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Esquiar en un país totalitario

Un esquiador principiante en frente de la pantalla publicitaria del Masik Ryong Ski Resort. Patitucci Photo

Opresivo, espinoso, nuclear: Corea del Norte es el último sitio del mundo que se elige para esquiar. No obstante, en el nuevo y único centro invernal de ese país, al menos por unos días, los roces entre adversarios quedan de lado. Algo bueno, ¿cierto?

Como vapor recién liberado, la ansiedad encontró una escapatoria al momento en que nuestro autobús partía de Pyongyang. La rara realidad vivida durante 5 días en Corea del Norte se alejaba con cada nueva milla recorrida. Nos dirigíamos a la estación de esquí más exótica del mundo.

Apoyé mi cabeza en la ventana del vehículo y miré a través de ella cómo los rascacielos de la capital iban quedando atrás mientras nos adentrábamos al paisaje boscoso de la cordillera Masik.

Figuras solitarias atravesaban los campos espolvoreados de nieve, entre esqueléticos árboles frutales que debían esperar la llegada de la primavera para florecer.

En la carretera, un soldado, en solitario, pedaleaba en su bicicleta de una sola velocidad. Su rifle de asalto bien engrasado revotaba sin cesar sobre la canastilla atada al manubrio.

Resultaba difícil imaginar que este trayecto pudiera dar inicio a unas fantásticas vacaciones de esquí. Para cuatro de nosotros se trataba de un complemento al recorrido en grupo hecho en Pyongyang y sus alrededores en días anteriores.

Apenas hace unos días, a mediados de febrero, el país había celebrado el cumpleaños del extinto general Kim Jong-il, que este año alcanzaría los 73 años de edad. Bailes masivos, exhibiciones florales y espectáculos de nado sincronizado estuvieron en el programa.

Fue un tiempo realmente fascinante: la visita al mausoleo de tenue iluminación que resguarda el cuerpo embalsamado del Querido Líder, conocer más sobre los crímenes cometidos por los agresores imperialistas estadounidenses en el suntuoso y, a la vez, curioso Museo de la Victoriosa Guerra Patria, o sentir arcadas ante un plato de sopa de perro con picante. Pero las realidades con las que me iba encontrando ya habían empezado a hacer mella en mí.

Naciones Unidas publicó un informe de 372 páginas sobre derechos humanos el 17 de febrero pasado, un día después de que los norcoreanos celebraran el 73° aniversario de Kim Jong-il, si usted cree en la fecha de nacimiento del acta soviética del exdirigente; o 72 años, si uno se guía por los datos norcoreanos.

Independientemente de esto, el informe es considerado la investigación más exhaustiva y cuidadosa sobre derechos humanos dedicada al aislado estado paria. El único aliado de Corea del Norte, China, rechazó el informe el 17 de marzo pasado. Los norcoreanos dicen que está lleno de mentiras.

Frases como “abortos forzados” y “deliberada inanición” aparecen con frecuencia en el texto. Se describe la historia de un hombre condenado a un campo de trabajo por haber deteriorado una imagen de Kim Jong-il, impresa en un diario que utilizó para secar una superficie mojada.

Algunas aseveraciones del informe no tienen sentido, por ejemplo, que las mujeres tienen prohibido montar en bicicleta. Vi cientos de ellas haciéndolo.

El 28 de marzo en ginebra, el Consejo de Derechos Humanos de la ONU solicitó al Consejo de Seguridad ocuparse de la cuestión de los crímenes contra la humanidad en Corea del Norte y poner fin a la impunidad.

Un australiano, que pertenecía a otro grupo de turistas, acababa de ser detenido. Se le señalaba por la presunta entrega de material cristiano a personas locales, en un país con tolerancia cero para los seguidores de Cristo.

Otro turista, esta vez un miembro de nuestro grupo de viaje, fue acusado, erróneamente, de modificar su visa para prolongar su estancia en el país.

En mi caso, entré al país con una visa de turista. Mi agente norcoreano de viaje me aseguró que ese documento era el adecuado. Yo, más que periodista crítico, fui en esos días un escritor de viajes.

Sea como fuere, debí morderme la lengua en varias ocasiones, inclinarme ante estatuas y simular profunda veneración cuando alguien describía cuánto aman los líderes a su pueblo. Un informe de derechos humanos de Naciones Unidas que dedica 212.000 palabras a detallar qué brutal puede ser este “amor” será publicado próximamente.

¿Y ahora, en camino a una estación de esquí? Localizada a 175 kilómetros al este de Pyongyang, cerca de la ciudad costera de Wonsan, el Masik Ryong Ski Resort abrió sus puertas oficialmente el primer día de este 2014, cuando el mariscal Kim Jong-un, hijo menor y heredero de Kim Jong-il, con un gorro peludo y negro en la cabeza, montó en el telesilla que dirige a la cumbre de la pista 6 y calificó su creación – estas instalaciones- de “impecables”.

“Un milagro”

Legiones de “soldados-constructores” del ejército popular coreano talaron los abedules de la colina Taehwa de 1.362 metros de altura, para crear 11 pistas sobre su pared norte.

En las faldas del pico se encuentran dos hoteles trapezoidales con 120 habitaciones, piscina, bar karaoke y restaurantes acogedores, en donde se sirven helecho adobado, salmón en corteza de sésamo y suaves trozos de carne de res. Esto aun cuando millones de personas en Corea del Norte están malnutridas y no tienen electricidad. Este “milagro de la construcción socialista” tomó solo un año para que fuese realizado, pero una pregunta quedó aún en el aire: ¿Por qué se construyó este complejo turístico?

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Parecía absurdo, pero cuando el autobús se dirigía en dirección al lugar, la sensación de alivio se iba haciendo cada vez más real. Tras una semana de preocupaciones sobre lo que se puede o no hacer, estábamos en camino a un mundo simple de nieve y gravedad, algo que todo esquiador puede entender. ¿Este centro vacacional realmente es solo para la elite? ¿Todo esto fue simplemente un elaborado plan de apoyo al régimen? ¿Qué tipo de turistas van allí?

No tenía las respuestas a esas preguntas. Pero cuando el lugar apareció frente a nosotros, mi ánimo mejoró. Si hay algo que puede aportar luz en la oscuridad, se trata del deseo universal de jugar.

En la montaña

Una nieve ligera caía en la primera mañana en la que despertamos allí. A la luz del alba, una docena de hombres armados con escobas de ramas, alineados, barrían metódicamente calles y senderos. Un monitor gigante con las dimensiones de un gran anuncio publicitario emitía, entre tanto, imágenes de flores que se balancean en el aire con un fondo musical de melodías populares locales. Las pistas estaban vacías.

A diferencia de Corea del Sur, donde se realizarán los próximos Juegos Olímpicos, en Corea del Norte casi no se practica el esquí. Las estimaciones indican que alrededor de 5.000 personas en un país con 23 millones de habitantes practican este deporte, muchos de ellos, durante su participación en el ejército.

Antes de que surgiera el Resort Masik existía ya un pequeño centro de esquí en una apartada zona en el norte del país, y puede que esté abierto aún hoy. En cambio, a Masik es más fácil llegar, aunque resulta menos accesible. El abono de un día de esquí cuesta unos 36 francos suizos. Un buen salario en Corea del Norte es de 8,7 francos al mes. Los esquíes, las botas, los lentes, el casco, los guantes y la ropa impermeable, necesaria se venden a un alto precio y son difíciles de conseguir. Pero en Masik todo esto se puede rentar. Así que me dirigí al sitio de alquiler, en el edificio del Hotel 2.

No me esperaba una cola, pues en el centro de esquí se hospedaban exactamente nueve occidentales, que conocí en el espacio de unas horas tras nuestra llegada. Sin embargo, el sitio estaba lleno a reventar. Unos 200 coreanos, sin incluir a unos 30 instructores de esquí, esperaban a ser atendidos.

“Algunos coreanos tienen mucho dinero”, me explicó después Amanda Carr, guía de turistas y en Corea del Norte por 44ª vez, al señalarme que algunos de ellos tienen acceso a divisas fuertes. Esquiar aquí es gratis para muchos otros coreanos que han realizado un buen desempeño en las unidades de trabajo o han hecho un esfuerzo “revolucionario”. Cuando Kim Jong-un visitó el lugar a inicios de año declaró que durante su estancia nadie debía pagar en el establecimiento.

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Esquiar, ¿un derecho humano?

El hecho de que Masik haya sido abierto al esquí resulta significativo, ya que para el régimen de Corea del Norte no es sencillo adquirir los remontes necesarios para establecer un centro invernal como este. Suiza podría parecer el suministrador evidente de estos remontes, aún más si se menciona que, al parecer, Kim Jong-un y su hermana acudieron a una escuela en Berna donde, presuntamente, el futuro dictador hizo sus primeras experiencias sobre esquíes. Una empresa de San Gallen le ofreció la infraestructura de los remontes por unos 7 millones de francos suizos, pero la Secretaria de Estado de Economía (Seco) bloqueó el trato.

“Se trata, obviamente, de un proyecto prestigioso de propaganda para el régimen”, indicó entonces la portavoz de Seco, Marie Avet. Vender “bienes de lujo” como estos remontes a Corea del Norte habría violado las sanciones de la ONU para castigar a Pyongyang por su programa nuclear.

Denegar un “derecho” esencial provocó el malestar de los norcoreanos.

“Los ‘países democráticos’ que aclaman la ‘igualdad de los pueblos’, ‘la defensa de los derechos humanos’ y la ‘libertad’ recurren a un acto hostil y criminal que viola la dignidad de un Estado soberano, con la tentativa de privar a los coreanos de su derecho elementar de gozar de una vida cultural”, se lee en una toma de posición confusa publicada por la agencia informativa china Yinhua. Incluso los suizos disfrutaban del esquí cuando el lugar era pobre y estaba en el retardo, se agregaba con malicia el comunicado. “Decir que el esquí solo pertenece a las clases altas es engañarse a sí mismo”.

El comunicado invitaba a la parodia, aunque los norcoreanos señalaban un hecho que probablemente no tenían intención de hacer notar: Esquiar debería ser un derecho fundamental porque implica otras libertades fundamentales como el derecho a viajar, el derecho a la felicidad – el derecho de decidir la propia trayectoria personal.

Los remontes finalmente instalados en el monte Masik llegaron de China. Aunque un reciente informe de la ONU explica cuán hábil es Corea del Norte para contornear el embargo en su contra. Yo personalmente conté 20 cañones nuevos de una marca sueca para producir nieve artificial, 2 nuevas máquinas preparadoras de pistas de la firma Bombardier y vi una tienda que vende chamarras de esquí de 300 dólares y chocolates suizos. Me sorprendió la calidad.

Cuando yo y mi amigo Dan Patitucci, un fotógrafo suizo-estadounidense, nos dirigíamos a la cumbre en el remonte, vimos que 30 metros abajo dos mecánicos retorcían una llave de tuercas en uno de los tornillos de la torre del telesquí. “Apriétenlo bien”, les grité, a modo de broma.

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Para recorrer los 710 metros en vertical hacia la cúspide se requieren 43 minutos de viaje; es decir, 10 minutos menos que para subir tres veces el pico alpino más popular de Suiza, el Schilthorn. Pero muchos coreanos subían sin esquíes; por lo que la lentitud con la que giran las sillas resultaba de beneficio para desmontarse de ellas con más facilidad.

Una vez en la cima, los operadores del remonte nos dieron la bienvenida. Un hombre de Pyongyang posó conmigo para sacarnos una fotografía. Es el maître de cuisine del restaurante en la cúspide, un octogenario que adora esquiar, me indicó. Por lo demás, allí éramos los únicos.

“Bien, ahora esquiemos en Corea del Norte”, me dijo mi amigo y se lanzó sobre la pista.

Sobre nieve fresca

El descenso fue realmente placentero. Las aplanadoras de nieve solo habían pasado una vez sobre las pistas, dejando sus marcas de 15 metros de largo sobre la nieve de polvo fresca. Casi todos los coreanos se encontraban más abajo, en el área dedicada a los principiantes. La parte alta de la estación era toda para nosotros. Uno esquiaba sobre nieve fresca todo el recorrido y poco más de una hora después volvía a bajar haciendo otra nueva ruta en la nieve virgen, justo al lado de las marcas propias hechas en el descenso precedente.

“Es la primera vez en una semana que nadie está alrededor de nosotros, observándonos”, indicó Jana Panova, una estudiante de leyes checa que forma parte de nuestro grupo, cuando nos detuvimos un momento a la mitad de la pista. “Ya es algo”.

No éramos los únicos en gozar de esta relativa falta de vigilancia. Al fondo de las pistas, dos coreanos que parecían jamás antes haber esquiado, se ejercitaban en el arte de frenar, en muchas ocasiones, con el apoyo de una valla de seguridad de color naranja. Los niños jugaban con los trineos, reían. En los remontes se encontraban unos norcoreanos que se abrazaban tiernamente y al momento de descender de las sillas nos saludaron, entusiastas.

“Para la gente local esto es algo muy bueno”, me indicó un guía norcoreano que yo llamaré Señor Kim, solo por cuestiones de seguridad. “Esto es totalmente nuevo para nosotros. Usted verá a mucha gente de Wonsan que viene acá solo por un día”. Wonsan, una ciudad de 200.000 habitantes aproximadamente, está a solo 24 kilómetros al este. Pero para visitar el sitio es necesario tener un permiso de viaje y de transporte, y el dinero necesario.

Dormí bien en el Hotel 1, que bien pudiera asemejarse a alguno que se encuentra en la estación alpina suiza de Saas Fee. Las paredes en madera de las habitaciones son de buen gusto, el piso tiene calefacción y las camas son confortables, con sábanas limpias. La ducha es espaciosa y las ventanas aíslan casi perfectamente los ruidos de los altoparlantes colocados en el exterior. También las manijas de las puertas parecen helvéticas.

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Nuestro último día dio inicio con un alba fría y límpida, que hacía la nieve aún más fina y vaporosa. Habían llegado nuevos huéspedes. Un hombre con uniforme verde olivo del Ejército Popular tomaba fotos a su familia en la nieve. Al ver qué tan alto soy -2 metros- una despabilada chica me preguntó si yo podía romper un carámbano del techo y dárselo. Lo hice y parece que quedó muy complacida. Los maestros de esquí dividieron en tres grupos a los esquiadores para descender la pista 6 y realizar algunos ejercicios. Traté de unirme a un grupo, pero uno de los instructores me paró en seco con un “¡Alto!”.

Diálogo

El centro de esquí y todos los otros prestigiosos proyectos que costaron miles de millones de dólares no lograron “tener un efecto positivo, a corto plazo, en la situación de la población, señala un informe reciente de derechos humanos de la ONU; y resulta difícil argumentar en contra de esta afirmación.

Al mismo tiempo cabe señalar que al venir aquí y tener este roce sin vigilancia con los norcoreanos, saludarlos en el remonte y compartir con ellos la experiencia del esquí, por muy frívolo que pueda parecer, sirve para completar algo que la diplomacia es incapaz de hacer: ponerle rostro al enemigo y acercar a cualquier persona a algo que está un poco más próximo a la realidad.

“No sirve de nada quedarse en casa y decir que no se debe venir a un sitio como este”, opinó Pete Tupper, un británico que dirige un centro de esquí en China, y que estaba en Masik para dar cursos de esquí a los guías norcoreanos. “Después de todo, el turismo crea el diálogo”.

El régimen gastó entre 200 y 530 millones de dólares en años recientes en edificios, murales, estatuas y otras “propagandas idolatrantes” para glorificar sus grandes líderes y el Partido de los Trabajadores de Corea, anota el informe de la ONU.

También gastó al menos 35 millones de dólares en construir el centro de esquí y, al menos otros 67,6 millones de dólares para proyectos de desarrollo de las áreas rurales, según informaciones obtenidas en NKNews.org.

Otros “proyectos prestigiosos” se han realizado, sobre todo, en Pyongyang, una ciudad reservada a las familias más leales al régimen. Allí se puede jugar entre las piscinas de olas en el parque acuático Munsu, mirar espectáculos de delfines en el Delfinario Rungna y subir a la montaña rusa en el parque de entretenimiento Kaeson.

Traducción del inglés: Patricia Islas

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