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Cuando Suiza vivía bajo el terror anarquista

Asesinato en el Grand Hotel. Una equivocación mortal

Ilustración de una mujer disparando a un hombre en un restaurante
Una joven dispara, aparentemente sin motivo, contra un hombre de negocios francés en el restaurante de un hotel. Andrea Caprez

En 1906 una joven rusa dispara a un empresario francés en un hotel de Interlaken. En el juicio contra la terrorista, el jurado, compuesto por campesinos del Oberland bernés, actúa con clemencia.

Mientras los camareros, con sus impecables delantales blancos, atienden solícitos las mesas del restaurante del Grand Hotel Jungfrau de Interlaken, una joven se levanta, saca una pistola de su bolso y dispara tres tiros al caballero sentado en la mesa contigua.

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El presidente Schenk recibe una carta amenazadora. ¿Quién está detrás?

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“El Palacio Federal volará por los aires este mes. ¡Temblad!”

Este contenido fue publicado en El 26 de enero de 1885 el presidente de la Confederación, Karl Schenk, se sintió aterrorizado al revisar el correo llegado al Palacio Federal. Una carta anónima le avisaba que los anarquistas tenían la intención de “hacer saltar por los aires el edificio durante una sesión plenaria del Consejo Federal [Gobierno suizo]”. Diecisiete hombres se…

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Se produce entonces una enorme confusión. Los clientes dan gritos procurando ponerse a salvo y algunas mujeres caen al suelo desmayadas. La autora del crimen efectúa cuatro disparos más contra su víctima y luego, con la cabeza muy alta, atraviesa la sala con paso solemne.

Un camarero la sujeta por la muñeca mientras otro le arranca el arma de la mano. “No es necesario actuar con violencia”, les dice en tono imperioso a ambos. “Ya ven ustedes que no opongo resistencia y no tengo previsto huir”.

En el primer interrogatorio declara que ha sido un acto de justicia política. Simplemente se había limitado a ejecutar la sentencia de muerte que el Partido Socialista Revolucionario de Rusia había dictado contra el exministro del Interior Durnovo. Solo que la víctima, que murió poco después del atentado, no era ni ruso ni se dedicaba a la política. Se llamaba Charles Müller, era un empresario francés y fue víctima de una equivocación fatal.

¿Quién es la asesina?

La autora del atentado se niega firmemente a revelar su identidad a la policía. Aunque se ha inscrito en el hotel como la Sra. Stafford, de Estocolmo, su acento revela un origen ruso.

Sin embargo, en su habitación no encuentran ni un solo trozo de papel ni mucho menos una tarjeta de identidad. Las etiquetas han sido cuidadosamente eliminadas de la ropa. Y el hombre que se hizo pasar por su marido ha desaparecido sin dejar rastro.

El asesinato en el Grand Hotel y la misteriosa autora son ingredientes idóneos para captar la atención de los medios internacionales.

Un viejo artículo de periódico
Un artículo sobre el asesinato en el Petit Parisien. Petit Parisien

“El drama de Interlaken. La anarquista se equivocó”, puede leerse en el Petit Parisien, el diario parisino de mayor circulación, que envía inmediatamente un corresponsal especial a Interlaken. Al día siguiente ese periodista escribe que apenas podría imaginarse que “la ira revolucionaria pudiera extenderse hasta este maravilloso rincón de Suiza y armar el brazo de una mujer”.

Durante los siguientes días el enviado especial entrevista a camareros, huéspedes del hotel y un vigilante de prisiones. Logra incluso echar un vistazo a la autora del atentado en su celda: “Ese silencio, esa mirada enfermiza, esa expresión apagada de un ser resignado a la cautividad, todo eso era extrañamente conmovedor”.

Como la identidad de la asesina sigue sin estar clara una semana después del crimen, el Petit Parisien publica un retrato robot elaborado según los datos facilitados por uno de los camareros.

Un trato rudo

Entretanto, el juez de instrucción ordena que se la fotografíe con sus trajes, “una vez vistiendo un abrigo azul oscuro con falso cuello de piel, otra con una chaqueta bolero blanca y un sombrero panamá, y otra vez más con un vestido de amazona, tocada con un bombín.

Fotos históricas de una mujer
El juez de instrucción ordena fotografiar a Tatiana Leontieff con diferentes vestidos Staatsarchiv Bern

Pero cuando piden a la joven que se cambie de vestido por cuarta vez, esta se niega. El juez de instrucción, que obviamente se encuentra bajo la presión de conseguir resultados, se enfurece. La amenaza con vestirla a la fuerza si es necesario.

Como la intimidación tampoco hace efecto, los policías la desvisten dejándola con su ropa interior. Ella se apodera de un taburete para defenderse. “Es esta la forma de comportarse en Suiza”, les increpa gritando, “en una república donde uno debería ser más civilizado que en una monarquía”.

El juez de instrucción pierde completamente el control. Agarra a la prisionera y la empuja contra una pared. Ella le escupe a la cara y se niega a comer durante dos días.  Mientras tanto, la policía envía 2 500 carteles de búsqueda y pide ayuda a sus colegas europeos.

Fotos de busca y captura de la policía. 
Fotos de busca y captura de la policía. Staatsarchiv Bern

Poco después llegan las primeras pistas. Unos empresarios de Lausana reconocen en las fotos a la estudiante de medicina Tatiana Leontieff y la policía de Ginebra informa que puede tratarse de la hija de un alto funcionario ruso que vive con su madre en los alrededores de Ginebra. Al parecer, consta en los archivos que la joven mantenía contactos con revolucionarios rusos.

Una joven revolucionaria

De hecho, Tatiana Leontieff no es ninguna desconocida. Se radicalizó en 1905 al presenciar la brutal y sangrienta represión de una manifestación de trabajadores desarmados ante el Palacio de Invierno.

Solo tres meses después era ya sospechosa de estar involucrada en la planificación de atentados terroristas contra el gobierno. La policía encontró explosivos en su cesta de costura y la encerró en la tristemente célebre fortaleza de Pedro y Pablo.

Su tío, chambelán del zar, utilizó su influencia para trasladarla a una clínica psiquiátrica. Unos meses más tarde fue puesta en libertad, tras lo cual se trasladó a Suiza con su madre.

Aquí llamó la atención por su inteligencia y su fervor revolucionario. Cuando un profesor le advirtió que estaba comprometiendo la carrera de su padre, ella le contestó: “Por un lado está mi padre, por el otro, 130 millones de rusos. No puedo actuar de otro modo”.

Vieja foto de una mujer en un periódico
La prensa, fascinada con el caso Petit Parisien

Los periodistas se esfuerzan por conocer los motivos del sangriento atentado. Algunos hacen responsable al misterioso compañero que desapareció la víspera del crimen, otros a la histeria revolucionaria, una variante femenina de la “locura política” que el psiquiatra austriaco Krafft-Ebing diagnosticó en algunos hombres, concretamente aquellos que elaboran “ingeniosos pero irrealizables planes para mejorar el mundo, pero son incapaces de pensar o hacer algo práctico”, por lo que recurren a la violencia.

Estas opiniones vienen como anillo al dedo al padre de Tatiana, quien, con la ayuda de informes psiquiátricos, intenta convencer al juez de instrucción de que su hija “solo es parcialmente responsable de sus actos” y que su lugar está en una clínica psiquiátrica.

A mediados de octubre de 1906 Tatiana Leontieff es trasladada al manicomio de Münsingen para ser examinada. Allí ella explica amablemente a los médicos que lucha por la abolición de la propiedad privada y el matrimonio, “pues el amor sexual es una cuestión exclusivamente personal sobre el que ni los curas ni los legisladores tienen nada que decir”.

Los expertos no encuentran en ella “deficiencia ni perturbación mental”, y creen que solo es víctima de una “crisis psicológica” que, como a tantos otros jóvenes rusos, la habría impulsado a luchar “apasionadamente contra la enfermiza situación política de su país”.

“No estoy demasiado arrepentida”

El 25 de marzo de 1907 da comienzo en Thun el tan esperado proceso.

Una caricatura de la época.
Una caricatura de la época. Nebelspalter

Tatiana Leontieff tiene que responder como única autora del asesinato, pues, a pesar de una intensa búsqueda, su compañero sigue desaparecido. La sala del tribunal está abarrotada. Llegan periodistas de toda Europa, así como curiosos, exiliados rusos y socialistas suizos, que admiran la energía de “la adorada y al mismo tiempo odiada joven” y por lo tanto quieren apoyarla moralmente.

Tatiana tiene un aspecto pálido y demacrado, pero es inquebrantable. “No responderé ninguna pregunta que se refiera a mi vida privada”, aclara al comienzo del juicio.

Describe meticulosamente el reinado del terror impuesto por el ministro del Interior Durowno. “La señorita Leontieff hace gala de una rara energía, una notable frialdad y una constante presencia de ánimo en sus respuestas”, se maravilla un periodista, “pero el tono modesto, casi temeroso de su melodiosa voz contrasta con la implacabilidad de sus respuestas”.

Efectivamente, Tatiana es implacable. A la pregunta de si lamentaba el error, ella responde que como socialista “no se arrepiente demasiado de haber eliminado a un miembro de la sociedad burguesa”.

También se muestra inexorable ante el juez, a quien ella acusa de “brutalidad extrema”, como recoge el New York Times. El magistrado intenta salir del apuro, pero al final tiene que admitir que “podría ser” que la hubiera empujado “con más fuerza de la necesaria”.

Cuando el juez niega que “ella le hubiera escupido”, Tatiana Leontieff pide una repetición de la escena “para que el caballero pueda recordar”. Entre el público se escuchan gritos de ¡bravo! Y el ambiente se caldea. El presidente del tribunal restablece el orden de la sala y promete una investigación disciplinaria sobre el incidente.

Los campesinos muestran clemencia

Actúa como abogado defensor el socialista Alfred Brüstlein, diputado del Consejo Nacional [cámara baja del Parlamento suizo]. Para facilitar al jurado -que en su mayoría está compuesto por campesinos de la región- la comprensión de su alegato, Brüstlein lo hace en dialecto bernés.

Pone en juego una doble estrategia: por un lado, quiere poner de relieve la extraordinaria sensibilidad de la acusada, su “corazón de oro” y “su alma compasiva”; por el otro, culpa al Estado ruso por su crueldad y transforma los hechos convirtiendo el asesinato en un clásico tiranicidio.

El alegato de la defensa dura cuatro horas enteras. “Es un auténtico monumento histórico”, escribe un periodista en tono de alabanza y se pregunta: “¿No tendrán piedad los campesinos del Oberland bernés y condenarán a una mujer que ha sacrificado todas sus relaciones privadas para abrir, como un Arnold von Winkelried, una brecha en el muro de hierro del enemigo?”.

Al final, los campesinos actuaron con clemencia. Tatiana Leontieff fue declarada culpable de asesinato, pero debido a la disminución de sus facultades mentales y otras circunstancias atenuantes la sentencia limitaba su condena a cuatro años de prisión.

Dos meses después del juicio la prensa informaba que Tatiana se había vuelto loca y había sido ingresada en el manicomio de Münsingen.

Tatiana Leontieff, la única mujer autora de un asesinato político en territorio suizo, permaneció en el hospital psiquiátrico hasta su muerte. Falleció de tuberculosis en 1922, a la edad de 39 años. Las razones de su atentado nunca fueron aclaradas.

Atentados en Suiza

Una mirada retrospectiva a la historia de Suiza muestra que los actos de violencia con trasfondo político fueron mucho más frecuentes de lo que hoy podemos imaginar. El primer atentado terrorista en suelo suizo tuvo lugar en 1898 contra la emperatriz Elisabeth de Austria (Isabel de Baviera), que fue apuñalada por el anarquista Luigi Lucheni. Sissi fue la primera víctima del terror anarquista en Suiza, pero no la última.

A principios del siglo XX Suiza fue escenario de una auténtica ola de violencia terrorista. Los anarquistas atacaron bancos y el cuartel de la policía en Zúrich, intentaron volar varios trenes, chantajearon a los empresarios, cometieron atentados con bombas y asesinaron a personalidades políticas.

La mayor parte de los terroristas procedían del extranjero: rusos, italianos, alemanes y austriacos que habían encontrado asilo político en Suiza. Solo unos pocos eran suizos y la mayor parte de estos mantenía un estrecho contacto con anarquistas extranjeros. Sin embargo, el terror que estos criminales produjeron fue generalmente mayor que el daño. A veces eran tan inexpertos que las bombas les explotaban accidentalmente mientras las fabricaban.

Para Suiza, la violencia anarquista fue un desafío político. El país reaccionó con expulsiones y un endurecimiento de las leyes. En la denominada Ley de Anarquistas, de 1894, se aumentaron las penas para todos los delitos cometidos con ayuda de explosivos y se condenó también los actos preparatorios. Pero al mismo tiempo, Suiza se negó a endurecer la legislación en materia de asilo, y continuó brindando una generosa protección a los perseguidos políticos.

Traducción del alemán: José M. Wolff

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