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La censura en el cine al estilo de Irán

Rodado clandestinamente, el filme más reciente de Mohammed Rasulof, Manuscripts don’t burn, narra la historia de tres escritores bajo la mano dura de la censura. FIFF

A pesar de las promesas de apertura del nuevo presidente Hasan Rohani, las violaciones a los derechos humanos son moneda corriente en Irán. Testimonios de tres cineastas disidentes.

Se presentó ante el mundo como un hombre de “sabiduría y moderación”. Hasan Rohani, de 66 años e hijo de la revolución de 1979, ha tratado de dar una nueva imagen a su país, después de ocho años de política radical y aislacionista de Mahmud Ahmadineyad.

Pero más allá de las conversaciones nucleares, la apertura prometida por el nuevo presidente iraní no parece concretizarse. “En estos primeros ocho meses del Gobierno de Rohani no ha habido un cambio radical para el pueblo”, indican al unísono Mania Akbari, de 40 años, y Ehsan Khoshbakht, de 33. “Por lo menos nos ha dado un rayo de esperanza”, considera Sharam Mokri.

Nos reunimos con los tres cineastas en Friburgo, en abril pasado, en el marco de festival de cine de esa ciudad suiza y en el que se dedicó una retrospectiva al cine iraní. Pero lo que entonces allí abordamos con estas figuras del cine sigue siendo tema vigente en la República Islámica.

La realizadora Mania Akbari y Ehsan Khoshbakht, que actualmente trabaja como crítico de música y cine, viven en el exilio en Londres. Sharam Mokri, de 37 años, tomó un vuelo directo desde Teherán a Europa para presentar su última película, Fish and cat, seleccionada en la competición del Festival de Friburgo, pero censurada en su país.

Ehsan Khoshbakht

Irán es un Estado militarizado en manos de los Guardianes de la Revolución y de unos pocos extremistas religiosos que consideran que el pueblo tiene demasiada libertad.

El dominio oscuro del poder

En el Irán de Rohani, la censura todavía está al orden del día, como las persecuciones, detenciones arbitrarias y ejecuciones sumarias. Lo reflejan los atropellos inscritos en el más reciente informe de la ONU, publicado en marzo pasado, pero también la silla vacía en nuestra mesa, donde debía haberse sentado Mohammad Rasulof, autor de Manuscripts don’t burn, una película sublime sobre la censura literaria.

En 2010, Rasulof, junto con el director Jafar Panahi, fue condenado a seis años de prisión y se le prohibió hacer películas durante veinte años.

En septiembre de 2013, “osó” regresar a Irán, empujado por el viento de optimismo que siguió a la elección de Rohani. Pero las autoridades estaban esperándolo en el aeropuerto. Le confiscaron sus documentos de identidad.

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Para Ehsan Khoshbakht , “el presidente Hasan Rohani y el líder supremo Alí Jamenéi probablemente no tienen mucho margen de maniobra. Irán es un Estado militarizado en manos de los Guardianes de la Revolución y de unos pocos extremistas religiosos que consideran que el pueblo tiene demasiada libertad. No exagero cuando digo que estos personajes están a dos pasos de los talibanes”. En países como Irán, con una dictadura y un poder religioso fuerte, la censura es solo una parte del sistema, coincide la cineasta Mania Akbari.

Alí Jamenéi, líder supremo

Tras la muerte del ayatolá Jomeini en 1989, Alí Jamenéi (72 años) le sucedió como líder religioso. El sistema teocrático de la República Islámica de Irán le confiere el poder en casi todo lo relativo a la política exterior de Teherán, el ejército y los servicios secretos. El ayatolá tiene la última palabra en todos los temas sensibles, incluido el nuclear.

Hassan Rohani, presidente

Licenciado en Derecho, este religioso de 66 años tiene una larga carrera al servicio de la República Islámica de Irán. Después de la caída del sah en 1979, fue nombrado secretario del Consejo Supremo de Seguridad Nacional y jefe negociador para el programa nuclear. Elegido presidente en junio de 2013, sucedió en el puesto al radical Ahmadinejad. El presidente de Irán es responsable de la política económica y dirige el Consejo Supremo de Seguridad Nacional.

Consejo de los Guardianes de la Revolución

Consta de 6 religiosos designados por el líder supremo y de seis juristas islamistas. El Consejo vigila que las leyes aprobadas por el Legislativo cumplan con la ley islámica y la Constitución.  También se encarga de seleccionar los candidatos presidenciales. En junio de 2013 rechazó todas las candidaturas femeninas.

Shahram Mokri sostiene un discurso más moderado: “Los reformistas se dividen en dos categorías. Los más radicales opinan que no existe censura buena ni mala, sino que toda debe ser condenada. Los demás, incluidos Rohani, están convencidos de que no hay que suprimirla, sino simplemente ampliar más la frontera de lo que es legal”. En los últimos meses, subraya Shahram Mokri, el presidente Rohani nombró a personalidades más moderadas en puestos clave, pero no ha podido llevar a cabo las reformas anunciadas.

La máquina de la censura

La máquina de la censura ha marcado la obra de los cineastas desde finales de 1950, bajo el yugo del sha de Persia, Mohammad Reza Pahlavi, pero se hizo más insidiosa con la revolución de 1979. Y no es casualidad, subraya Ehsan Khoshbakht, pues el cine “es, por excelencia, la forma artística más popular en Irán”. De este modo, el sistema continúa controlando todo de forma casi esquizofrénica. Investiga, amenaza, reprime. Anima a la autocensura y a la creación de formas narrativas fuera de lo común; lo que se ha convertido en la fuerza del cine iraní. 

Shahram Mokri no tuvo dificultad en obtener el permiso para rodar su reciente obra, una especie de película de terror en una secuencia que desafía la noción del tiempo y la relación entre las generaciones.

Una vez terminada, sin embargo, el régimen prohibió su distribución en salas y festivales. ¿La razón? Las autoridades no apreciaron la representación canibalesca de unos exsoldados y la referencia a 1997, año en el que se cometieron muchos asesinatos políticos. Hubiera sido fácil cambiar algunas frases, pero para Mokri estaba fuera de discusión ceder a las presiones del régimen y de su productor.

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En teoría, los cineastas iraníes saben lo que no deben mostrar: nada de sensualidad, ninguna mujer sin velo, ni referencias políticas o ideológicas. La religión y la guerra sí, pero solo una óptica positiva. “Navegamos entre la frontera de la verdad y la mentira, entre el sueño y la realidad. Hablamos de cosas sin mostrarlas de verdad”, recuerda Mania Akbari, que en varias ocasiones se ha encontrado a unos pasos de ir a la cárcel.

Los partidarios de la censura, incluidos los militares, toman decisiones de forma aleatoria: “Tú, sí; tú, no. Y para tener una respuesta se requiere esperar meses, a veces, años”. Muchos cineastas han optado así por la clandestinidad, como Mohammad Rasulof y Jafar Panahi. O han cedido a la presión, con el exilio.

Shahram Mokri

La intelligentsia ha sabido explotar esta arma cultural para que las personas tuviesen acceso a la modernidad y a la libertad.

El cine como un instrumento político

Si la censura es omnipresente, Teherán no duda en utilizar el cine como un instrumento ideológico y de propaganda. El régimen subvenciona numerosos filmes alineados a la “moral islámica” o, por lo menos, a la imagen que el país quiere dar de sí mismo. Incluso parece estar orgulloso del éxito internacional de películas que ha tratado de desustanciar.

Con su gran tradición cinematográfica, Irán atribuyó al séptimo arte un papel político y social importante, especialmente durante las décadas antes y después de la caída de la monarquía. “La intelligentsia ha sabido explotar esta arma cultural para que las personas tuviesen acceso a la modernidad y a la libertad”, opina Shahram Mokri. En otras palabras, el cine era un arte colectivo de la resistencia. “Los artistas se han anticipado a la revolución y, a pesar de la represión impuesta por la República Islámica, han conseguido mantener viva esta tradición hasta nuestros días”, indica Ehsan Khoshbakht.

Sin embargo, a pesar del enorme éxito de las películas iraníes en festivales y teatros occidentales – gracias también al primer Óscar en 2012 para Una separación, de Asghar Farhadi – a los ojos de nuestros interlocutores, el cine ya no juega ese papel precursor que tuvo en las décadas de 1970 y 1980. El pueblo iraní parece tener otros medios para expresarse, tal vez más accesibles, agrega Ehsan Khoshbakht. Es el caso de las redes sociales, que a pesar de los controles, se las arreglan para esquivar los filtros de la censura.

“A pesar de las promesas del presidente Hasan Rohani durante la campaña electoral de 2013, constato, con pesar, que la situación de los derechos humanos en Irán sigue siendo preocupante”, declaró a finales de marzo el relator especial de Naciones Unidas Ahmed Shaheed, ante el Consejo de Derechos Humanos en Ginebra.

Detención: Según su más reciente informe, al menos 898 personas fueron detenidas arbitrariamente en Irán en enero de 2014. Entre ellas, 379 opositores políticos, 292 activistas religiosos (50, cristianos), 92 defensores de los derechos humanos, 71 militantes civiles, 31 periodistas y blogueros, y 24 estudiantes.

Pena de muerte: Entre 2011 y 2013, Irán ha ejecutado a 1.539 personas, entre ellas casi 960 por narcotráfico. El año pasado, 687 reclusos fueron asesinados (57 fueron ahorcados públicamente). Desde el comienzo del año, según el informe, ya se han registrado, al menos, 176 estrangulaciones públicas.

El informe de la ONU se basa en documentos proporcionados por organizaciones civiles, testimonios locales recolectados a través de Skype e informes de exiliados. El relator especial de la ONU, Ahmed Shaheed, no ha obtenido permiso para visitar Irán.

Las autoridades iraníes han rechazado las críticas contenidas en el informe, que calificaron de “propaganda infundada”. El embajador de Irán ante el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, Mohsen Naziri-Asl, afirmó que “el documento se basa en estándares occidentales y no toma en consideración la cultura islámica ni el sistema judicial iraní “.

(Fuente: Agencias de noticias suizas, informe del relator especial de la ONU)

Traducción: Patricia Islas

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