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¿Cómo alimentar a 9 mil millones de personas en 2050?

El suelo, fundamento de la alimentación, cada vez más degradado por los pesticidas y la salinización. Reuters

La actual producción mundial de alimentos bastaría para satisfacer a los casi 7 mil millones de seres humanos que habitan hoy el planeta. Pero el hambre persiste, también porque el 40% de la cosecha se pierde en el procesamiento y el 30% después de la compra. Solo en Suiza se destruyen 250.000 toneladas de alimentos.

La pregunta no es tanto cuánto, sino quién, qué, dónde y cómo se produce y se consume.








¿Y cómo alimentaremos a 9 mil millones de habitantes en el 2050? Sin un cambio en el estilo de vida de despilfarro, en las políticas agrarias y de investigación no será posible, responde Hans Rudolf Herren, a una de las preguntas más desafiantes del congreso ‘Naturaleza y consumo’, que se realiza este viernes en el marco de la Feria ‘Natur’ en Basilea.

Herren es fundador y presidente de Biovision y el primer suizo que ganó el Premio Mundial de la Alimentación (1995) por desarrollar un método de control biológico contra una plaga que ataca a la yuca.

En 40 años, la producción alimentaria también deberá aumentar un 70%. “Y ello en una superficie limitada y degradada. La agricultura dispone de 5 mil millones de hectáreas. Pero cada año se pierden 10 millones de hectáreas por erosión, cultivo intensivo, y 10 millones por salinización. En total, la pérdida de terreno agrícola asciende a 1,3% cada año”, precisa.

  

“La lucha por el escaso recurso ‘suelo’ está en marcha. Estados y fondos financieros compran tierras en países en desarrollo o las arriendan a largo plazo. Sin embargo, este fundamento de la alimentación debe quedar en manos de los campesinos”, señala el agrónomo.

Agua, también cada vez más escasa

“La agricultura requiere el 70% del consumo global de agua, mientras el nivel de las aguas subterráneas desciende drásticamente. También causa calentamiento climático: el 60% de las emisiones de metano y el 50% de óxido nitroso -gases con efecto invernadero más potentes que el CO2. Si sigue este proceso, a largo plazo perderemos todos”, advierte.

Paralelamente Herren critica las políticas de países en desarrollo orientadas a una agricultura exportadora. “Los pequeños campesinos se han vuelto dependientes de los costosos fertilizantes químicos y pesticidas, se han endeudado y han abandonado sus tierras”.

Esos países, prosigue, necesitan divisas también para pagar su deuda externa. Compran alimentos baratos para su población. El Fondo Monetario Internacional los ha obligado a abrir sus fronteras para importar alimentos. La producción interna se descuidó y hoy 105 de 148 países en desarrollo son importadores netos, refiere.

Recetas del pasado ya no sirven

 

Pese a estas graves dificultades, el científico suizo considera que será posible alimentar a 9 mil millones de personas a mediados de este siglo, sin explotar el suelo, talar más bosques o destruir otros ecosistemas. “Los pequeños agricultores logran mayores cosechas por superficie que las grandes empresas agrícolas, porque emplean menos agroquímicos y más fuerza de trabajo”.

Ellos, puntualiza Herren, deben recibir además precios justos, disponer de infraestructura y una industria para procesar sus productos, lo que crea empleos y aumenta la capacidad adquisitiva. “No es posible que 2 mil millones más de personas sean expulsadas del campo a la ciudad. La agricultura debe ser atractiva para los jóvenes”.

Producción biológica y comercio equitativo

 

Según Herren, a escala global se necesita una agricultura ecológica. “En los países industrializados llevaría a un ligero descenso de la producción, que no obstante podría compensarse si la gente tira entre 30 y 40% menos alimentos. Pero en los países en desarrollo, donde se necesita mayor producción, el potencial con métodos ecológicos es grande, especialmente en América Latina y parte de África”.

El aumento de la producción depende además del comercio justo. “Las subvenciones a la exportación socavan la seguridad alimentaria porque someten a los campesinos de los países en desarrollo a una competencia desleal. Herren cita un ejemplo: el comercio global de café asciende a 20 mil millones de dólares anuales, pero solo el 6% del precio que pagan los consumidores del Norte llega a los productores del Sur.

Herren intercede para que la investigación y la tecnología agraria respondan a las necesidades de los pequeños campesinos. “Las semillas transgénicas son muy caras para ellos y no han aportado nada a los hambrientos. Si a la población mundial se suman 3 mil millones de personas que por su creciente nivel de vida consumen tanta carne como en los países ricos, no será suficiente”.

Alimentos llenan tanques y no estómagos vacíos

En otro taller del Congreso de Basilea, ‘El consumo en Europa y su influencia en el Sur’, la ONG Sisad se referirá a los efectos nocivos del empleo de aceite de palma, maíz, caña de azúcar o soja en la fabricación de agrocarburantes.

“Son monocultivos gigantescos que emplean grandes cantidades de pesticidas, abonos químicos y agua. Un litro de combustible de monocultivos necesitan hasta 4 mil litros de agua, tan escasa ya para el consumo humano y la producción de alimentos”, denuncia Tina Goethe. 

Según la responsable de soberanía alimentaria de Swissaid, los mal llamados ‘biocombustibles’ dañan el clima y la biodiversidad más que los combustibles fósiles.

“Brasil, el mayor productor de caña de azúcar para etanol, tala desenfrenadamente sus bosques tropicales. En Colombia y Paraguay, los campesinos son expulsados y sus tierras se emplean en el lucrativo negocio de los agrocombustibles”, señala.

“La firma suiza Addax Bioenergie ha arrendado 50 mil hectáreas de tierras en Sierra Leona para producir etanol de caña de azúcar. También firmas como Syngenta o Monsanto ganan con los agrocombustibles”.

Goethe aboga por un cambio. “En 2010 hemos lanzado una petición al Gobierno y al Parlamento contra los agrocarburantes y el próximo 24 de febrero la entregaremos. No puede ser que nuestra movilidad esté por encima de la seguridad alimentaria”.

Desde hace años aumenta el consumo per cápita de bienes y energía en todos los países industrializados. La sociedad de consumo parece no conocer fronteras. Pero este es solo parte del problema, según Claude Martin, presidente del Congreso.

La calidad del consumo es igualmente importante: la pregunta decisiva es cómo y dónde se producen la carne y el pescado, la madera, los teléfonos, cómo se transportan, procesan, empaquetan, comercializan, aprovechan y desechan estos productos.

Se trata de procesos complejos y, finalmente, de si los consumidores están en condiciones de tomar decisiones conscientes a favor de la naturaleza.

Estos aspectos de debatirán en ocho sesiones plenarias y 48 talleres del congreso.

Se realiza desde el 10 al 13 de febrero en Basilea e incluye una feria, un festival y una gala.

Con más de 100 expositores y organizaciones, la feria presenta experiencias para una forma de vida sostenible y respetuosa de los recursos naturales.

En su 6ª edición presenta por primera vez el ‘Mercado del Futuro’, con proyectos y productos innovadores.

A su vez, el Festival ofrece filmes sobre la naturaleza y el reino animal del Naturama Argovia, exposiciones y un pequeño zoológico.

En la Gala (11.02.) se entregará el Premio Suizo de Sostenibilidad ‘Prix Nature Swisscanto’, que este año recae en el músico Stress (categoría Portador de esperanza) y en los proyectos Urban Farmers (Roman Gaus, Zúrich) e Inneraum Komposter (Liliane Funke, Berna), ambos en la categoría ‘Generación Futuro’.

Igualmente se realizará el desfile de moda ‘Out of Africa’ con el diseños del ganés Kofi Ansah.

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