El extranjero, fuente inagotable de inspiración
Primero fueron los bolcheviques y los judíos. A continuación, los trabajadores del Sur. Y en los últimos años, balcánicos, musulmanes y ciudadanos de países lejanos. Los carteles políticos suizos siempre juegan con el tema de los “extranjeros”. Una exposición organizada en Neuchâtel recorre su historia.
Un hombre poderoso, que hace pensar en Guillermo Tell, sostiene una espada en la mano, presto para dar una estocada y repeler el ataque de la terrible hidra que lo amenaza. Roja, como el peligro que representa. En segundo plano se alza la cruz suiza y en el fondo un hombre ara un campo con un caballo y arde una ciudad, trágica advertencia de lo que espera al país si no se pone en guardia. “A través de las garras, Suiza para los suizos”, proclama el póster de 1919.
De los bolcheviques a los musulmanes
Si hay una constante en la historia de la política suiza, es, sin duda, el resurgimiento regular del tema de los “extranjeros”. “Entre las dos guerras, el debate sobre la inmigración se centró en las figuras de los bolcheviques o los judíos. Luego, en los años 60, en la época de las iniciativas Schwarzenbach contra la inmigración masiva, en los trabajadores del sur de Europa. Finalmente, en los últimos años, en las personas de países y culturas más distantes, como los musulmanes”, explica Francesco Garufo.
Este historiador de la Universidad de Neuchâtel ha diseñado y construido, junto con Christelle Maire, del Foro Suizo para el estudio de las Migraciones y de la Población, la muestra ‘El extranjero en afiches: alteridad e identidad en los carteles políticos suizos 1918-2010’, presentada en la ciudad de Neuchâtel. No en un museo, sino a la orilla del lago, para convocar a un público lo más amplio posible y reinstalar los pósteres en su contexto natural.
La idea surgió tras la polémica suscitada por el famoso afiche de la Unión Democrática del Centro (UDC, derecha conservadora) en rechazo a la construcción de nuevos minaretes, en el marco de la iniciativa aceptada en noviembre de 2009, en la que se muestra a una mujer con un burka y una bandera suiza cubierta de minaretes en forma de misiles. “Anteriormente se había producido una acalorada discusión sobre los carteles del mismo partido con la oveja negra. Durante esta campaña, sin embargo, el debate ha crecido en intensidad. Por primera vez, las ciudades han adoptado una posición y algunos han decidido prohibir la publicación”, observa Christelle Maire.
En la cuna de la democracia directa, donde los ciudadanos son generalmente convocados cuatro veces al año para votar sobre los más diversos temas- a menudo, respecto a cuestiones relativas a los extranjeros -, los dos comisarios de la exposición tuvieron mucho de donde escoger. De un grupo inicial de alrededor de 300 carteles, seleccionaron 52, con base en cuatro ejes temáticos principales (apertura y cerrazón, economía y demografía, diversidad cultural, derechos humanos) y en procura de equilibrio entre las diferentes corrientes políticas, favorables o desfavorables a la inmigración.
El tema del “extranjero” vuelve con puntual regularidad al debate político en Suiza. En 1866, con motivo de la segunda votación nacional desde la creación del Estado federal en 1848, uno de los asuntos presentados ante el electorado se refería a la igualdad de los judíos y los ciudadanos naturalizados.
En 1922, fueron rechazadas dos iniciativas populares relativas a la naturalización y expulsión de personas que cometieran actos perjudiciales para la seguridad del país.
Sin embargo, especialmente desde los años 60, con la llegada masiva de trabajadores procedentes de los países del sur de Europa, arreció el debate. Entre 1996 y 1977 fueron presentadas cuatro iniciativas populares para luchar contra lo que se llamó la Überfremdung, la inmigración masiva. El principal impulsor de la acción fue el parlamentario de Acción Nacional, partido de extrema derecha, James Schwarzenbach.
Un fuerte estremecimiento se produjo, en particular, con la iniciativa de 1970, para establecer un límite máximo de 10% de la población extranjera (lo que generaría la expulsión de 300.000 personas). 54% de los votantes la rechazaron. Sin embargo, en ocho cantones excedió el 50%.
Otras dos iniciativas para limitar el número de extranjeros fueron sometidas a sufragio en diciembre de 1988 y en septiembre de 2000. Ambas fueron rechazadas. Empero, son numerosas las iniciativas y referendos sobre el derecho de asilo. En ese sentido, los ciudadanos suizos están llamados a las urnas el 9 de junio 2013.
En los últimos años, han generado también un gran debate iniciativas relativas a la expulsión de extranjeros que delincan y contra la edificación de nuevos minaretes (ambas aceptadas) o el referendo sobre la naturalización facilitada para los extranjeros de segunda y tercera generación (rechazado).
En fecha próxima serán sometidas a los electores dos iniciativas que buscan limitar la inmigración. La primera, “Contra la inmigración masiva”, de la UDC. La segunda, de la organización ecologista Ecopop, “Stop a la sobrepoblación”.
Continuidad simbólica
Si los gráficos cambian según la época en que fueron producidos, lo que llama la atención es la persistencia de ciertos símbolos a lo largo del último siglo. El rojo suele ser el color dominante, la cruz blanca retorna con regularidad, los paisajes de montaña, lo típico suizo con el pastor enfundado en su clásica vestimenta… Y el extranjero tiene, por definición, la piel oscura, rasgos bien definidos, bigote, y en los años 60 come espaguetis y bebe una botella de Chianti.
“Estas representaciones estereotipadas son comunes a las diferentes sensibilidades políticas”, señala Francesco Garufo. Una suerte de intenso bipartidismo en el campo del simbolismo. A guisa de ejemplo baste con observar un afiche de 1970 de un comité de oposición a una de las iniciativas de Schwarzenbach. El trabajador aparece con una gorra en la cabeza, bigote y una fotocopia de lo que parece ser un proyecto de ley de la época en el que se lee el eslogan “Alto a la extranjerización”.
A veces los estereotipos son retomados para ser machacados. ¿Cómo ganan su dinero los judíos?, reza un cartel de 2003 sobre el que figura el rostro de un hombre con una nariz prominente, los cabellos negros y la boca ancha. “Trabajando, como todo el mundo”, añaden los autores de esta campaña contra el racismo.
En algunos casos, el mismo código gráfico se encuentra con años de distancia. Es el caso del proyecto de ley de 1999 de la Unión Democrática del Centro (UDC, derecha conservadora) en favor de la iniciativa contra los abusos en el derecho del asilo. Una figura oscura, con guantes y gafas oscuras, irrumpe en el cartel arrancando la bandera suiza. Más de treinta años atrás, el que irrumpía en el emblema nacional era un inmigrante meridional con una maleta al hombro. Sin embargo, ha habido un cambio, dice Christelle Maire: “Con sus carteles, la UDC ha iniciado un proceso de criminalización de los extranjeros. En los años 60 no se atrevían a ir tan lejos”.
En el análisis de los afiches favorables a los extranjeros, el discurso se centra principalmente en la solidaridad de clase, como es el caso de algunos carteles del Partido Socialista y de la extrema izquierda, o de la importancia de la mano de obra foránea para la economía del país. Este último, un registro en el que insisten, en particular, los partidos burgueses (centro y derecha) y el sector patronal. En una imagen de 1970, que forma parte de una campaña contra una de las iniciativas Schwarzenbach, un pastor asierra la rama del árbol de la prosperidad en la que está sentado.
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Juego de espejos
El interés de los afiches políticos sobre los extranjeros radica no solamente en el hecho de que revelan la evolución en la representación de la alteridad a lo largo del siglo pasado, sino que también reflejan una idea precisa de lo que es la identidad nacional.
Es un poco como en un juego de espejos. “Al representar al otro, se dice lo que Suiza no es”, indica Francesco Garufo. Cuando se hace hincapié en que “el verdadero patriota es el que le compra al comerciante de su país, de su propia raza”, como ese afiche de 1936, se transmite el mensaje de que Suiza no es un país judío. O, en un póster del mismo año, en el que se pretende que en Suiza el comunista es necesariamente una marioneta de Stalin. Y por lo tanto, no puede ser un verdadero suizo. Y tampoco musulmán, como en muchos carteles de los últimos años. Quizá tenga razón, la asociación IG secondos, que representa a los extranjeros de segunda generación. ¿Y si Suiza se convirtió ya en un caquelon en el que el queso fue sustituido por espaguetis? ¿Un país en el que la mezcla cultural se ha convertido en la regla?
(Traducción: Marcela Águila Rubín)
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