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El milagro del agua potable

La vida de las comunidades indígenas ha cambiado con la llegada del agua. swissinfo.ch

Alejado de los centros de decisión, el indígena en los Andes del Perú pondera la importancia del líquido. Suiza contribuye a su abastecimiento.

A semejanza de otros pueblos autóctonos, la vida y los patrones de conducta del indígena peruano (45% de la población) no parecen haber cambiado en las últimas décadas. Aislado en su mundo, conserva valores incaicos como la ‘minca’ o trabajo comunitario en favor del ‘ayllu’ (comunidad) y la ayuda recíproca denominada ‘aiñi’.

En contraste con esos rasgos ancestrales el indígena da la impresión de conocer poco o nada del manejo del Estado y de sus derechos y obligaciones ciudadanas.

Tal vez por eso tiende a recibir con exageradas muestras de ‘reverencia’ a los visitantes circunstanciales, lo que de ningún modo pone en duda su sincera cordialidad.

Insensibilidad de las cifras

Sin olvidar que la frialdad de los números oculta rostros, destinos, y a menudo dramas humanos, acudimos a referencias como estas: uno de cada dos peruanos es pobre, y uno de cada cuatro no logra siquiera atender sus necesidades de nutrición.

El 54.8% de la población, es decir, 14 millones de peruanos, viven en la pobreza. Entre ellos, el 24% vive en situaciones de pobreza extrema.

El 70% de los 26 millones de habitantes radica en las ciudades, donde muchos de los nuevos inmigrantes subsisten como pueden en asentamientos carentes de servicios elementales. No obstante, la pobreza extrema es más patética en las áreas rurales, sobre todo en los departamentos de Huancavelica, Huánuco, Apurímac, Puno, Cajamarca y Cusco.

Los datos de un reciente estudio oficial denuncian que uno de cada diez peruanos que viven en las ciudades se las arregla con menos de un dólar diario, pero la desigualdad es más aberrante en el campo, porque la pobreza extrema afecta al 51.3% de los pobres entre los pobres. Una de las mayores carencias es, sin duda, la de agua potable y saneamiento sanitario

Pobreza con rostro indígena

A más de 3.900 metros de altitud, sólo la impertinencia del viento que agita la paja brava (ichu en quechua) o los trigales se atreve a perturbar la quietud y el silencio andino. En ese marco íntimo con la naturaleza transcurre la vida de Lacaypata.

El caserío se encuentra a cuatro horas de camino en automóvil, hacia el este de Cusco, antigua capital del imperio incaico del ‘Tahuantinsuyu’ (Tierra de las cuatro partes), y actual sede política del Departamento del mismo nombre. Las 35 familias de la comarca de Lacaypata viven en pequeñas casas de barro con techo de paja.

Su estrecho espacio habitable se reduce, en general, a una o dos habitaciones que cumplen las funciones de cocina, comedor e incluso dormitorio. Los animales domésticos comparten el ambiente.

Como en otras comunidades indígenas de la sierra andina, el pastoreo de ganado bovino (ovejas, llama, alpaca y vicuña) y la agricultura de subsistencia de papa y trigo, constituyen el sostén de su existencia.

El agua, una aspiración

“Antes caminaba casi media hora para recoger agua. Hoy puedo lavar ropa, utensilios de cocina y asear a mis hijos sin moverme de casa”, nos dice en quechua Cirila Mayu Furco, 25 años de edad, esposa, y madre de tres hijos. Como casi todas las mujeres en el campo, Cirila no sabe leer ni escribir.

Con visible satisfacción abre la canilla y deja correr el agua a la batea de cemento (artesa para lavar) mientras nos informa que paga 50 centavos de sol (20 centavos de franco) mensual por este servicio.

En cambio, Esther Verduzco Huallpa, una madre de 22 años, también analfabeta, de la comunidad de Markjupata, en la provincia de Quispicanchi, aguarda con impaciencia el momento de abrir el grifo y dejar de temer a las enfermedades que, como la diarrea, se cobran vidas infantiles.

Para ello, los 62 jefes de familia, las mujeres e incluso los niños, participan juntos en la excavación de zanjas, tendido de tuberías y otros quehaceres. Cada familia elige el sitio de instalación domiciliaria y el tipo de batea de cemento. La más cara cuesta 35 soles (unos 17 francos) y la más módica 10 soles.

El apoyo helvético

Ambas comunidades forman parte del Proyecto de Saneamiento Básico Rural, SANBASUR, surgido el 12 de junio de 1996 gracias a un convenio bilateral entre el gobierno de Perú y Suiza. El objetivo esencial es contribuir al mejoramiento de las condiciones de salud y de vida de la población más pobre de Cusco.

En el caso de Lacaypata, es un sistema dotado de 2 captaciones de ladera, 240 metros lineales de tubería, reservorio de 3 metros cúbicos, 5.918 metros lineales en red de distribución y 35 conexiones domiciliarias con sus respectivas bateas y letrinas de pozo seco ventilado. Beneficiará a 210 personas. Un sistema similar atenderá las necesidades de 310 personas en Markjupata.

SANBASUR comenzó a trabajar con un telón de fondo de 100 muertes por cada mil nacidos vivos, apenas un 20% de cobertura de agua potable, sólo 6% de letrinas y eliminación de excretas, y 80% de los sistemas construidos abandonados o sin uso. Esos índices bajan considerablemente con el avance del proyecto.

COSUDE ha contribuido a las tres fases del proyecto SANBASUR con 5’700.000 dólares. Hasta ahora ha favorecido a unas 50.000 personas con agua potable y letrinas. La última fase concluirá en el año 2003.

swissinfo, Juan Espinoza, Cusco

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