Berta es un halcón sacre de casi tres años. Las hembras son mucho más corpulentas que los machos.
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Una caperuza de halcón con plumas de búho cuelga del retrovisor en el auto de Ulrich Lüthi.
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Estos nidos datan del año pasado. El objetivo es que las grajas aniden en otra parte, donde no molesten a nadie.
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Avalon, un busardo de Harris, con caperuza. Gracias a ese bonete las aves permanecen tranquilas.
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La busarda Aleia permanecerá amarrada hasta que concluya su entrenamiento y se acostumbre al medioambiente.
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Berta ya está bien entrenada. Ulrich Lüthi puede dejarla volar en libertad.
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Con sus garras, las aves de rapiña atrapan a sus presas.
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¿Es verdadero?, inquieren dos pequeñas de un vecino jardín de niños.
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La comunicación funciona a veces sin palabras.
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“Nuestra mamá no nos creerá cuando le digamos que vimos un halcón de verdad”, coinciden Céleste y Lotte.
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“Parece una mosca”, asegura una de las niñas.
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Desde una corta distancia, Aléia regresa sin problema. En sus vuelos alcanza una distancia de 40 metros. Una vez entrenadas, las aves pueden volar libremente pero nunca en zonas urbanas.
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Berta despliega su elegancia.
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Decenas de grajas se alejan al paso de Lüthi con Avalon.
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Un festín bien merecido. Las aves de Lüthi consumen alrededor de 2000 pollitos muertos por año.
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Lüthi recorre tres o cuatro lugares por día.
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Las caperuzas facilitan el transporte de sus portadores.
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Con sus aves de rapiña, Ulrich Lüthi viaja por diferentes ciudades. Su tarea consiste en liberar avenidas, parques y espacios privados de las grajas, una actividad que el diccionario define como “volatería” y que se encuentra en vías de extinción.
Un gorjeo en su celular anuncia el arribo de un nuevo mensaje. Mientras conduce, del portaequipaje del auto llega un silbido y del asiento trasero, donde están instaladas sus aves de presa, un chillido incesante. Del espejo retrovisor cuelga una caperuza para halcón decorada con plumas, y del llavero, un guante de cetrero en miniatura y una cabeza de pájaro en plata.
Desde hace 15 años, Ulrich Lüthi no ha tenido vacaciones. Esto, sin embargo, está lejos de entristecerlo. “Encontré mi camino”, dice el halconero al recorrer las ciudades de Thun y de Berna.
Hace algunos años, los científicos se alegraban con el aumento de grajas en Suiza, indica. Ahora, su presencia está mal vista en muchas ciudades. Sus movimientos y sus excrementos molestan a los habitantes. No les impresiona la presencia de seres humanos, pero temen a las aves rapaces. Por lo tanto, las autoridades comunales contratan a Ulrich Lüthi para ahuyentarlas.
Con sus pájaros en los brazos, el cetrero camina por las calles y los parques mientras conversa. Los transeúntes, jóvenes y mayores, le hacen preguntas y le agradecen su trabajo, una actividad que ya casi no se ejerce.
Paralelamente, dirige otros proyectos con sus rapaces: organiza visitas, ofrece actividades para niños o participa en mercados y ferias medievales. Su forma de tratar a los animales revela una gran sensibilidad, la misma que utiliza para ayudar a personas enfermas.
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