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“Hay coleccionistas de todo. ¡Es increíble!”

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Arthur Rooks no olvidó nunca sus primeras incursiones en el mundo de los tesoros de antaño. De niño, en Mississippi, a menudo acompañaba a su abuela en sus expediciones por los bazares. Otros niños habrían refunfuñado, pero él atrapó el virus del placer por las antigüedades.

“Era enfermera y cuando volvía a casa después de su guardia de noche, yo ya estaba esperándola en la puerta, vestido y listo para salir”, recuerda con una sonrisa. Su madre y su abuela eran anticuarias y su abuelo hacía trabajos manuales. De los tres heredó el gusto por los buenos negocios que, con un poco de esfuerzo, pueden ser aún mejores.

De hecho, Rooks se hizo a tal punto adicto a las antigüedades que ya de adolescente se escapaba de la escuela dominical para acudir a los mercados de pulgas. “De otra forma me hubiera perdido los mejores hallazgos”. Los dejaba apartados con el vendedor y se reunía luego en la iglesia con su familia, como si nada. Después del servicio religioso corría a los puestos para echar un segundo vistazo a la mercancía y hacer su elección.

“Hice mi primer negocio a los 15 años, con la reventa de una mesa que había remozado yo mismo”, observa, no sin orgullo. También vendió sus tarjetas de beisbol, pero prefiere no pensar en lo que valdrían hoy día.

Ahora, treinta años más tarde, nos encontramos en el mercadillo de Bürkliplatz en Zúrich. Llega con una gorra de beisbol y una sudadera con capucha a la cita en el quiosco, al mediodía, horas después de su primer recorrido por los puestos.  Ningún signo de fatiga en este enérgico cuarentón que habla como ráfaga de metralla.

Se convirtió en el director creativo de Quintessentia, una tienda en línea que ofrece tesoros desenterrados de los mercados de pulgas y de tiendas de segunda mano. Su especialidad es el diseño del siglo XX, sea en muebles, obras de arte, lámparas, artículos para el hogar y moda. También adquiere artículos específicos bajo pedido.

“Para mí es fácil porque tengo experiencia en muchas áreas”, explica. A guisa de ejemplo, narra que actualmente lleva a cabo una investigación sobre cerámica asiática. “Me gusta aprender cosas nuevas”.

Comprador exigente

Arthur Rooks recorre todos los sábados el Bürkliplatz, desde las seis de la mañana, momento en que los vendedores instalan su mercancía. “Mis favoritos son aquellos que vacían los viejos apartamentos y traen siempre toda suerte de nuevos objetos”, indica al señalar una mezcla de artículos que contrasta con los de enfrente, más refinados.

Sin embargo, considera que hay demasiada ropa en el mercado, una tendencia que observa en los últimos años en Suiza.

Brillantes o mates, intactas o rotas, bonitas o feas, siempre hay alguien que quiera las cosas. “Hay coleccionistas de todo. ¡Es increíble!” De repente, guarda silencio. Trato de adivinar lo que pudo atraer su atención y me sorprende ver que el descubrimiento es una arrugada manta de gancho de color naranja, beige y violeta. El tipo de cosas que uno no quisiera ni tocar, pero él la recoge con entusiasmo, elogiando los motivos geométricos.

Escucha encantado cuando la vendedora le informa que es el trabajo de una tía muerta hace tiempo y que estudió Bellas Artes en Zúrich. Aunque la señora no esté allí para confirmarlo, Rooks tiene la intuición de que estudió con un maestro reconocido.

“¿Cuánto?” “Oh, no sé, ¿10 o 15 francos?” Adquiere la manta por 10 francos y comenta que tratará de parcharla. Pero una vez lejos nos confía que sería preferible cortarla para hacer cojines.

Nos detenemos también para mirar viejos álbumes de fotos que Rooks encuentra a la vez fascinantes y tristes: “No entiendo por qué nadie en la familia habría querido guardarlos. Pero todo el tiempo encuentras este tipo de álbumes”. 

El país de los buenos negocios

Nacido en Chicago, Arthur Rooks estudió teatro, literatura y el arte escénico en la Universidad del  Noroeste. Después de su graduación, siguió un aprendizaje en la Ópera de Zúrich. “Quería tener una experiencia en el extranjero”, explica.  Se encuentra en Zúrich desde hace más de veinticuatro años. Describe su apartamento de cuatro habitaciones como un “gabinete de maravillas”, con una ecléctica mezcla de antigüedades y de diseños del siglo XX remodelados.

Internet ha cambiado radicalmente la manera en que la gente compra, vende y estima el valor de los objetos coleccionables. Algunos vendedores, por ejemplo, basan sus precios en algunas de las subastas en línea, a pesar de los precios extravagantes y, por lo tanto, por encima del mercado.

Aunque no teme regatear, Rooks prefiere que los artículos tengan una etiqueta con el precio. No le gusta la idea de que puedan pedirle más con la idea de que puede permitírselo. O lo contrario. “Una vez que compré un jarrón por 70 francos, la vendedora se sorprendió: ‘Cuesta 70, no 7 !’ Le dije, ‘Ya sé’”. ¿Racismo? Puede ser. “También aquella señora de edad en un mercado de  Basilea que de pronto me dijo: “Yo nunca había encontrado a un negro que se interesara en el arte”.

A parte de eso, Arthur Rooks es feliz en Suiza, donde ha podido desarrollar su negocio merced a los coleccionistas del pasado. Explica que después de la Segunda Guerra Mundial, “una cultura de la colección” se fue desarrollando en Suiza, mientras que Alemania y Francia se recuperaban. “Es por eso que se encuentran tantas y tan buenas cosas aquí. Los anticuarios y las casas de subastas debieron hacer fortuna”.

Habilidoso

Más tarde, al dar un paseo por la centenaria tienda de antigüedades del Zürcher Brockenhaus, salta a la vista que mi guía es un habitual. Intercambia bromas con el personal y me muestra algunos objetos especiales, como una colección de muebles que acaba de llegar de un viejo hotel de lujo.

Cuando espontáneamente compro un pequeño biombo de madera, Arthur Rooks se hace cargo, desciende con el insólito artículo a la planta baja y lo ata con una cuerda para facilitar su traslado.

Traducción, Marcela Águila Rubín

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