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Italianos y eritreos: los ‘viejos’ inmigrantes tienden la mano a los ‘nuevos’

La Misión Católica Italiana de Berna ha lanzado un proyecto de solidaridad con la comunidad católica eritrea en Suiza. Objetivo: recolectar fondos para que los jóvenes refugiados puedan vivir su fe. Ester Unterfinger/swissinfo.ch

Después de haber sudado gotas de sangre y sufrido el racismo, hoy los italianos en Suiza son considerados un modelo de integración. Experiencia que la Misión Católica Italiana de Berna quiere poner al servicio de los nuevos inmigrantes, los refugiados. ¡Y qué mejor manera que una fiesta! El invitado de honor: la colonia eritrea, porque la integración pasa también por el oído y el paladar.

El aroma de tierras lejanas nos invade nada más cruzar el umbral de la puerta. Falta poco para el mediodía y en la cocina de la Misión Católica Italiana en Berna un grupo de jóvenes está trabajando a todo tren. Esta noche habrá más de cien bocas que alimentar y no hay tiempo que perder.

“Estamos preparando el zinghiní, un plato típico de Eritrea con estofado de carne e inyera [pan plano muy fino]”, explica Mariam*, mientras pica las cebollas y se seca una lágrima caprichosa. Un poco más adelante, Fatimah* revuelve la salsa: “Hemos agregado una pizca de chile y cilantro, pero no demasiado… Los italianos no están acostumbrados a nuestros sabores y no queremos asustarlos”.

Fatimah suelta una carcajada, luego se tapa la boca con la mano y baja la mirada, avergonzada. Luce unas trenzas largas y con poco más de veinte años tiene a sus espaldas una huida de Eritrea. Al igual que los demás jóvenes ‘cocineros’ nos pide que no revelemos su nombre. De la situación en Eritrea nadie quiere hablar, porque “hoy es un día de fiesta y no hay lugar para la rabia ni la tristeza”.

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Este sábado de invierno, la Misión Católica acoge una fiesta intercultural entre católicos italianos y eritreos. Dos comunidades que, además de la fe y un pasado migratorio, comparten gustos culturales – como la afición al café – que se remontan a la época de la colonización.

Los italianos representan la mayor colonia extranjera en Suiza: a finales de 2016 eran 318 000, de los cuales cerca de 21 000 residentes en el cantón de Berna. La comunidad eritrea sumaba alrededor de 38 000 personas. Cerca de 6 500 son católicos, mientras que la mayoría son ortodoxos.

La idea fue del padre Antonio Grasso, quien hace un año y medio tomó las riendas de la Misión Católica Italiana de Berna. “Nuestra institución ha sido un importante punto de referencia para los trabajadores italianos en Suiza, sobre todo en la época de los temporeros. Hasta hoy ayudamos a nuestros compatriotas, que cada día llaman a la puerta para pedir dinero o consejos, pero no podemos ni debemos hacer más. Nuestra colonia fue acogida y ahora debe ser acogedora. ¿Y a quién vamos a acoger si no a los refugiados?

Así, la Misión ha decidido lanzar un proyecto para solidarizarseEnlace externo con la comunidad eritrea y, en especial, con la católica que en Suiza cuenta cerca de 6 500 miembros. ¿El objetivo? Facilitar su integración y recolectar fondos para la misión pastoral. Comprar libros de culto en lengua tigriña o encontrar lugares donde oficiar misa no siempre es fácil para esta comunidad que, a diferencia de la italiana o la portuguesa, no está oficialmente reconocida y, por ende, no recibe ayuda económica por parte de los cantones. “Yo soy el único sacerdote eritreo en Suiza y tengo que desplazarme por todo el país para reunirme con mis feligreses, que a menudo carecen de los medios económicos para moverse”, explica Mussie Zerai, apodado “el ángel de los refugiados”. “La fe es un aspecto muy importante en la vida de estos jóvenes y representa un bálsamo para sus heridas”.

Entrada la tarde, los voluntarios de la Misión Católica preparan las mesas para la cena en la sala del primer piso. Antonio, de 48 años, hijo de inmigrantes italianos nacido en Suiza, forma parte del grupo de ayuda a los refugiados. “Hemos organizado varias actividades, como un torneo de fútbol y una recolecta de ropa. En cierto sentido, siento que es mi deber echar una mano a estas personas, porque sé que para nosotros los italianos no fue fácil integrarnos en Suiza”, explica. Y Bruno, su amigo de infancia, añade: “Además, los latinos somos quizás más acogedores que los suizos alemanes o por lo menos más campechanos”.

La experiencia de quienes huyen de una dictadura no es desde luego comparable con la de quienes emigran por trabajo, pero hay obstáculos, pequeños o grandes, en la integración que comparten muchos extranjeros en Suiza. En primer lugar el idioma.

De esto Petros*, un joven eritreo que llegó a Berna hace un año, sabe un rato. “Es muy difícil… En la escuela aprendemos ‘el buen alemán’ [alemán estándar], pero luego la gente en la calle habla dialecto y no entiendo nada”, relata en un alemán teñido de tigriña. “A veces tenemos la impresión de que aquí la gente es más cerrada”, agrega Yusef, de 23 años. “En nuestro país, en casa siempre hay café preparado por si llega una visita”. Cuando les preguntamos qué es lo que más necesitan, los dos jóvenes responden sin titubeos: “Un trabajo. Estar mano sobre mano es un sufrimiento. Uno no deja de pensar en su familia en Eritrea, y en tantas otras cosas…”.

Yusef y Petros se van corriendo a cambiarse. En el palco de la sala del primer piso, los jóvenes eritreos están ensayando con el coro. Esta noche actuarán delante de todos. La emoción se palpa en el aire.

A las siete en punto, la cena está servida. Menú: lasaña de verduras, preparada con esmero por las mujeres de la Misión y zighinì. Los jóvenes eritreos se han repartido entre las mesas. Todo el mundo charla animadamente, observa los rostros nuevos con intriga.

“Deberíamos organizar más a menudo este tipo de actos”, dice Claudia, una mujer con el ímpetu típico de las italianas del sur. De la situación en Eritrea no sabe gran cosa y es por ello también que ha decidido venir. Además de que es de buen comer.

Claudia llegó a los 14 años de su Salento natal. “Era el 22 de febrero de 1962. Aún lo recuerdo porque nunca había visto la nieve. Los primeros años, los suizos no podían ver a los italianos. Solo éramos mano de obra. Por eso entiendo el sufrimiento que viven hoy estos jóvenes, aunque nosotros tuvimos que salir adelante solos”. Claudia se muerde el labio y prosigue: “Hace 55 años que solo digo ‘Ja, ja, ja’ [Sí, en alemán]. Desde niños nos enseñaron que había que responder así, que no podíamos coger nada”.

Las dificultades de aquellos años, el orgullo de haber salido adelante, sigue muy presente en el recuerdo de los inmigrantes italianos de la primera generación. Y a veces no es fácil vencer la desconfianza hacia el prójimo.

“Algunos dicen: ¿Por qué tenemos que ayudarlos? ¿Quiénes son?”, reconoce el padre Antonio Grasso. “Sobre todo porque el clima político en Suiza no es favorable hacia los eritreos. Las diferentes actividades que hemos organizado sirven precisamente para sensibilizar a la comunidad. Pero se necesita tiempo. Es más difícil razonar uno mismo y vivir la propia experiencia”.

Mientras fuera anochece, italianos y eritreos bailan en el palco. Después de la actuación del coro ahora es el turno de la tarantela. La gente salta, ríe, se coge del brazo y se deja transportar por los ritmos del sur. Si los pasos no son correctos, eso es lo de menos, bromea. “Que este baile nos sirva de ejemplo: Quien acepta el riesgo del encuentro con el prójimo debe aceptar también que algo en él va a cambiar. Y de ello saldrá sin duda enriquecido”.

*Los nombres reales están cambiados en este reportaje para preservar el anonimato de nuestros interlocutores.

Traducción del italiano: Belén Couceiro

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