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Entre caridad cristiana y necesidad humana

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El más antiguo convento capuchino de Suiza logra mantenerse con la renta de su espacio para cursos y seminarios. Pero esto no basta. Se impone la búsqueda de fondos suplementarios. Reportaje.

Una sensación de profunda serenidad nos invade al llegar al convento del Bigorio, sobre la pendiente del homónimo monte luganese, en el sur helvético. Los capuchinos se instalaron en este pequeño oasis de paz desde 1535, ocho años después de la fundación de su orden.

Centro de una intensa vida monástica durante siglos, el convento fue ampliado y renovado en varias ocasiones. Su estructura arquitectónica actual, de tres niveles, data de 1767. Pero los tiempos de autosuficiencia y expansión de este convento rico en historia son ahora un recuerdo remoto.

Solo una reorientación decidida precozmente ha evitado su cierre. Un destino que no han podido evitar, en las últimas décadas, numerosos conventos y monasterios de Suiza cuyo número de ocupante ha descendido.

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Rezo tras los muros

Este contenido fue publicado en El fotógrafo Giorgio von Arb y el periodista Erwin Koch realizaron un retrato completo de este monasterio en la obra ‘Ein Buch über die Welt’ (‘Un libro sobre el mundo’) , que documenta la vida en torno al monasterio.(Imágenes: Giorgio von Arb)

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Apertura franciscana

En 1966, el Bigorio dejó de ser un claustro. “Ese año llegó el hermano Roberto para controlar las restauraciones tendientes a abrir el claustro a esta nueva actividad pública”, narra el secretario Luca, mientras recorremos el convento. Desde ese momento, Fray Roberto es el director de la casa.  

En 1967, “esta fue la actividad principal del convento”, prosigue Luca. No obstante, eso no significó recepciones de índole turístico. “Teníamos imposiciones claras”, puntualiza el hermano Roberto, al recibirnos en una sala de estilo simple, puro y riguroso, que caracteriza toda la construcción arquitectónica.

“Nuestra vocación es ofrecer este espacio para jornadas de estudio y de meditación. Esto permite vivir plenamente en el espíritu franciscano. ¿Sin monjes, de qué serviría un convento tan grande y bello?”, advierte el capuchino.

Inmerso en la Naturaleza, donde conviven especies alpinas y mediterráneas, el convento de Santa María del Bigorio, de los hermanos Capuchinos, fue fundado en 1535 como claustro. Su iglesia fue consagrada en 1577 a San Carlo Borromeo.

El centro monástico, agrandado y restaurado en diversas ocasiones. Su aspecto actual data de 1767.

Los trabajos más recientes dotaron al edificio de instalaciones modernas, sin alterar su estilo franciscano, caracterizado por líneas simples y materiales sencillos. Su capilla es obra de juventud del famoso arquitecto Mario Botta.

Además de muebles y de libros antiguos, el convento contiene obras de arte que testimonian cinco siglos de historia. Tiene un museo pequeño, que puede ser visitado previa cita.

El costo de la tranquilidad

El antiguo espacio de la enfermería y otras celdas monacales fueron transformadas en  25 habitaciones para los huéspedes. Cada año, en promedio, el establecimiento recibe un centenar de grupos o, dicho de otro modo, unas 1.500 personas en total. Cómo máximo, 30 personas pueden pernoctar simultáneamente en el monasterio.

Las dimensiones reducidas en los espacios del claustro contribuyen ciertamente a conferir intimidad y confidencia, lo que permite hacer del convento un sitio privilegiado para organizar cursos y seminarios en un ambiente que favorece a la concentración.  Por otra parte, la imposibilidad de recibir a grandes grupos constituye un freno en los ingresos del locatario.

Esto también se debe a que, para asegurar la quietud, el convento hospeda solamente a un grupo a la vez. Así, casi siempre se ocupa solamente una parte de las habitaciones.  

El convento no quiere renunciar en lo absoluto a la cualidad de su oferta, que a través de los años ha hecho del Bigorio un punto de referencia para universidades y empresas de toda Suiza y de otros lugares del mundo. Los clientes se han vuelto huéspedes fieles, y también promotores publicitarios del convento.

Entre esos clientes se encuentra Bruno Marti. “Desde 1974, organizamos cuatro veces al año seminarios sobre seguridad y protección a la salud en sitios laborales para una empresa”, narra entusiasta mientras verifica los aparatos necesarios para la sesión que tendrá lugar esta tarde.

La crisis de la vocación religiosa ha llevado al cierre de numerosos conventos y monasterios en las últimas décadas. Aquellas instituciones que aún existen, se enfrentan a problemas de financiamiento. La producción de alimentos y de licores tradicionales, de artículos de herboristería y otras actividades, como la restauración de libros y documentos antiguos y la reparación de pergaminos litúrgicos, representan típicas actividades de conventos y monasterios.

Cursos por monjes

El convento propone también un programa de cursos ofrecidos por monjes. De este modo, “uno puede compartir la espiritualidad”, explica el hermano Roberto. Por ejemplo, con el curso dedicado al descubrimiento del silencio para centrarse en los valores esenciales de la vida, que él mismo imparte desde hace 20 años.

Pero estas actividades no son suficientes para cubrir los costos del funcionamiento del convento, que ascienden a casi medio millón de francos anuales, precisa el secretario y contador del inmueble. La producción de algunos artículos artesanales típicos, “sirve, sobre todo, para mantener las tradiciones”, afirma el hermano Roberto. “Se trata de una contribución, pero que está lejos de cubrir el déficit”, agrega Luca.

En el pasado, la intensa labor artística del monje Roberto contribuía en gran medida a cubrir los gastos. “De la década de 1960 a la del 1980 se produjo el boom de la restauración. Se renovaron todas las iglesias del Tesino y fui llamado para hacer diversos trabajos, pero ahora ya no existe esta demanda”, narra el autor de más de 300 vitrales, y no solamente lo para iglesias.

Los laicos, garantía de continuidad

El director está consciente de que en los próximos años “se deberán cerrar más conventos”, pero está convencido de que el de Bigorio es “uno de pocos que tiene aún un buen futuro”, merced a los seminarios y cursos de los cuales es sede. Además, para equilibrar las cuentas, se creó en 2011 la asociación ‘Amigos del Bigorio’.

La entidad tiene la tarea de promover y sostener la actividad y el patrimonio cultural del convento. Su inicio fue muy prometedor. “Recolectamos casi 200.000 francos”, declara el secretario de la asociación Edo Bobbià.

Falta confirmar si la generosidad continuará. “Nuestro objetivo es reunir 100.000 francos al año. Poco más de la mitad de este dinero sería destinado a cubrir el déficit de gestión corriente y la otra parte -40.000 francos- a las reservas para labores de manutención”.

“La asociación es una garantía de continuidad. Si mañana no quedara ningún monje aquí, la actividad se mantendría con ayuda de los laicos”, sostiene el hermano Roberto. Y sabe de qué habla, porque en Bigorio hoy residen solamente dos hermanos.

Traducido del italiano: Patricia Islas

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