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San José y la historia de los colonos valesanos

Mercedes Vanerio señala la llegada de los inmigrantes suizos a San José. swissinfo.ch

Partieron desde Sion, la capital del cantón del Valais, cargando en sus maletas desde utensilios, ropa y herramientas, hasta un sinfín de sueños, miedos y nostalgias.

Un 2 de julio de 1857 llegaron a Entre Ríos y, bajo el amparo del presidente Urquiza, formaron la primera colonia agrícola de la provincia, la que sería ejemplo de convivencia y prosperidad.

“…Mi concesión es muy bella, toda de buena pradera. No se encuentran ahí ni piedras ni malezas. Tenemos agua al costado de nuestra casa. Lo que se ha plantado crece bien, excepto las cepas de viñas que habían muerto antes de llegar. Una sola ha brotado”.

Con estas palabras le contaba Joseph Bonvin al juez de paz de su comuna en Suiza, cómo eran las tierras que le habían otorgado en San José al llegar.

Primeras dificultades para los pioneros

Bonvín era uno de los integrantes del contingente que había arribado aquel 2 de julio de 1857 a la provincia de Entre Ríos, con 104 jefes de familia (530 personas en total), en su mayoría provenientes del cantón del Valais.

Aunque en su carta puede descifrarse satisfacción, no todo había sido así desde el principio. El grupo de inmigrantes había llegado a Argentina para instalarse en la provincia de Corrientes, pero su contrato fue desconocido por el gobierno, y los desembarcaron en tierras entrerrianas, el Ibicuy, una planicie inundable y llena de pantanos.

Para salvar la situación, el general Justo José de Urquiza, en ese momento presidente de la Confederación Argentina (1854-1860), resolvió ubicarlos en sus campos, cerca de su residencia –el Palacio San José- y asumir la empresa como un particular.

La flamante colonia

El encargado de delinear la flamante Colonia San José fue el agrimensor Carlos Sourigues, y su administración fue encomendada a Alejo Peyret, un publicista francés que se ganó el respeto de los recién llegados.

Terminada la mensura, en la que colaboran los propios colonos, el 2 de agosto entraron en posesión de los terrenos asignados.

Según los contratos, a cada familia le correspondían “16 cuadras cuadradas (unas 30 hectáreas), 4 bueyes, 2 caballos, 2 vacas, madera, leña, un adelanto de cien pesos bolivianos y la manutención durante un año”.

La ley estipulaba que, reembolsados los gastos al cabo de cuatro años, los colonos quedaban dueños de sus lotes y, además, se establecía que le pertenecían por entero todos los productos o beneficios de su trabajo.

La visión de Urquiza

“Cuando llegaron no sabían nada de estas tierras”, cuenta a swissinfo la historiadora Mercedes Vanerio. “Tan es así, que construían sus casas con techos alpinos porque desconocían que acá no nevaba, y por eso dejaban una franja de bosque junto al río para poder juntar leña en el invierno. No conocían tampoco a los teros ni a otras aves ni animales”.

“Urquiza fue muy generoso con ellos. Los protegía mucho. Incluso perdonó algunas deudas a aquellos que no podían pagarlas. Algunas familias pagaron todo, otras menos. A algunos les perdonó los intereses”, prosigue.

“Él tenía la convicción de que había que poblar el país y valoraba la inmigración. Por eso, cuando se loteó, se adjudicaba un terreno de por medio a cada familia (se dejaba un terreno vacío entre lote y lote), pensando en la descendencia, en cuando llegaran sus vecinos. La idea era que tengan como vecinos a las familias que tenían de vecinas en Suiza, o a sus propias familias”.

“Hay que recordar que todas nuestras familias fueron numerosas. ¡Siempre suelo ejemplificar con un Pralong que se casó 3 veces y tuvo 36 hijos”, explica Mercedes Valerio.

Los tiempos no eran tan fáciles por entonces en Argentina y Urquiza era el primer presidente constitucional del país. Las pujas entre unitarios y federales todavía dominaban la escena política, Buenos Aires estaba separada del resto del país y algunos gauchos matreros pululaban por la región del litoral.

Aún hoy, algunas leyendas populares cuentan que cuando aparecían los gauchos malentretenidos a molestar u hostigar a los inmigrantes en sus colonias, Urquiza los mandaba a buscar y les cortaba la cabeza en los fondos del Palacio San José.

Modelo de convivencia

Los libros de historia rescatan a esta inmigración como modelo de convivencia y reconocen su aporte en varios aspectos. Dos citas textuales valen como ejemplo:

“Hablan francés, alemán e italiano. Unos son católicos; otros, protestantes. Orientados por un consejo municipal de origen popular, estos inmigrantes introducen rectas normas de convivencia dentro de un sano espíritu democrático. Se les prohíbe la venta de bebidas alcohólicas y se les impone la contribución del trabajo personal en obras públicas. Ensayan el sufragio secreto por primera vez en nuestro país”

“Siembran el trigo y el maíz, el algodón, el tabaco y el maní. Plantan frutales. Elaboran aceite, harina y miel. Más adelante producen buenos vinos y se orientan a la avicultura. Utilizan modernas máquinas de segar y de trillar, cercan sus terrenos, no sin luchar con los estancieros vecinos, que echan los animales sobre los sembrados. Contrastan, sin duda, frente a la rutina ambiente, operando una efectiva transformación del suelo y de la sociedad entrerriana”.


Desde entonces, Bonvin, Crépy, Decurgez, Delaloye, Follonier, Gabioud, Gay, Imhoff, Maxit, Micheloud, Moix, Quinodoz, Siegrist, Pralong, Girard, Premat, Schaller, Cettour, Bonfils, Genolet, Rouiller, Evequoz, Gaillard, Blanchet, son algunos apellidos que resuenan en toda la provincia, como una firma que, indeleble, estampa cada descendiente que echó raíces en el litoral argentino.

swissinfo, Norma Domínguez, San José, Entre Ríos

La Colonia San José fue la primer colonia agrícola-ganadera de la provincia de Entre Ríos.

Según datos del Archivo General de la Nación y de distintas fuentes oficiales, entre 1857 y 1924 llegaron a la Argentina 37.017 suizos.

Inmigrantes valesanos, saboyanos, piamonteses llegaron en 1857 para dar vida a esta Colonia ubicada a 9 km de Colón y a 325 km de Buenos Aires.

Según los contratos, a cada familia le correspondían “unas 30 hectáreas, 4 bueyes, 2 caballos, 2 vacas, madera, leña, un adelanto de cien pesos bolivianos y la manutención durante un año”.

Los primeros colonos ensayaron el sufragio secreto por primera vez en Argentina.

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