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“La suerte y el azar juegan un papel importante”

Premio Nobel Rolf Zinkernagel
Rolf Zinkernagel en el "Erudite Conclave 2011" celebrado en la facultad de medicina de Thiruvananthapuram, India. Wikimedia Commons/Aasemsj

El médico suizo Rolf Zinkernagel ha descifrado los mecanismos fundamentales de nuestro sistema inmunitario. Por ello fue galardonado con el Premio Nobel, lo que le ha permitido convertirse en portavoz de la ciencia.

El éxito es siempre una cuestión de suerte, afirma el premio Nobel de Medicina de 1996. Por ejemplo, la suerte de que su esposa Kathrin aceptara trasladarse a Australia en 1973. Ambos tenían entonces 29 años, se habían casado pronto, sus hijas Annelies y Christine tenían dos años y medio y once meses, respectivamente, y Rolf Zinkernagel buscaba trabajo.

Se conocieron en la Universidad de Basilea, donde estudiaron medicina juntos. Kathrin se especializó en oftalmología, Zinkernagel quería convertirse en cirujano. Pero pronto se dio cuenta que no era lo suyo.

Entre un trabajo y otro, asistió a un curso de medicina experimental, por aquel entonces una oferta única de la Universidad de Zúrich en los años sesenta. Para Rolf Zinkernagel fue una experiencia clave y decidió dedicarse a la investigación.

Tras pasar dos años en el Instituto de Bioquímica de la Universidad de Lausana, Zinkernagel y Kathrin buscaron nuevos trabajos como colaboradores científicos. Despues de más de cincuenta candidaturas recibió al final una respuesta positiva… de Australia. Afortunadamente, Kathrin decidió seguirle en esa aventura al otro lado del mundo.

“En la vida hay muchas cosas de las que merece la pena ocuparse”

Rolf Zinkernagel, inmunólogo y premio Nobel

En Canberra la joven familia se instaló en una pequeña casa que estaba completamente amueblada y que pertenecía a la Universidad Nacional de Australia. “Eso facilitó el comienzo”, recuerda Zinkernagel. “Y pude ponerme a trabajar de inmediato”.

Y ahí es donde entra en juego el azar. De hecho, el médico suizo llegó a Australia para trabajar en los patógenos de la tuberculosis, la salmonela y la listeria con un investigador llamado Bob Landon. Pero por casualidad conoció al joven australiano Peter Doherty. “En el instituto todos los laboratorios estaban completamente ocupados. Solo había un hueco en el de Peter”, recuerda.

Las investigaciones de Doherty sobre las enfermedades infecciosas del cerebro fascinaron a Zinkernagel y, por su parte, el suizo dominaba métodos de inmunología que interesaban al australiano. Ambos jóvenes idearon entonces un proyecto conjunto.

Otra feliz coincidencia fue que el instituto trabajaba con una especie de ratón gris llamado CBA, que normalmente no se utiliza en investigación. La mayoría de los laboratorios suelen utilizar los llamados ratones Black-6, una especie emparentada de pelaje negro. “Si hubiéramos realizado nuestros experimentos con esos ratones nunca habríamos obtenido nuestro resultado”, explica Zinkernagel. Porque, como descubriría un poco más tarde, el experimento solo funciona con ratones grises.

Rolf Zinkernagel resume así la pregunta que le llevó a su investigación: “Después de un trasplante el cuerpo rechaza el órgano trasplantado, a menos que la operación se realice entre gemelos idénticos. Este rechazo se debe a los llamados antígenos del trasplante, que se encuentran en la superficie de las células y que son diferentes en cada individuo. Por tanto, el sistema inmunitario reconoce lo que pertenece al cuerpo y lo que le es extraño. Entonces, ¿por qué existen esos antígenos? La naturaleza no va a inventar algo solo para fastidiar a los cirujanos”.

Con sus experimentos, ambos investigadores consiguieron demostrar que el sistema inmunitario moviliza los mismos mecanismos de defensa para rechazar un órgano trasplantado que para defenderse de una infección vírica. Para ello, infectaron a ratones con el virus de la meningitis y estudiaron sus reacciones inmunitarias.

Tras cinco meses de trabajo, obtuvieron unos resultados que se publicaron inmediatamente en Nature, la revista científica más famosa. Y es que la pareja de investigadores acababa de descifrar el mecanismo por el que el sistema inmunitario distingue las células infectadas de las sanas. Por un lado, el sistema reconoce si la célula pertenece o no a su propio organismo en función de los antígenos del trasplante presentes en la superficie celular. Por otro lado, identifica una parte del virus invasor que sobresale de la célula.

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Y los antígenos del trasplante también juegan un papel importante en este segundo paso: toman un pequeño trozo del virus y lo sacan a la superficie de la célula. De este modo, alertan al sistema inmunitario: “Esta es una de tus propias células, pero está infectada. Hay que rechazarla”.

Premio Nobel Rolf Zinkernagel
El premio Nobel Rolf Zinkernagel. René Ruis

El descubrimiento de este papel de los antígenos del trasplante en la defensa inmunitaria fue una sorpresa. Y despertó grandes esperanzas: por ejemplo, una posible vacuna contra el cáncer en el futuro. Sin embargo, estas expectativas apenas se han materializado hasta la fecha. Rolf Zinkernagel se lo toma con filosofía: “En la vida hay muchas cosas de las que merece la pena ocuparse. Así son las cosas. Lamentarse y mirar atrás no tiene sentido “.

La familia Zinkernagel se sentía a gusto en Canberra. Kathrin había encontrado un trabajo a tiempo parcial como oftalmóloga y la pareja pudo celebrar el nacimiento de Martin, su tercer hijo. Pero después de dos años y medio, la subvención de la beca del Fondo Nacional Suizo para la Investigación Científica llegó a su fin. Entonces recibió una oferta del famoso Instituto de Investigación Scripps de California. Rolf Zinkernagel trabajó allí como profesor de 1976 a 1979. Luego, el matrimonio decidió volver a casa para que sus hijos pudieran estudiar en Suiza.

“En general, nosotros, los científicos, hablamos muy poco de lo que hacemos”

Rolf Zinkernagel

Rolf Zinkernagel se incorporó a la Universidad de Zúrich, donde posteriormente fundó el Instituto de Inmunología Experimental. Allí junto con el biólogo molecular Hans Hengartner, realizó investigaciones durante 32 años. Una vez más, un dúo de mentes brillantes trabajando juntas.

Zinkernagel siempre ha reconocido la enorme importancia de los conocimientos que adquirió de joven como científico. Sin embargo, la llamada telefónica que recibió el 7 de octubre de 1996 a las 11:20 horas en su laboratorio le cogió completamente por sorpresa. “El Comité del Nobel me dio diez minutos para informar a mi familia. Después de ese tiempo, la noticia dio la vuelta al mundo”.

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El Premio Nobel no le cambió mucho, afirma Rolf Zinkernagel. Pero sí le dio fuerza y autoridad como voz pública. Por ejemplo, en 1999, durante la campaña de la iniciativa popular ‘Por la protección genética’, que tenía como objetivo introducir una normativa más estricta para “proteger la vida y el medio ambiente de la manipulación genética”.

Para Zinkernagel esa normativa suponía imponer demasiados límites a la investigación científica. Por ello, el premio Nobel se manifestó con cientos de compañeros llevando pancartas en la Bahnhofstrasse de Zúrich. Investigadores manifestándose: un espectáculo único.

Tampoco nadie ha olvidado los cinco años que Rolf Zinkernagel fue columnista de la prensa sensacionalista. Escribió una serie de artículos sobre temas de investigación para el diario Blick. Fue un intento de acercar la ciencia al público en general”, dice. “Los científicos solemos hablar muy poco de lo que hacemos.” ¿Aportó algo? No lo sabe. El hecho es que la iniciativa de protección genética fue rechazada por un amplio margen en las urnas.

A partir de entonces, Zinkernagel se dedicó a la política de investigación: en los Consejos Científicos Europeo y Suizo. Hizo campaña por la promoción de la excelencia y por “ser mejor”, como él dice.

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“No solo los estudiantes flojos son los que necesitan apoyo. Es como en el deporte, a nadie se le ocurriría dejar de apoyar a los atletas olímpicos solo porque ya están en la cima”. La ciencia necesita exactamente lo mismo. La comunidad científica suiza solo puede mantener su posición y su importancia para la economía, si se invierte principalmente en la excelencia.

Rolf Zinkernagel se jubiló en 2008. Su nombre sigue ligado a la medicina en general y a la inmunología en particular. Su hija Annelies es especialista en enfermedades infecciosas en el Hospital Universitario de Zúrich, su hijo Martin es jefe de la Clínica Ocular del Inselspital de Berna y su hija Christine es psiquiatra en Basilea.

El jubilado Rolf Zinkernagel ha aceptado un nuevo reto y se ha puesto a tocar el violonchelo. Los instrumentos de cuerda siempre le han fascinado y le han acompañado durante toda su vida. Su mujer no solo era oftalmóloga, sino también una excelente violista.

Sin embargo, nunca pudieron tocar como dúo. Dos años después de su jubilación, Kathrin murió de cáncer. “Sí, es algo que te puede hundir”, confiesa. “Pero ahora intento mirar hacia adelante”. A los 70 años sigue apuntando alto. Sus excursiones a la montaña son para él “controles de calidad internos”, asegura, antes de añadir entre risas: “Todavía me quedan muchos 4 000”.

Este artículo fue publicado el 4 de noviembre de 2018 en higgs.chEnlace externo, la principal revista científica independiente de Suiza. swissinfo.ch reproduce artículos de higgs sin ningún orden en particular.

Traducción del alemán: Carla Wolff 

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