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Esperanzas e interrogaciones sobre nueva Libia

En Libia, la población celebra la inminente caída del régimen libio de Gaddafi. Keystone

La prensa helvética manifiesta su entusiasmo respecto a la inminente caída del régimen Gaddafi. Empero, se interroga sobre el futuro de un país con un potencial enorme pero muy fisurado, y cuyo destino afecta a la Europa Occidental.

Los combates aún tienen lugar en Trípoli y el paradero de Muammar Gaddafi se desconoce, mientras su hijo Saif Al-Islam, presuntamente arrestado el lunes, apareció horas más tarde en una conferencia de prensa. No obstante, los diarios helvéticos traducen su entusiasmo por la formidable aceleración del proceso revolucionario en Libia.
 
Diversos periódicos dedican varias páginas al acontecimiento y lo analizan bajo múltiples ángulos. Los editorialistas desenvainaron su pluma con un júbilo cierto: se recuerda la humillación que el coronel Gaddafi infligió a Suiza en respuesta a la detención de su hijo Hannibal en Ginebra.
 
Louis Ruffieux, por ejemplo, en el diario La Liberté, no escatima metáforas: en algunas líneas, Gaddafi es sucesivamente tachado de “tirano” de “Padre Ubu libio”, de “beduino de Syrte” y de “apestado”. Nos parecería escuchar al Capitán Haddock.

Todo está abierto

“Inclusive antes de conocer la suerte del coronel Gaddafi, la oposición libia y la comunidad internacional enterraron ayer su régimen”, subraya Bernard Bridel en La Tribune de Gèneve y el 24 Heures.
 
Un régimen que el Aargauer Zeitung sitúa en una perspectiva histórica muy occidental:  “Durante 42 años, el clan Gaddafi, represivo y corrupto, atropelló al pueblo libio. Durante 42 años, el tirano del desierto tendió la mano a otros dictadores de la región, durante 42 años, el ‘perro rabioso’, según la expresión de Ronald Reagan, a través de sus acciones terroristas, sembró el pavor en Estados Unidos, Europa Occidental y en Israel”.
 
El fin del régimen, sí, sin duda, pero no el fin de las interrogantes: “Como todas las revoluciones, la forma en que concluirá está abierta. La distancia histórica es la que da sentido a las revoluciones. En tiempo real, la dinámica interna es difícil de reconocer, difícil de controlar”, dice en sustancia, en el diario zuriqués Tages-Anzeiger, Tomas Avenarius, corresponsal en El Cairo. Cita también los casos de Egipto, Túnez, Siria y Yemen.
 
En el diario de Neuchâtel, L’Express, Philippe Villard plantea una serie de interrogantes. “¿Hacia qué depuración van a dirigirse? ¿Qué procesos del régimen serán instruidos en Trípoli o en La Haya? ¿Qué nuevas instituciones emergerán del caos? ¿Cómo van a jugar los aliados de ayer -sin duda individualmente-, sus cartas diplomáticas y económicas para atraerse petróleo y contratos de reconstrucción del fuego revolucionario?”
 
Interrogantes a las cuales el experto en estrategia Albert A. Stahel añade, en el Berner Zeitung, el tema de la problemática de los bereberes oprimidos durante siglos en Libia.
 
Un cierto pesimismo se advierte en el Corriere del Ticino, según el cual “para muchos libios el gusto de la victoria podría ser muy amargo”. Subraya el diario de expresión italiana que “la repartición del pastel” podría generar tensiones y rivalidades. Según el periódico, el error que los occidentales deberán evitar, es el que se cometió en Irak, donde el financiamiento de la reconstrucción llegó “a cuentagotas” y muy reducido en comparación con los medios utilizados durante la ofensiva militar.

Un nuevo arranque

 “… La caída anunciada del régimen Gaddafi no garantiza a Libia despertares armoniosos”, confirma Angélique Mounier-Kuhn en el diario francófono Le Temps. Enfatiza el impacto positivo que el caso libio tendrá para Siria. “A unos 2000 km de Trípoli, en Damasco, otro déspota con las manos cubiertas de sangre tiene sin duda un sueño agitado (…) los valerosos contestatarios del régimen alauita podrán aumentar su determinación con el derrumbe de Gaddafi”.
 
¿Siria concernida? Europa Occidental también, como lo subrayan La Tribune de Genève y 24 Heures, y ello por dos razones: “La primera tiene qué ver con el muy estrecho ‘vínculo petrolero’ que une al Viejo Continente con Libia. La segunda, al ‘paso’ hacia la Europa que representa ese país para millares de desvalidos del sur del continente negro”. Dos buenas razones para nosotros, pues, apoyar a Libia “acompañando la transición naciente”, y a la espera de que este sostén comprometa a sus dirigentes.
 
“En particular, a respetar las reglas esenciales de la democracia”.
Como quedó señalado, en Suiza no se olvida la humillación derivada del caso de Hannibal Gaddafi (cuya detención en Ginebra en 2008, por maltrato a sus empleados, generó una ola de reacciones de Trípoli incluida la retención y encarcelamiento de ciudadanos suizos). Pero más allá de un sentimiento de revancha, es frente al compromiso de otros países occidentales que Louis Ruffieux, sitúa a sus lectores.
 
“Suiza (…) saborea el desarme del coronel, como tantas otras víctimas a través del mundo. Puede, en su delectación, tener un pensamiento de agradecimiento para los países que bajo la égida de la OTAN, desempeñan un papel decisivo en esta obra de salubridad. Durante seis meses, Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos, entre otros, comprometieron hombres y medios considerables. No lo olvidemos: sus deudas públicas, que soslayamos de tan de buena gana, también cargan el precio de la libertad”, escribe.

Gaddafi nació en 1942, hijo de un pastor beduino, en una tienda cerca de Sirte, en la costa mediterránea. Abandonó los estudios de Geografía en la universidad para empezar una carrera militar que incluyó un breve paso por una escuela militar británica.

Llegó al poder en un golpe militar incruento en 1969, cuando derrocó al rey Idris, y en los años 70 formuló su “tercera teoría universal”, a medio camino entre el capitalismo y el comunismo.

Gaddafi supervisó el rápido desarrollo de un país golpeado por la pobreza, anteriormente poco conocido salvo por sus pozos petrolíferos y su desiertos donde tuvieron lugar grandes batallas durante la Segunda Guerra Mundial.

Una de sus principales tareas fue la construcción de las fuerzas armadas, pero también gastó miles de millones de dólares de ingresos petrolíferos en mejorar el nivel de vida de la población, convirtiéndole en un líder popular con los libios de salarios bajos.

Ha empleado duras tácticas contra los disidentes, entre los que se cuentan los islamistas, y ha usado “comités de purificación” en el Ejército y la policía, a los que se han unido jóvenes estudiantes leales al Gobierno, para mantener el control.

Pero también se ha ganado el respeto de muchos libios. Es una figura carismática con un toque popular y ha explotado el medio televisivo, a diferencia de otros líderes árabes.

Gaddafi abrazó el panarabismo del difunto líder egipcio Gamal Abdel Naser e intentó sin éxito fusionar Libia, Egipto y Siria en una federación. Un intento similar para unir Libia y Túnez acabó en resentimiento.

Gaddafi fue particularmente marginado por Occidente tras el atentado llevado a cabo por agentes libios contra un avión de Pan Am en 1988 que cayó sobre la localidad de Lockerbie, en Escocia, donde murieron 270 personas.

Las sanciones de la ONU, impuestas en 1992 para presionar a Trípoli a que entregara a dos los sospechosos libios, dañaron a la economía, afectaron al espíritu revolucionario de Gaddafi y aliviaron su retórica anticapitalista y antioccidental.

 Fuente: Reuters

(Traducción: Marcela Águila Rubín)

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