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“Me involucro en cosas que me producen felicidad”

Stephan Wagner Object swissinfo.ch

Stephan Wagner ama hacer proyectos y, en muchos sentidos, estos marcan su vida. Fundó una consultoría en informática y ya piensa en un nuevo negocio. Pero su más reciente aventura es criar las cabras que producen la lana más suave del mundo.

Wagner me encuentra en la parada de autobús en Hemberg, el pueblo más cercano a su granja. Aquí se siente en casa, saluda a todos aquellos que cruza en su camino hacia la tienda de comestibles. Allí, con una sonrisa sencilla y gentil modo, compra un poco de leche.

Este sitio ha sido el hogar de su familia por varias generaciones. Su abuelo compró la granja como una inversión cuando la tierra allí era barata. Después, su padre se mudó aquí con Stephan, que le transmitió el amor por las montañas y la naturaleza.

Wagner se sube en su camioneta. Su perro Gwen está en el asiento trasero. Nos conduce a su granja en un trayecto sinuoso de unos 15 minutos. Normalmente, este sendero muestra bellas vistas de la región del Appenzell y de los Alpes de Glarus, pero hoy hay niebla sobre los campos nevados.

Viramos sobre un largo camino para acercarnos a una granja en la que se puede apreciar una silueta, que poco después desaparece tras el granero. Una manada de cabras de largos cuernos, pelo largo y barbas graciosas que les llegan casi hasta el suelo están dentro del rejado. Su pelaje se peina con regularidad para recolectar las fibras que dan origen al preciado tejido de cachemira, uno de los textiles más suaves y preciados en el mundo.


Al dirigirnos a la casa, la misteriosa figura aparece de nuevo, esta vez con toda claridad. Es Samuel, un radiante y entusiasta joven que vive con Stephan y su pareja, Andrea Etter, desde hace varios años, como parte de un programa laboral para discapacitados mentales. Durante la semana ayuda en la granja. Se ha vuelto parte de la familia. Otro de los “proyectos” de Wagner que involucra amor, paciencia y mucho humor.

Andrea nos saluda y avisa a Stephan de que una mujer a llamado para solicitar tres kilos de lana de cachemira. Pero ellos no pueden responder al pedido.

Gran demanda

“Debemos decirle que no será posible”, confirma Wagner. La pareja elige cuidadosamente los destinatarios de la lana disponible. Da prioridad a proyectos del comercio justo, como uno en Kirguizistán; o la producción permanece en casa para los productos que la propia Andrea realiza y vende a través de internet.

“No tenemos problema con la venta, sino con la producción de la lana”, señala. “Somos una granja orgánica, hacemos toda nuestra producción de modo transparente al cliente y nuestros productos no son tratados con químicos.”

La demanda de este lujoso producto por parte de diseñadores textiles, tejedores y todo tipo de clientes de todas partes del mundo es tan alta que ni Wagner, ni los otros miembros de la Asociación Alpina de Lana Cachemira, pueden responder a ella.

Esta asociación -otro proyecto lanzado por Wagner- reúne a aproximadamente a la mitad de los productores de lana cachemira de Europa, según cálculos de nuestro interlocutor. Sus miembros intercambian constantemente ideas sobre las mejores prácticas para la producción de tejido proveniente de estas cabras de las estepas de Asia.

Trabajar la tierra

Cuando Stephan se mudó a la granja, la idea era vivir allí y rentar el terreno a un campesino, como su padre y su abuelo lo habían hecho, y continuar su trabajo en una empresa de informática en Zúrich, con un trayecto diario en carretera de dos horas.

Pero llegó el momento de preguntarse por qué vivir tan lejos de la civilización y no aprovechar las posibilidades que ofrece la tierra. Así comenzó la reflexión sobre la crianza de cabras de cachemira. Una elección fácil, pues tenía ya un poco de experiencia con estos animales, adaptados al paisaje alpino.

“Con 9 años me ocupé de las cabras en una granja alpina. Desarrollé una relación con estos animales y comprendí el modo de tratarlas. Más tarde trabajé en una granja ganadera en Friburgo. El vecino tenía 300 cabras y tres hijas bonitas, y allí pasaba mucho tiempo.”

Dos ocupaciones

Actualmente, Wagner dedica el 20% de su tiempo la granja, y el 80% a su consultoría informática. Etter, informática en un banco, ahora es criadora de cabras y quesera. Ella dedica el 80% de su tiempo en la granja, y el otro 20% en la compañía. Trabajan normalmente desde casa, pero ocasionalmente van a Zúrich para reunirse con sus clientes.

“Soy el director de la empresa y hago todo lo que nadie quiere hacer”, bromea Stephan. “Puedo aprovechar mis competencias en muchos de mis proyectos, pues me siento bien en ambos rubros, en la granja y en el sector de la informática”.

Concluye que sendas empresas no son tan diferentes. De hecho, considera que cada proyecto emprendido – estudiar Geofísica e Ingeniería Mecánica en el Politécnico de Zúrich, escribir su tesis doctoral en mecánica de congelación o aprender informática- han requerido de una gran dosis de curiosidad, una personalidad sencilla, amor a la naturaleza y tener bien clara la noción de lo que puede ser realizable.

Y si Stephan admite que el proyecto de la granja ha exigido el máximo de las capacidades de ambos, Andrea arremete desde la cocina que ella puede imaginarse aumentar el número de cabras a más de 200.

“¡Pero alguien debe atenderlas, Andrea!”, responde con gentileza y una sonrisa. Después admite que ella tiene razón: si quisieran realmente ganar su vida únicamente con la cachemira, deberían aumentar el número de cabras a un mínimo de 200. Pero tiene claro que hay muchos otros intereses para limitarse a un solo proyecto. Y solo deja entrever que su próxima idea tiene que ver “con motos antiguas”.

“En el futuro dedicaré muy probablemente menos tiempo a la granja. Es una parte de mi vida, pero no es toda mi vida”.

“Me involucro en cosas que me producen felicidad. Ya no soy el más joven, así que ha llegado el momento de hacer que lo que deseas, realmente suceda”.

Vagabundear por las montañas y la vida

Si hay un objeto que defina la personalidad de Wagner, sin duda son sus botas de escalada: es un ávido alpinista y cree que las cumbres definen la agricultura suiza y mantienen al país unido.

“Tenemos cuatro regiones lingüísticas, pero nosotros, los suizos, nos identificamos con las cumbres alpinas descritas en Heidi, de la autora Johanna Spyri. Ese es nuestro común denominador”.

Y en las montañas es donde se siente más en casa, señala. El simple placer de recorrerlas ha influenciado el modo de elegir su forma de vida.

“Me encanta caminar entre esos diversos proyectos, esos mundos distintos. Me siento en casa en el mundo de la agricultura, pero también necesito algo más, como el trabajo técnico, o colaborar con la gente. Me gusta reunir diferentes aspectos bajo un mismo techo, y caminar por diversos mundos y por la vida”.

Traducido del inglés por Patricia islas

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