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Chocolate: el arte de la seducción

El chocolate en toda su variedad: una delicia para el paladar. www.mkb.ch

El chocolate suizo goza de fama mundial. Su fabricación, en cambio, es reciente comparada con la tradición del manjar de los dioses en Mesoamérica.

Una exposición en el Museo de las Culturas de Basilea recorre la historia del cacao y su uso.

“¿Te acuerdas de estas tabletas que nos solían regalar para el cumpleaños?”, pregunta un señor mayor a su esposa, mientras sus nietos se quedan estupefactos ante la variedad de chocolates diferentes que hay en la vitrina.

Visitantes de todas las edades llenan las salas del Museo que recorren la historia del chocolate. Los pequeños admiran la variedad en la que se presenta el dulce tan querido; los mayores se regodean en nostalgia al ver los envases y envoltorios antiguos.

Cada generación encuentra otro detalle que le fascina y todos conocemos muy bien el poder seductivo de esta ambrosía.

Bebida para los dioses y la nobleza

Hace 500 años que un europeo, el navegante Cristóbal Colón, vio la semilla del cacao por primera vez. Comprendió que era algo muy valioso, pero la confundió con la almendra y no supo qué hacer con ella.

Fue el conquistador Hernán Cortez quien trajo el primer cacao a España en 1528, así como los utensilios necesarios para preparar una bebida rica que había conocido en México: el chocolate.

El nombre probablemente proviene de una combinación del vocablo maya ‘chocol’, que significa caliente, con la palabra azteca ‘atl’ (agua).

Los mayas ya conocían esta forma deliciosa de agua caliente desde hace más de 2000 años. Según ellos, el cacao era la bebida de los dioses, y lo usaban solamente en el marco ceremonial.

En Mesoamérica, las semillas del cacao servían como medio de pago hasta el siglo XVIII. El comercio colonial con este oro de color café, monopolizado por los conquistadores españoles, se inició en 1585.

Rápidamente conquistó el gusto de las cortes europeas. Durante varios siglos, el consumo de chocolate fue un privilegio de la nobleza.

Aparte de usarse como golosina en las tertulias de la aristocracia, servía como medicina. El léxico universal de 1732 dice del chocolate “es muy bueno para el estómago débil, facilita la digestión, despierta el apetito, se usa contra la tos, aumenta los espíritus vitales y las fuerzas carnales, por lo cual también se le llama pan de Venus.”

Aunque no se han podido comprobar científicamente las cualidades afrodisíacas del chocolate, se sabe que su consumo influye positivamente en las funciones cerebrales y en el bienestar mental.

El chocolate suizo

A lo largo del siglo XIX la bebida de los dioses perdió su importancia y empezó la era del chocolate sólido tal como lo conocemos hoy. Su fabricación industrial lo convirtió en alimento para todos.

En 1819, el suizo François-Louis Cailler abrió, cerca de Vevey, una de las primeras manufacturas mecanizadas de chocolate. Cincuenta años después, su compatriota Daniel Peter logró unir la masa de cacao con leche, e inventó la receta fundamental que caracteriza hasta hoy día al chocolate suizo.

A principios del siglo XX, gracias al espíritu innovador de los pioneros, este pequeño país alpino conquistó el mercado internacional, con un producto que seduce tanto a los niños como a los adultos.

Aunque hoy solamente se importa un 1% de la cosecha mundial de cacao, el chocolate sigue siendo sinónimo del perfeccionismo suizo.

Para promover la golosina recién inventada, los chocolateros usaron medios de propaganda nuevos en aquella época: carteles grandes y envoltorios variopintos.

Un método para ligar la clientela a ciertas marcas era la edición de imágenes de colección. Cada tableta contenía una estampa que se podía pegar en un álbum.

Al salir de la exposición, el visitante no tiene que quedarse con el antojo: la cadena de supermercados Coop, patrocinadora principal, le regala un pequeño recuerdo.

La exposición ‘Chocolate: el arte de la seducción’ en el Museo de las Culturas de Basilea permanecerá abierta al público hasta el próximo 30 de marzo.

swissinfo, Franziska Nyffenegger, Basilea

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