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¿Diversidad de estructuras o crisis de la familia?

La familia entre los vientos de la modernidad y la tradición. Keystone

En las últimas décadas, la familia nuclear compuesta por ambos padres e hijos, tanto aquí como en Suiza, ha experimentado importantes cambios.

Ya no existe la separación de roles tan rígida entre el hombre proveedor y la mujer dueña de casa y a cargo de la crianza de los hijos.

La creciente tasa de divorcios; parejas que conviven sin casarse formalmente o postergando el matrimonio y los hijos mientras ambos persiguen una carrera profesional, junto con un número importante de familias monoparentales (por lo general la madre) hacen pensar en una crisis de la familia como institución.

Ahora bien, si se considera a la familia el núcleo básico de la sociedad encargado de trasmitir conocimientos, valores, actitudes, roles y hábitos de una generación a otra, quizás no queda más remedio que incorporar estos ‘arreglos familiares’ tan diversos a la sociedad para que reconociéndolos como una realidad, la crisis adquiera otros matices.

Patrones del pasado

En Chile, más que en Suiza, la familia nuclear patriarcal siempre fue un modelo impuesto a los pueblos conquistados que conocían la poligamia. Bajo la égida de la Iglesia católica se establecieron la monogamia, la fidelidad e indisolubilidad del matrimonio.

Si bien la iglesia aceptaba el matrimonio entre personas de diferentes etnias, era rechazado por la sociedad. Pero las reglas rígidas hacían a la vez que a menudo sean quebrantadas por relaciones extramaritales y la formación de otro hogar o “capilla” mayoritariamente por los hombres, mientras que la infidelidad femenina era severamente reprobada.

El mestizaje característico de toda América Latina es la consecuencia de este tipo de relaciones. En Chile, hasta el 1999, los hijos naturales no gozaban ante la ley de los mismos derechos que los legítimos, y recién en el 2004 se aprobó una ley de divorcio. Existía pues un número importante de madres solteras y comunidades domésticas que cobijaban bajo el mismo techo a varias familias, desde los hijos casados hasta familiares lejanos.

De esta herencia de la época colonial todavía quedan huellas, sobretodo entre familias de menores ingresos: si el ingreso no permite el arriendo o la adquisición de una vivienda propia, se sigue en la casa paterna. Esto permite compartir responsabilidades domésticas desde los gastos hasta el cuidado de los hijos, pero a la vez puede provocar conflictos por la falta de espacios íntimos.

Los estratos de mayores ingresos prefieren el bienestar material en vez de la familia “achoclonada”; quieren una buena educación para sus hijos, y si ambos cónyuges trabajan, recurren a la institución de la empleada doméstica o “nana”. Ella se hace cargo de los quehaceres domésticos y muchas veces de gran parte de la educación de los hijos, mientras que los propios quedan a cargo de algún familiar, vecina o solos.

Perfil distinto en Suiza

Debido al desfase en el desarrollo económico y como consecuencia del ‘boom’ de la posguerra y ni hablar de la píldora anticonceptiva, los cambios en la familia nuclear han ocurrido mucho antes en Suiza. Seguramente nunca existió la institución de la “capilla”, pero sí los patrones que abusaban de la sirvienta.

Sin embargo, no hay que olvidar que, en tiempos no tan lejanos, y antes de la emancipación de la mujer mediante una carrera profesional, el trabajo no doméstico de ella para mejorar el presupuesto familiar era indispensable. Trabajaba duro en el campo o en labores domiciliarias hasta tarde en la noche, por ejemplo para las fabricas de bordados de St.Gallen.

Por la falta de recursos había que poner a los hijos al servicio de alguien (Verdingkind) o hacerse cargo de los padres por la falta de un seguro de vejez. Hoy resulta bastante más fácil que aquí mantener una vida familiar con ambos padres que trabajan y también en el caso de una familia monoparental.

A pesar del estrés de la vida moderna lo permite la mejor infraestructura urbana (transporte público, servicios) que se convierte en ahorro de tiempo disponible para la familia. Aún cuando no hay “nanas” a tiempo completo e incluso con la participación del hombre en trabajos de la casa, una mayor carga de trabajo recae sobre la mujer, además de provocarle conflictos y cargas de conciencia por no lograr ser “la madre del año”.

Si aquí muchas veces los hijos quedan, después del colegio, solos o a cargo de hermanos menores o literalmente se crían en la calle, en Suiza, la ausencia de los padres se compensa con una sobrecarga de toda clase de cursos extra-programáticos para mantenerlos alejados de malas influencias. En ambos casos, la familia que ya encarga una parte importante de la educación y hasta la solución de conflictos domésticos a las escuelas, delega más de sus funciones tradicionales fuera del hogar.

Diversas y parecidas

Si evidentemente en ambos países y en todos los estratos sociales se encuentran familias disfuncionales y desintegradas, la familia suiza media de hoy, por su estilo de vida y forma de criar a los hijos, tiene mucho en común con las familias chilenas de clase media y media alta.

En tanto las familias chilenas de recursos modestos -que representan la mayoría, con todos sus problemas económicos y conflictos por resolver-, se parecen un poco más a las familias de inmigrantes de primera generación en Suiza. Aquí el Gobierno trata de dirigir a ellas los recursos, en Suiza aquello ya no está muy bien visto.

Regula Ochsenbein, Santiago de Chile

Regula Ochsenbein nació en Lucerna el 15 de marzo de 1949. Cursó sus estudios primario y secundario en Basilea y Berna, donde obtuvo su ‘Matura’ (bachillerato), en 1968.

En aquel año de efervescencia estudiantil en Europa comenzó la carrera de Sociología y la terminó en 1977 graduándose de licenciada en Historia Moderna y Sociología de los países en desarrollo y derecho público.

Durante sus estudios participó en intercambios estudiantiles (Checoslovaquia); trabajó de voluntaria en un pueblito de Grecia y en un Kibutz de Israel.

Su vida profesional la llevó, tras un curso de preparación, al servicio diplomático, ámbito en el que permaneció desde 1978 hasta 1985. En ese año decidió abandonar la carrera y quedarse en Chile tras haber ocupado funciones en Portugal, Santiago de Chile y Londres.

Actualmente combina en Chile sus actividades de socióloga con las de artesanía en madera.

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