recuerdo de la histórica votación de hace 50 años, como ella misma constata sorprendida, sigue despertando pasiones hoy en día.

“El 7 de febrero de 1971 estábamos de regreso en Suiza tras hacer una visita de carácter privado al norte de Alemania. Por la noche estábamos viendo el telediario en la televisión del hotel cuando dieron la noticia: las mujeres suizas consiguen el derecho al voto.

Mi esposo y yo gritamos de alegría, ¡hurra! Aquel fue un momento, y lo sigue siendo hoy, extraordinario y emotivo.

Pero yo tenía claro que la decisión de ese día, por el momento, solo tendría unos efectos prácticos bastante limitados. En el cantón de San Galo, donde vivíamos entonces, las mujeres aún no tenían voz en la política local ni regional. Pero en el seno de la Iglesia Reformada, las mujeres siempre tuvieron derecho a votar y a ser elegidas. Así que mi primera ‘experiencia parlamentaria’ la tuve en la asamblea eclesiástica.

Ya no recuerdo ninguna reacción concreta de mi entorno a aquella votación ni ninguna conversación con otras mujeres sobre ese tema. Mi vida diaria transcurría con total normalidad, estaba ocupada en mi trabajo de la parroquia, que también incluía visitas regulares a los enfermos.

Ya desde mi adolescencia fui consciente de que las mujeres estaban discriminadas en la sociedad, porque estaban excluidas y no podían participar en la toma de decisiones. De eso también se hablaba en casa de mis padres.

En mi profesión yo misma experimenté la desigualdad de trato. Como ministra ordenada y mujer casada, solo obtuve puestos auxiliares y a tiempo parcial. Sin embargo, al menos mi actitud hacia las cuestiones sociopolíticas era conocida públicamente, ya que desde antes de 1971 había pronunciado discursos el día de la fiesta nacional de Suiza. Mi marido, como pastor de nacionalidad alemana, siempre me pasaba las invitaciones de las autoridades municipales para los discursos del 1 de agosto.

De ese modo, la gente sabía que no solo era capaz de predicar, sino también de pensar políticamente.

Pero mi discurso de 1970 fue criticado. Porque en lugar de cantar las alabanzas de Suiza, me tomé la libertad de exigir más respeto por otras opiniones. También pedí la introducción de un servicio civil para los hombres que, por razones de conciencia, se negaran a cumplir el servicio obligatorio en el ejército suizo.

Es difícil retrotraerse a las condiciones que imperaban en aquella época cuando se ve la naturalidad con que las mujeres pueden participar hoy en la vida social y política. Como pastora, por ejemplo, fui entonces miembro de la comisión escolar que se ocupaba de las clases de manualidades y de economía doméstica para las niñas. Y me encantaba. Pero opinar sobre otros asuntos era imposible e inimaginable para el público y las autoridades de aquella época.

En el período previo a las elecciones parlamentarias de octubre de 1971, los partidos políticos buscaban mujeres para presentarlas como candidatas. Para mí, solo entraba en cuestión el Partido Socialista, porque desde hacía tiempo estaba comprometido con la igualdad de derechos políticos.

Hanna Sahlfeld-Singer con dos compañeros de partido - foto en blanco y negro de 1971
Hanna Sahlfeld-Singer ocupó su escaño en el Parlamento suizo en diciembre de 1971. Junto a ella dos de sus compañeros de partido. Keystone/Str

Ni yo ni mi esposo ni mis padres creímos en que pudiera salir elegida. Pero estaba claro que quien exige y lucha por algo debe también estar dispuesto a actuar. Por eso entré en la campaña electoral; en lo material, el gasto se limitó a unos cuantos billetes de tren.

Supe que algunos hombres de otro partido político, concretamente, de los liberales de San Galo, intentaron impedir mi elección con trucos legales. Afirmaron que, según el artículo 75 de la Constitución federal suiza, los pastores no podían ser elegidos para el Consejo Nacional. En aquel momento, esa disposición estaba dirigida solo contra los sacerdotes católicos.

Para mí, lo fundamental era demostrar que las mujeres pueden hacer reivindicaciones y lograr sus objetivos. La idea de que realmente podría ser elegida, y que esto tendría consecuencias de gran alcance para mi vida, estaba muy lejos de mí.

Después del éxito en las elecciones, lo primero fue encontrar una solución para poder seguir trabajando en mi profesión. Acepté trabajar como pastora sin sueldo y asumir las tareas que tradicionalmente se esperan de las esposas de los pastores. Es decir, no predicar más en la iglesia, pero sí prestar cuidado a las personas de la parroquia y visitar a los enfermos.

Creo que mis adversarios políticos no estaban muy contentos de que hubiéramos logrado rechazar su ataque a mi mandato.

El apoyo de mis padres y de mi esposo en el cuidado de los niños fue enorme. En esos años era inusual que un padre se encargara de tareas como cambiar el pañal a un bebé.

Por otra parte, la situación profesional de mi esposo se volvió cada vez más delicada para nosotros. Al no ser ciudadano suizo, se convirtió en el objetivo de las críticas de mis adversarios. Empezaron a mirar con recelo su trabajo en la parroquia y el ambiente se volvió hostil.

Para poner fin a esa situación aparentemente sin salida, decidimos que buscaría trabajo en otra parroquia. Pero fue inútil. Sin embargo, necesitábamos unos ingresos regulares para sostener la familia, que en ese momento era de cuatro miembros. Como miembro del Consejo Nacional [cámara baja del Parlamento], a diferencia de lo que ocurre con los diputados hoy día, solo se me concedió una pequeña asignación y el reembolso de los gastos.

La situación se hizo también más difícil para mí, aunque pasé cuatro años en el Parlamento suizo trabajando de manera muy comprometida.

Volví a ser reelegida en 1975 con muy buenos resultados, a pesar de que los sindicatos, dominados por hombres, no me apoyaron como socialdemócrata.

Pero a finales de ese mismo año anuncié la renuncia a mi escaño en el Parlamento suizo. Nos trasladamos a Alemania, donde mientras tanto mi marido había encontrado trabajo. Fue una decisión por la familia y por el trabajo. Se rumoreaba que mi marido se había separado de mí y que nuestro modelo de matrimonio moderno no era adecuado.

Un fotógrafo hace una foto de grupo de varias diputadas
Foto de grupo de julio de 1972 con las primeras 12 mujeres elegidas al Parlamento suizo. Hanna Sahlfeld-Singer (de pie, a la derecha del grupo) y Gabrielle Nanchen (sentada, segunda por la izquierda) son las únicas políticas de la primera generación que hoy siguen vivas. Keystone / Str

Vivimos en Alemania desde 1976 y no he estado involucrada en la política (de partidos) desde entonces. Rápidamente encontré un trabajo como pastora en un instituto. También participé en proyectos de desarrollo, principalmente a través de canales eclesiásticos.

Seguí la política en Suiza lo mejor que pude, por ejemplo leyendo el diario ‘Neue Zürcher Zeitung’. También he participado en votaciones federales y en las elecciones al Consejo Nacional desde que esto ha sido posible.

¿Si esta experiencia me ha amargado durante estos 50 años? En absoluto, simplemente, así eran las cosas.

Me alegró saber que después de renunciar a mi escaño, otras mujeres se volvieron políticamente activas.

Debo también mucho a otras mujeres que lucharon por la igualdad de derechos antes que yo, pero no fueron recompensadas. Su entrega fue importante para mí y da alegría ver que hoy muchas cosas han mejorado. Aunque todavía no hayamos alcanzado nuestro objetivo.

A la generación más joven de mujeres les diría: tened cuidado, defended vuestros derechos. Es más rápido caer por las escaleras que volver a subirlas.

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También es importante para mí decir que no son los motivos egoístas los que le impulsan a uno. A veces es más prometedor resolver los pequeños problemas a nivel interpersonal. Las soluciones políticas son para cuestiones más importantes”.

Traducción del alemán: José M. Wolff

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