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El día a día en campo de refugiados rohinyá en Bangladés

En primer plano, pie desnudo de un hombre que refuerza su vivienda
Una carrera a contrarreloj: una familia rohinyá refuerza su chabola con cañas de bambú para estar preparado para cuando llega el monzón con sus tormentas. Patrick Rohr

¿Cómo es la vida en el campo de refugiados más grande del mundo? Un millón de rohinyás huyeron de Myanmar para refugiarse en Bangladés. Ahora viven en el más gigantesco campo que existe. Alexa Mekonen, colaboradora suiza de Helvetas, ayuda para hacer más sufrible su día a día.

“Claro que podría tener una vida más sencilla. ¿Pero es eso lo que yo quiero?” Alexa Mekonen ríe. “No”, contesta a su propia pregunta. La colaboradora del programa, de 31 años, sube a una loma donde se encuentra el subcampo 8E del campo de refugiados más grande del mundo. Hace mucho calor, 35 grados centígrados, y hay mucha humedad en vísperas de la época de lluvias.


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Casi un millón de rohinyás viven aquí, en el hinterland de Cox’s Bazar, el lugar turístico más popular de Bangladés. Están repartidos en 34 subcampos densamente poblados. Unas 220 000 personas ya habían llegado entre los años setenta y noventa cuando la comunidad rohinyá sufrió la primera expulsión sistemática de su patria, Myanmar. Desde agosto de 2017, más de 740 000 huyeron cruzando la frontera cercana.

“¡Cuánta gente! Me quedé espantada”

Los rohinyá, una minoría perseguida

Los rohinyá son una minoría musulmana de Myanmar, un país mayoritariamente budista que no los reconoce como grupo étnico autóctono y tampoco les concede la nacionalidad. Antes del gran éxodo de agosto de 2017 vivían alrededor de un millón de rohinyá en Myanmar. Huyeron después de que sus pueblos fueran destruidos. Según informes de la ONU, miles de mujeres y hombres fueron violados, torturados y asesinados. El genocidio se produjo después de que unos rohinyá militantes atacaran comisarías y dieran muerte a agentes de policía.

Aquí viven en moradas humildes, construidas con cañas de bambú y lonas de plástico. Una chabola junto a otra, repartidas en un área de 26 kilómetros cuadrados. “Cuando llegué aquí por primera vez me quedé espantada”, afirma Alexa Mekonen. Eso fue a primeros de abril de 2018. “Mi primer pensamiento fue: ¡cuánta gente!” Y les faltaba de todo: comida, agua, electricidad, en fin, toda una infraestructura necesaria para hacer la vida más sufrible en esta metrópoli improvisada. Alexa Mekonen estaba contenta porque rápidamente pudo ponerse manos a la obra.  

En una primera fase inmediatamente después de la llegada de los primeros refugiados, Helvetas había distribuido botiquines de primeros auxilios que contenían jabón y recipientes de agua, entre otras cosas.

Medio año más tarde, la organización de ayuda al desarrollo empezó a apoyar a los rohinyá más allá de las primeras medidas de socorro. Durante las primeras semanas de estancia de Alexa Mekonen, Helvetas instaló 320 letrinas que se conectaron a grandes depósitos, en los que se acumulaban las heces y se generaba biogás.

Un niño y las letrinas
Helvetas instaló primero letrinas seguras e higiénicas para impedir el brote de enfermedades peligrosas. Con los materiales fecales se produce biogás utilizado como fuente de energía para las cocinas colectivas. Patrick Rohr

Biogás de letrinas

El gas se suministra a doce cocinas colectivas que Helvetas levantó en colaboración con una organización local. Cerca de 20 000 refugiados utilizan estas instalaciones. “Este sistema soluciona varios problemas”, explica Alexa Mekonen. “Así, las personas no tienen que hacer sus necesidades al aire libre, y gracias al gas no necesitan leña, de la que aquí ya no queda ninguna.” De hecho, los rohinyá, forzosamente, han deforestado prácticamente por completo los montes en los alrededores de Cox’s Bazar desde su llegada. Necesitaban espacio y madera para construir sus chabolas y para hacer fuego. Ahora ya no queda nada que sujete el terreno. “Este fue el siguiente gran problema cuando llegué. A finales de mayo y principios de junio empieza la temporada de monzones. Las chabolas en las laderas empinadas corrían peligro por el desprendimiento de tierras.”

Vista de una vivienda al borde del terreno
Vida en terreno empinado: a su llegada, los rohinyá talaron los montes para construir sus chabolas en las laderas que ahora están en peligro por desprendimientos de tierras. Existe el riesgo de que las chabolas se deslicen en la temporada de lluvias. Patrick Rohr

Una circunstancia agravante era que los rohinyá estaban obligados a levantar sus chabolas con bambúes y lonas de plástico, no podían utilizar piedras o ladrillos. Ni siquiera se permiten cimientos de hormigón porque el gobierno quiere que los rohinyá vuelvan cuanto antes a Myanmar. Pero esta no es una opción para la comunidad musulmana después del genocidio; de todos modos, el Gobierno de Myanmar tampoco ha dado señales serias para garantizarles una vida segura y libre en su patria.

Comunicación a través de gestos

En Bangladés los rohinyá son considerados como “personas provisionalmente acogidas”, lo cual hace su situación aún más difícil. “Los miles de niños que nacen aquí son apátridas. Oficialmente, no tienen derecho a una educación escolar porque no son refugiados reconocidos”, señala Alexa Mekonen.


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En el ínterin hemos llegado a la cima de la colina. Alexa Mekonen es rodeada inmediatamente por un grupo de niños. No habla el idioma de los rohinyá, pero consigue comunicarse por señas, gestos y la ayuda de un intérprete. Se acerca a las personas abiertamente, quiere saber cómo se encuentran y escucha sus preocupaciones.

“Siempre fui así”, dice. Más joven trabajó en un centro de barrio en Ginebra. Después se fue al extranjero. Durante su carrera universitaria estuvo en un campo de refugiados en Líbano y viajó para un estudio de campo sobre justicia de género a Namibia. Después de los estudios se fue a Tanzania para hacer unas prácticas en un proyecto agrario de Helvetas, que le brindó la oportunidad, entre otras cosas, de analizar cuestiones relacionadas con la justicia de género.

Alexa estudia un plano
Docenas de organizaciones de todo el mundo ofrecen apoyo a un millón de refugiados rohinyá en Bangladés. Ello requiere mucha coordinación: Alexa Mekonen en conversación con un colaborador de una organización local. Patrick Rohr

¿De dónde viene esta ansia por ir al extranjero? “Tiene que ver probablemente con mis orígenes familiares”, contesta Alexa Mekonen. Su padre es medio etíope, medio eritreo. Trabajaba para una empresa mercantil internacional en Ginebra. La madre, suiza de habla alemana, trabajaba en la misma ciudad en el aeropuerto como técnica del personal de tierra de una compañía aérea. “Por eso siempre pudimos viajar muy económicamente en familia.” Y así, Alexa y su hermano mayor pudieron desde una edad temprana, entrar en contacto con otras culturas en la India, China, Indonesia, Tailandia, Malaysia, Singapur, Etiopía y Eritrea. “Creo que no es ninguna casualidad que hoy esté donde estoy.”

Verdura, por lo menos algo propio

Conducimos el coche a través del campo de refugiados y llegamos a un mercado en el que los rohinyá ofertan verdura, alimentos y otros géneros para las necesidades cotidianas. “Así entra en circulación el dinero que hace que la gente del campo pueda alcanzar algo más de independencia”, indica Alexa Mekonen. Gracias al mercado entra algo de normalidad en la vida de los rohinyá.

Dos mujeres con plantas de verduras
El espacio en el campo de refugiados es reducido. Por eso, Helvetas ayuda a las familias rohinyá para que puedan plantar sus propios cultivos en los techos y así autoabastecerse con verduras frescas. Patrick Rohr

Finalmente, detrás del mercado Alexa Mekonen visita una familia que forma parte del proyecto más reciente de Helvetas. Con la ayuda del socio local Shushilan, Helvetas introduce a las mujeres en el cultivo de hortalizas y les enseña cómo pueden cultivar un huerto con plantas trepadoras en el reducido espacio alrededor de sus casas. Así las familias se pueden alimentar de manera más saludable.

Hasta ahora se nutrían de alimentos básicos como arroz, lentejas y aceite, que se llevan distribuyendo aquí desde la llegada de los rohinyá. Ahora pueden vender sus verduras y legumbres en el mercado, lo cual les aporta pequeños ingresos que les permiten comprar carne o pescado, por ejemplo.

“El peligro es que el destino de los rohinyá caiga en el olvido”, advierte Alexa Mekonen. “Sin embargo, esta gente necesitará nuestro apoyo también en el futuro, porque su situación no cambiará.” Fija su mirada en Sarah Begum, de 20 años, que en su chabola prepara la comida para su familia. “Me alegro de poder contribuir con mi trabajo al menos un poco para que estas personas puedan llevar una vida algo más digna.”

Dos niños de espaldas mirando a la distancia
Dos niños rohinyá observan desde lo alto el campo de refugiados más grande del mundo. En el horizonte aprecian los montes patrios de Myanmar, de donde fueron expulsados. Patrick Rohr
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Así ayuda Helvetas a los rohinyá

Gracias a su presencia en Bangladés durante los últimos 19 años, la organización de ayuda al desarrollo Helvetas pudo ayudar de forma rápida y eficaz a los rohinyá huidos de Myanmar con unos botiquines de primeros auxilios. Los proyectos de largo plazo mencionados en el reportaje también contaron con la financiación de donativos de la Cadena de la Solidaridad, una institución suiza que organiza y coordina los donativos cuando se producen catástrofes. Además, Helvetas es responsable de mejorar la seguridad del campo, conjuntamente con sus socios europeos Acted y PIN de la red Alliance2015. La población del campo recibe información sobre parques infantiles, centros de formación y hospitales y advertencias sobre peligros inminentes como ciclones o lluvias intensas. Además, los rohinyá pueden contribuir por su cuenta al bienestar común: por ejemplo, un grupo de mujeres ha mejorado las vías de acceso a las letrinas, y un grupo de jóvenes se ha ocupado de instalar alumbrados en las letrinas para la noche.

El periodista fotográfico autónomo Patrick RohrEnlace externo escribió este reportaje para swissinfo.ch cuando participó en una misión de ayuda de Helvetas.

Traducido del alemán por Antonio Suárez

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