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Nostalgia del Tíbet en el “país santo”

Lhamo Ba-Serkhang en su domilicio en Suiza. Manuel Bauer

Hace 50 años Tíbet se sublevó contra la ocupación china, sublevación que decenas de miles de tibetanos pagaron con sus vidas. Muchos otros miles huyeron del país cruzando el Himalaya. Lhamo Ba-Serkhang decidió permanecer hasta que no le quedó otra salida que la del exilio.

La tibetana de 60 años, radicada en Suiza desde 1992, nació poco antes de que el ejército popular chino invadiera su patria. Su recuerdo del Tíbet es el de un país ocupado.

La opresión, persecución y separación marcan la historia de su vida recientemente publicada en el libro ‘Exilio en Suiza. Huida de los tibetanos’.

Tenía nueve años cuando su padre –a la sazón alcalde del pueblo-, fue encarcelado durante 18 años; la casa y los animales de la familia, confiscados. Su madre y poco después también Lhamo Ba-Serkhang fueron aisladas con el sello de contrarrevolucionarias. Las obligaron a trabajar para los ocupantes: “Éramos siervos en nuestra propia tierra”.

Para atenuar en algo el sufrimiento de su pueblo, recuerda Lhamo Ba-Serkhang, ayudó en la huida de presos políticos y cantaba versos de protesta. No se detuvo ni siquiera después de que los ocupantes chinos trataron de silenciar su voz con una operación.

Salvada por turistas

En 1989 muere el décimo Panchen Rinpoche –segundo líder espiritual importante, después del Dalai Lama-, y corren rumores de que ha sido envenenado por los chinos. Es entonces cuando Lhamo Ba-Serkhang constata que ya nada tiene que hacer en su patria y debe dejar el país.

Durante tres días lucha contra las inclemencias del Himalaya: una imponente fortaleza de rocas, nieve y hielo que la separa de una vida en seguridad.
Finalmente logra llegar a Nepal y desde allí se dirige a la ciudad india de Darmasala, sede del gobierno en el exilio del Dalai Lama.

Cuando Lhamo Ba-Serkhang intenta recoger a su esposo e hijos es sorprendida por los disparos de una patrulla china. Su esposo le ruega que huya. Así lo hace hasta desfallecer por el esfuerzo – dos turistas occidentales la socorren.

Un pedazo del Tíbet en casa

En 1992, Lhamo Ba-Serkhang llega a Suiza con la ayuda de las dos turistas. Años después, en 1995, la Cruz Roja se encarga de reunificarla con sus hijos.

Apelando a su alemán entrecortado, Lhamo Ba-Serkhang recuerda que en la estación de Zúrich la esperaba un funcionario tibetano en un inusual y moderno automóvil. Cuando debió ajustarse el cinturón de seguridad –como en el avión-, pensó que también los autos volaban aquí, nos cuenta entre risas.

La mujer de cabello negro recogido en una cola de caballo y de ojos oscuros tristes vive con el pensamiento en el Tíbet, aunque Suiza sea para ella, como dice, un “país sagrado”.

Las paredes de su pequeña vivienda están cubiertas con paños que llevan la efigie del Dalai Lama y mapas enormes de la patria distante. El buffet en la sala de estar cumple la función de altar. Junto a escudillas de sacrificio, entre floreros con flores artificiales, destacan las fotos del Dalai Lama y la montaña sagrada Kailash.

A la izquierda y derecha del gran televisor de pantalla plana cuelgan cuadros de épocas pasadas: en uno de ellos se ve a Lhamo Ba-Serkhang con sus cuatro hijos a la entrada del Palacio de Potala, en Lasa.

Atormentada por remordimientos

Aunque jamás se arrepiente de luchado por su país, le atormenta que como “activista clandestina” haya puesto en peligro a su familia, relata su hija Dolma, de 23 años.

¿Qué es lo que más extraña? Mientras Dolma traduce la pregunta en tibetano advertimos una sombra en el rostro de Lhamo Ba-Serkhang. Sus manos parecen acalambrarse en su regazo. “Extraño a mis padres” y se levanta con un sollozo. Sufre mucho porque sus padres fallecieron sin haber podido verlos una vez más, explica su hija.

Solidaridad frente al interés personal

Lhamo Ba-Serkhang no ha perdido la esperanza de que “con el apoyo de otros países llegue el día en el que el Tíbet sea libre y el mundo lo celebre”.

Su hija es más escéptica, pese a que en su vida cotidiana advierte a menudo gran interés por el Tíbet. “Hay mucha gente comprometida con la causa del Tíbet. ¿Pero qué país se atreve a enfrentarse a China llegado el momento?” Es normal que cada cual vea antes por sí mismo, señala Dolma.

A pesar de la solidaridad con los tibetanos, la Suiza oficial se inclina a los intereses económicos con China. Durante la vista de trabajo del primer ministro chino Wen Jiabao, en enero pasado, fue arrestado un pequeño grupo de manifestantes tibetanos en la Plaza Federal, en Berna. Y la policía en Davos retiró la bandera tibetana del escaparate de una tienda para no contrariar al mandatario chino.

Dolma no pertenece, sin embargo, a la joven generación protestataria de tibetanos. Ella cree que con el apoyo financiero de Occidente se puede conseguir más que con manifestaciones.

swissinfo, Corinne Buchser
(Traducción: Juan Espinoza)

El 7 de octubre de 1950, un año después de que Mao Zetung proclamara la República Popular de China, 40.000 soldados del ejército popular invaden el este del Tíbet.

Tras la cruenta sublevación popular de 1959, el Dalai Lama, de 24 años, dejó Lasa y huyó a India. Unos 80.000 tibetanos le siguieron al exilio cruzando por diferentes pasos nevados del Himalaya.

En otoño de 1960 llegó el primer grupo de refugiados a la Colonia Infantil de Pestalozzi en Trogen. Con la guerra fría en segundo plano, el Consejo Federal autorizó en l963 la acogida de 1.000 tibetanos.

Los 4.000 tibetanos que hoy viven en Suiza conforman la mayor comunidad de exiliados en Europa.

La comunidad más significativa está integrada por unos 170 tibetanos en el pueblo zuriqués de Rikon, donde también existe un monasterio tibetano.

Cincuenta años después del levantamiento popular contra la ocupación china, doce tibetanos y tibetanas cuentan sus historias personales en el recientemente publicado libro ‘Exilio en Suiza. Huida de los tibetanos’. Una de ellas es la de Lhamo Ba-Serkhang, de 60 años de edad.

El periodista Christian Schmid y el fotógrafo Manuel Bauer documentan el destino de agricultores y nómadas, comerciantes y monjes, que desde la quietud de las mesetas tibetanas han venido a parar en medio de una sociedad industrializada competitiva.

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