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“A mi edad no voy a encontrar otro empleo”

Heidi Brunner vende en promedio veinte entradas por noche. swissinfo.ch

Heidi Brunner tiene 71 años y sigue trabajando. Y es que la pensión que percibe es ínfima y sólo le da para vivir modestamente.

La mujer tiene un trabajo parcial poco habitual: es cajera en un cine porno de Zúrich.

“Es un trabajo como otro”, señala. “Al principio me molestaban mucho los ruidos (suspiros), pero después de cuatro años ya ni los oigo”, asegura Heidi Brunner (nombre ficticio) a swissinfo. Cuatro veces por semana, esta mujer trabaja en la caja de un cine porno y gana 20 francos por hora.

Necesita el dinero. “Una pensión de 3.000 francos mensuales no da para mucho”, explica. El alquiler del apartamento de tres cuartos cuesta más de 1.300 francos. A ellos se suman los gastos del seguro de enfermedad, luz, teléfono, etc. “Quiero vivir sin aprietos y poder darme algún capricho, si me apetece.”

Está contenta con su trabajo y asegura que nunca ha sido acosada. “Los hombres saben que no pueden conquistar a la cajera. Y el hecho de tener cierta edad también es una ventaja en este trabajo”.

Hasta ahora Heidi nunca se ha aburrido. Suele conversar con algún que otro cliente, cuando deja la sala de proyección para fumarse un cigarrillo. “Solemos hablar de todo, menos de sexo”, puntualiza.

Vendedora de formación

Heidi Brunner trabajó muchos años como vendedora. A los quince años inició un aprendizaje en una tienda de alimentación. A los 19 se casó y fue madre de cinco hijos. Durante dos décadas fue ama de casa, hasta que se divorció.
Se casó una segunda vez y se reincorporó al mundo laboral.

“Las vendedoras están generalmente mal pagadas”, señala con convicción. Heidi Brunner ganaba unos 3.000 francos mensuales. Trabajó doce y diez años, respectivamente, en los almacenes EPA y Jelmoni. Fue una época que recuerda con cariño: “Para mí fueron unos trabajos geniales. El sueldo me permitía vestir bien. Y, además, trabajé en los repartos más diversos.”

De niña ya le gustaba jugar “a las vendedoras”. Y siempre le encantó estar en contacto con la gente. “No hubiese podido trabajar sola en una oficina”, asegura.
Después de jubilarse, Heidi Brunner tuvo un empleo de tres días por semana en un quiosco de la estación de ferrocarril de Zúrich. Le pagaban 21.60 francos por hora y estaba encantada con su trabajo. “Cada mañana veía a la misma gente que venía a comprar cigarrillos y nos deseábamos un buen día.”

Pero a los cuatro años, esa tarea comenzó a ser demasiado agotadora y estresante. Dejó el quiosco y puso un anuncio para encontrar otro empleo a tiempo parcial. Tenía 67 años. Recibió varias ofertas: recepcionista en un burdel, planchar en una tintorería, limpiar oficinas y cajera en un cine porno.

La directora del cine la llamó y la citó para una entrevista. “Cuando llegué allí me dije: No voy a poder hacer este trabajo con todos esos suspiros que se oyen en la sala”. Pero lo intentó y hoy no la incomodan.

Ultima etapa de una vida laboral

El trabajo de cajera no es agotador. Puede permanecer horas sentada y leer novelas. El turno de las 16.15 a las 23.15 los describe así:

“Relevo a la persona del turno anterior, cobro las entradas, cada hora y media cambio las cintas de video y a las 22.45 cierro la caja, verifico que las salas y cabinas estén vacías, me pongo los guantes para recoger las papeleras y papeles tirados en el suelo, me lavo las manos y cierro el cine.”

Recuerda que en una ocasión dos hombres intentaron forzar la caja en la cabina de espectadores. Pero saltó la alarma y se dieron a la fuga. “Hoy suelo tener casi siempre un guardaespaldas”. Los clientes habituales saben que es una persona miedosa. “Entonces uno de los hombres siempre se queda conmigo hasta que cierro el cine”.

Heidi está convencida de que ésta será la última actividad remunerada que realice en su vida. “Estoy segura de que a mis 71 años no voy a encontrar otro empleo”. Opina que en Suiza la gente tiene que trabajar hasta que no puede más. “Y las pensiones son tan irrisorias que uno no se puede dar un capricho”, señala.

Aún así está conforme y reconoce que siempre le gustó trabajar. A lo largo de su vida hubo momentos difíciles, como hace doce años, cuando el menor de sus hijos, toxicómano, se quitó la vida. O también cuando falleció su segundo marido. “La vida tiene altos y bajos. Hay que aceptar también los momentos oscuros. Pero yo no me dejo abatir y me levanto de cada golpe.”

swissinfo, Alina Kunz Popper
(Traducción: Belén Couceiro)

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