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Retrospectiva de Roman Signer en San Gall

Roman Signer junto al triciclo que protagoniza su obra 'Fontana di Piaggio'. Keystone

“Una explosión no es una destrucción, sino una transformación”, es el credo de Roman Signer, cuyos vídeos, esculturas e instalaciones rebosan de autoironía asumida. El artista suizo vuelve al lugar de sus inicios, el Museo de Arte de San Gall, para exponer una quincena de trabajos recientes.

Una buena manera de comenzar: La exposición se abre con un despegue. No uno de verdad, obviamente, pero sí uno muy divertido. En el vídeo ‘Piaggio’ proyectado en la caja de las escaleras del Museo de Arte de San GallEnlace externo vemos a Roman SignerEnlace externo al volante de un triciclo, con su casco y sus inseparables grandes guantes de artesano.

El peculiar astronauta se despide de sus asistentes antes de que procedan a volcar el vehículo boca arriba. El piloto saluda con la mano a través de la ventanilla, comienza la cuenta atrás y… el súpertriciclo desaparece en una nube de humo.

En la misma lógica de contraste – un vehículo no precisamente conocido por su velocidad se transforma en cohete – la retrospectiva que el Museo de San Gall ha concebido con mucho mimo reserva múltiples sorpresas a los visitantes.

Explosión no siempre significa destrucción

Digámoslo sin rodeos: La muestra, abierta hasta el 26 de octubre, se recorre enseguida. Presenta solamente 16 obras en un puñado de salas. La velocidad y la lentitud son consubstanciales de las “esculturas temporales” de Signer, el ritmo de visita de la exposición puede interpretarse como expresión de la obra del artista nacido en Appenzell. Pero, como suele ser habitual, hay que armarse de paciencia antes de la explosión.

Poco amigo de las entrevista, Roman Signer confiesa en una concedida en junio al ‘Tages Anzeiger’ que no le gusta nada el calificativo de “artista de las explosiones”. La explosión es un cambio fulminante, explica. “Una forma da paso a otra. No tiene que ser necesariamente la destrucción. La explosión alberga múltiples posibilidades y aspectos aún sin explorar”.

El artista, que se dio a conocer con las banquetas que salen volando por las ventanas de un hotel en desuso (Kurhaus Weissbad), recurre a objetos simples, hasta arcaicos, que mezcla con sofisticación – indispensable cuando se manipula dinamita.

En San Gall, la instalación ‘Stuhl mit Loch’Enlace externo (silla con agujero), concebida para una marca de muebles suiza es un perfecto ejemplo de ello. Explosivos hábilmente colocados producen un agujero en el respaldo de una butaca. De la escena de la explosión se filmó y se proyecta en la exposición a través del agujero… de la butaca, creando una vertiginosa construcción en abismo.

Es recomendable observar detenidamente todo el proceso. No cabe duda de que arrancará una sonrisa a los espectadores.

Poesía y meditación

Con esta retrospectiva, Roman Signer regresa al lugar donde comenzó todo (o casi todo). Al principio de los años 1980, el artista pudo utilizar durante un año las dependencias del museo –entonces cerrado al público.

En San Gall, seguramente no le resultó difícil decidir dónde colocar sus obras. Así, una sala en ángulo presenta ocho pequeñas mesas azules en metal alrededor de las cuales, aparentemente, no pasa nada.

Error: Al tocar levemente la mesa iluminada en ese preciso instante por un proyector se genera una ola, o mejor dicho, el reflejo de una ola, en el techo. La obra se creó especialmente para el museo. De ella se desprende la magia poética característica de las creaciones de Roman Singer, pero además un lado meditativo.

“Mi obra es puramente intuitiva”

El humor – siempre poético – es el denominador común en otras obras: Lo ilustra la cabaña en la que el artista se dejó rociar con chorros de pintura, y donde siguen visibles el contorno de su cuerpo (creada en la Bienal de Venecia de 1999). Otro ejemplo es el filme de una bola – que recuerda a la de la biblioteca de San Gall – repleta de color azul que se estrella al caer, una escena que vemos en cámara lenta.

“Mis esculturas se desarrollan a partir de sucesos y experiencias, no son disposiciones experimentales e intelectuales”, explica en la entrevista al ‘Tages Anzeiger’. “Mi obra va unida a mi cuerpo, no a la física, como se dice a menudo. (…) Yo no pretendo explicar las leyes de la naturaleza. (…) Mi obra es puramente intuitiva”.

Cómo levantar sillas

La gigantesca almohada neumática que se infla para poner en pie las diez sillas metálicas acostadas (cuando está desinflada) es una de las escasas instalaciones realizadas ‘in situ’. Un empleado de la pinacoteca es el encargado de llenarla de aire. Cuando el tubo comienza a inflarse, un halo de angustia flota en el aire. ¿Y si las sillas se caen de lado? ¿Y si la almohada se llena demasiado rápido y se caen hacia delante? Pero no, ese día todo funciona a la perfección.

‘Almohada neumática con sillas’, instalación de Roman Signer. Kunstmuseum St. Gallen/Stefan Rohner

En otra sala, una bicicleta cortada muestra al artista en cierta forma en pleno trabajo, aunque hace tiempo que este está terminado. De hecho, Roman Signer presenta los “objetos del crimen”, colocando en el centro de la sala la sierra que puso fin a la vida de la bici como tal, así como las gafas que protegieron los ojos del “criminal” durante el acto.

El espectador puede reconstruir así el “delito”. Una vez serradas, las dos mitades de la bicicleta, sujetadas por cables de goma, fueron catapultadas a dos esquinas contrapuestas de la sala. Allí yacen ahora los ‘cadáveres’. La bici ha perdido su razón de ser.

Un viejo proyector

De otras obras se desprende una melancolía similar. Un par de gafas, manifiestamente las del artista, tiradas en el suelo, debajo de una placa metálica que las aplasta. De un viejo proyector de la mítica marca suiza Paillard-Bollex – desprovisto de cinta – emana un rayo de luz proyectado sobre un barril (retomado del ‘Byarril azul’ de la Bienal de Venecia) lleno de agua. Aquí también solo se ve una mancha azul que causa cierta perplejidad…

El humor es evidente en ‘Alles fährt Ski’ (Todo el mundo esquía), título de una canción de Vico Torriani, intérprete suizo de música popular, de 1963. Roman Signer lo retomó tal cual y montó una pequeña cabaña de montaña sobre unos esquíes que se deslizará monte abajo una vez que el artista corte el cable que la sujeta.

A semejanza de las construcciones en abismo expuestas en San Gall, la grabación de la escena se proyecta en la cabaña. Sin que la cabaña se mueva un ápice de su sitio, el espectador siente bajo los pies esa sensación de deslizarse montaña abajo una quincena de metros y se pregunta si la cabaña se mantendrá en pie…

La melancolía y la espera se transforman en tristeza, al contemplar las sillas provistas de cohetes en una de las primeras salas de la exposición. ¿Se lanzarán? ¿O el artista se detendrá? Roman Signer quiere mostrar “el potencial de las cosas y situaciones”. En lo que se refiere a esta última obra, la espera prosigue…

Traducción y adaptación del francés: Belén Couceiro

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