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20 años de la catástrofe nuclear de Chernóbil

El sarcófago que envuelve al reactor 4 de la central ya tiene grietas. swissinfo.ch

Aún provoca temores la central nuclear donde tuvo lugar la peor catástrofe de la historia de la energía atómica.

Un nuevo caparazón debe garantizar que este monstruo durmiente no vuelva a provocar un escenario como el de 1986. En la tarea, Suiza ofrece ayuda.

A 70 kilómetros al norte de Kiev se encuentra el primero de los dos puntos de control para acceder a la “zona”. El oficial uniformado verifica minuciosamente los pasaportes: sólo aquel que se encuentre en su lista puede pasar. Hemos entrado a este territorio que es de todos y de nadie.

De todos porque lo ocurrido en Chernóbil el 26 de abril de 1986 recordó al mundo entero los efectos impredecibles (y devastadores) de la energía nuclear. De nadie porque el perímetro de 30 kilómetros en torno a la central atómica fue evacuado y declarado zona prohibida.

Retorno pese a las radiaciones

En la oficina de ‘Chernobylinerinform’ (la agencia informativa de la zona), el intérprete Yuriy Tatarchuk explica que de las 90 ciudades que existían antes del accidente, ahora sólo queda una docena.

“Pese a la prohibición, algunas personas han regresado ilegalmente a la región. Por otra parte han llegado empleados que trabajan en las labores de saneamiento que se realizan en la zona”, indica Tatarchuk.

Con el medidor computarizado Geiger, nos dirigimos a lo que creíamos una construcción sombría y poco frecuentada. Nos topamos con obreros, hombres uniformados y mujeres vestidas elegantemente. “Son casi 4.000 personas activas en la central”, dice el interprete.

No colocar las mochilas en el suelo

Aún queda mucho trabajo por hacer para que sea saneado definitivamente el perímetro contaminado.

Resulta difícil comprender porqué un jardinero bigotón corta la hierba a la orilla de la calle como si se estuviese en frente de un edificio cualquiera. No obstante, esta primera impresión de normalidad desvanece rápidamente cuando Tatarchuck advierte de no colocar nuestras bolsas en el suelo. Más vale evitar una posible contaminación radioactiva.

Entre tanto, el contador Geiger ha pasado de los 35 microRoentgen por hora (mR/h), registrados en la oficina de Tatarchuk a 108 (el valor promedio de la radiación natural en Suiza es de 10-20 microR/h. Seguimos con la visita sin perder tiempo.

Un sarcófago inestable

En la sala para visitantes de la central, la agregada de prensa Julia Marusych narra cómo fue construido este enorme sarcófago – 400.000 m3 de cemento y 7.000 toneladas de metal- para contener las radiaciones tras el accidente en el reactor número cuatro.

“Pero el sarcófago es inestable y existe el riesgo de que se desplome”, señala Marusych, apuntando con el dedo hacia la ventana desde la que se tiene una vista única, pero no envidiable, de este enorme caparazón que cubre el reactor dañado.

La inestabilidad del sarcófago (que ya presenta grietas y fugas radioactivas) y las 200 toneladas del material contaminado que aún contiene han llevado a la creación de un fondo – el ‘Chernobyl Shelter Fund’- destinado a la construcción de una segunda estructura, más confiable y que garantice la protección en los próximos cien años.

Suiza contribuye a este fondo desde hace 9 años. “Desde 1997 hemos contribuido al fondo con cerca de 15 millones de francos”, afirma Martina Megert, de la Secretaria de Estado para la Economía (Seco).

La contribución helvética no se limita a la central de Chernóbil. Otorgando casi 20 millones de francos, la Seco ha participado en otro fondo: el ‘Nuclear Safety Account’ del Banco Europeo para la Reconstrucción y el Desarrollo (BERD). Este dinero servirá para sanear y, eventualmente, cerrar las centrales atómicas obsoletas de Europa del Este.

Problemas técnicos

Durante la presentación en los locales de la central – donde hay un medidor indicando una dosis radioactiva preocupante de 1.250 mR/h (Maursych asegura que estos valores han sido medidos en el techo y que no corresponden a los niveles en el interior del edificio)-, preguntamos sobre la eficacia de la nueva estructura; lo que parece incomodar un poco a nuestra guía.

“Hay aún algunos problemas técnicos por resolver”, destaca Marusych al tiempo de decir que, de cualquier manera, su construcción no iniciará sino hasta que el viejo sarcófago haya sido estabilizado (2007).

La vida en riesgo por 300 francos

Antes de abandonar la central se piensa en las condiciones de los obreros, todos ucranios, que laboran día y noche en contacto con ese “monstruo durmiente” para garantizar la seguridad de millones de personas.

Su salario es de aproximadamente 240 dólares mensuales (cerca de 300 francos).

Pese a que Julia Myrusych ha asegurado que todo el personal ha sido adiestrado y preparado para trabajar en esas condiciones, es difícil no conmoverse frente a estos hombres con cascos naranjas y verdes que trabajan con cronómetro en mano para no superar el tiempo límite de exposición radiactiva. Un minuto más y sería el fin. ¡Y no estamos exagerando!

Al abandonar el lugar, la luz verde que se ilumina en el aparato detector de radiaciones – etapa obligatoria para todos aquellos que salen de la zona prohibida – me indica que el recuerdo de Chernóbil no ha pasado ni a mi cuerpo ni a mi ropa, únicamente, y por fortuna, sólo seguirá presente en mi memoria.

swissinfo, Luigi Jorio, Chernóbil, Ucrania
(Traducido del italiano por P. Islas)

01:24 horas del 26 de abril de 1986: inicio de la cadena de explosiones en el reactor 4 de la central nuclear de Chernóbil.
En el interior del sarcófago que cubre el reactor dañado hay 200 toneladas de material radioactivo.
El proyecto de construcción del nuevo caparazón podría alcanzar los 2.000 millones de francos suizos (Ucrania habla de costos por 1.900 millones de dólares).
Suiza ha contribuido con 15 millones.

De acuerdo a un informe de la ONU, publicado en septiembre de 2005, el balance de las pérdidas humanas y ambientales ante la exposición radioactiva del accidente es inferior a las previsiones anteriores.

Dice que habrían muerto 4.000 personas.

Algunos investigadores ponen en duda los resultados de la ONU.

Éstos argumentan la muerte de al menos 100.000 “liquidadores”, es decir, de aquellos que participaron en las tareas de emergencia en la central, tras el accidente.

En esta cifra no se incluyen las otras víctimas civiles que se sumaron a la lista de pérdidas humanas por el desastre.

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