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“América Latina se tomó muy en serio el Vaticano II”

Leonardo Boff, uno de los fundadores de la Teología de la Liberación. latinphoto.org

El Concilio Vaticano II transformó el conjunto de la Iglesia Católica. Pero fue quizás en América Latina donde las transformaciones fueron más radicales, opina Leonardo Boff, uno de los fundadores de la Teología de la Liberación.

El Concilio Vaticano II (1962-1965) fue la respuesta tardía, pero auténtica, a la Reforma Protestante del siglo XVI. Esta reivindicaba reformas a la cabeza (jerarquía) y entre los miembros (cristiandad). En 500 años, esa reforma nunca llegó. Pero los tiempos cambiaron y, finalmente, llegó. Por eso el Concilio representa una ruptura en el camino que la Iglesia Católica había recorrido durante siglos.

Era una Iglesia transformada en una fortaleza asediada, que se defendía contra todo lo que venía del mundo moderno, la ciencia, la técnica y los avances de la civilización como la democracia, los derechos humanos y la separación entre Iglesia y Estado. El Papa Pío XII (1939-1958) fue el último representante del sueño medieval de la Iglesia, sueño que se había convertido en una auténtica pesadilla colectiva y en un cuerpo extraño en el mundo de hoy.

Visión social

Pero un Papa anciano del que nada se esperaba, Juan XXIII (958-1963), aportó un soplo de aire fresco. Él abrió las puertas y las ventanas de la Iglesia al afirmar: “No es un museo respetable; tiene que ser la casa de todos, aireada y agradable para vivir”.

El Concilio Vaticano II representó, en palabras de Juan XXIII, un aggiornamento, es decir, una actualización y reconstrucción de su autocomprensión, de sus instituciones, de su lenguaje, de sus ritos y del tipo de presencia en el mundo.

Aquí no se trata de resumir los elementos principales que introdujo el Concilio. Nos interesa cómo acogió y tradujo la Iglesia latinoamericana ese aggiornamento. Ese proceso, llamado de recepción, nunca es una simple adaptación o aplicación de las decisiones oficiales, sino una relectura y una remodelación de intuiciones del Concilio en el contexto latinoamericano, muy diferente del contexto europeo en el que se habían elaborado todos los documentos. Vamos a enfatizar solamente algunos puntos esenciales, a modo de una lectura de ciego que capta solo lo que es realmente importante.

El primero, sin duda, fue la profunda transformación de la atmósfera eclesial: antes predominaba la Gran Disciplina, la uniformización romana y el aire sombrío y severo de la vida eclesial. Las Iglesias de América Latina, África y Asia eran iglesias-espejo de la Iglesia Romana. De repente, comenzaron a sentirse iglesias-fuente. Podían hacer inculturación y crear nuevos lenguajes. Por ello, ahora irradian la alegría, el entusiasmo y el coraje de crear. Finalmente, la Iglesia Católica ha encontrado su lugar en el mundo actual, participando de sus alegrías y tristezas, de sus búsquedas y avances.

Transformaciones en América Latina

En segundo lugar, en América Latina se produjo una redefinición del lugar social de la Iglesia. El Concilio Vaticano II fue un concilio universal, pero en la perspectiva de los países centrales y ricos. Eso se nota en su documento pastoral más abierto, el Gaudium et Spes (Alegría y Esperanza), en el que se definió a la Iglesia dentro del mundo moderno. La Iglesia latinoamericana mira a su alrededor y se percata del submundo de la periferia y de la opresión. La Iglesia debe desplazarse del centro humano hacia las periferias subhumanas. Si aquí reina la opresión, su misión debe ser la liberación y la transformación. Así se valoraron las palabras del Papa Juan XXIII un mes antes del Concilio: “La Iglesia es de todos, pero quiere ser, sobre todo, la Iglesia de los pobres”.

Este giro se tradujo en Medellín (1968) en una opción solidaria y preferencial para los pobres, contra la pobreza y en pro de la vida y la libertad. Este giro adquirió centralidad en Puebla (1979) y se consolidó después como una marca registrada de la Iglesia latinoamericana.

En tercer lugar, está la concretización de la Iglesia como Pueblo de Dios. El Concilio Vaticano II antepuso esta categoría a la Jerarquía. Para la Iglesias latinoamericanas, el Pueblo de Dios, no es una metáfora; la gran mayoría del pueblo es cristiano y católico, es por ende el Pueblo de Dios, que gime bajo la opresión como en el Éxodo de Egipto. De ahí nace la dimensión de liberación que la Iglesia asume oficialmente en todos los documentos de Medellín (1968) hasta Aparecida (2009). Esta visión de la Iglesia-pueblo-de-Dios proporcionó algo original de América latina: las comunidades eclesiales de base, a saber la Iglesia de la base y la Iglesia de la liberación.

En cuarto lugar, el Concilio entendió la Palabra de Dios, contenida en las Escrituras, como el alma de la vida eclesial, especialmente, de la reflexión teológica. Esto se tradujo en América Latina en la lectura popular de la Biblia en millares de círculos bíblicos. En ellos los cristianos comparaban su vida con las Escrituras y sacaban conclusiones prácticas respecto a la comunión, la participación y la liberación.

En quinto lugar, el Concilio se abrió a los derechos humanos. En América Latina se tradujeron en derechos de los pobres, como el derecho a la vida, al trabajo, a la salud y la educación. A partir de los derechos de los pobres, se entienden los demás derechos.

En sexto lugar, el Concilio acogió el ecumenismo y el diálogo con las otras religiones. En América Latina, el ecumenismo no apuesta tanto por la convergencia en las doctrinas, sino por la convergencia en las prácticas: todas las Iglesias defienden la liberación de todos los oprimidos. Es un ecumenismo de misión. Y se dialoga con las demás religiones viendo en ellas la presencia del Espíritu que llega antes que el misionario. Por esa razón, hay que respetar las religiones y sus valores.

Finalmente, hay que reconocer que América Latina fue el subcontinente donde más en serio se tomó el Concilio Vaticano II y donde más transformaciones trajo, al proyectar la Iglesia de los pobres como un desafío para la Iglesia universal y para todas las conciencias humanitarias.

Nace en 1938 en el Estado de Rio Grande do Sur, al sur de Brasil.

Estudia Teología en su país y en Alemania antes ingresar en la orden de los Frailes Menores (franciscanos) en 1959.

Es Doctor en Teología y Filosofía por la Universidad de Múnich (Alemania).

Además de profesor de Teología, de 1970 1985, participa en el desarrollo de la Teología de la Liberación.

En 1985, el Vaticano le sanciona por los lazos estrechos entre la Teología de la Liberación y el marxismo. Boff tiene que respetar “silencio y obediencia”.

No guarda ni uno ni otra, sino que ataca reiteradamente a Juan Pablo II. En 1992, deja la orden franciscana.

Se desarrolló en los años 1960 y 1970 en América Latina. Sus representantes más destacados son los brasileños Dom Hélder Câmara y Leonardo Boff, así como el peruano Gustavo Gutiérrez.

Se concibe como la ‘voz de los pobres’ y como tal quiere contribuir a liberar a las capas sociales más desfavorecidas de la explotación, la injusticia y la opresión.

Aunque nace en América Latina, la Teología de la Liberación tiene adeptos en Europa y en el mundo en desarrollo. En Sudáfrica, por ejemplo, se desarrolló la Teología de la Liberación negra contra el apartheid.

Debido a su cercanía con postulados del marxismo, el Vaticano nunca vio con buenos ojos a los defensores de la Teología de la Liberación.

Después de un periodo de auge, el movimiento pierde la euforia de los comienzos. Así, durante un viaje a Centroamérica en 1996, el Papa Juan Pablo II afirma que la era de la Teología de la Liberación terminó con la Guerra Fría.

(Traducción del portugués: Belén Couceiro)

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