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Mujer, socialista y progresista

Ruth Dreifuss tuvo vínculos con Latinoamérica en su etapa sindical. www.edi.admin.ch

Ruth Dreifuss, la primera mujer en ocupar la presidencia de Suiza en 1999, en conversación con swissinfo.

Convencida de que en estos tiempos de globalización las conquistas sociales deben reivindicarse, Ruth Dreifuss se muestra optimista ante el futuro.

Con más de 35 años de actividad política, de compromiso en favor de los que menos tienen, Ruth Dreifuss sabe de lo que está hablando al advertir que la globalización no tiene alternativa, pero requiere contrapesos.

La socialista señala que se deben tener en cuenta valores respetuosos del medio ambiente, trabajo y bienestar social en estos tiempos de apertura económica.

¿Cómo fueron sus primeros contactos con la cultura iberoamericana?

Durante muchos años me interesé en España. Pero tenía muchas reticencias para ir allá en épocas de la dictadura. Aparte de algunos días que estuve allí, en un momento en que tuvieron lugar las últimas ejecuciones bajo el régimen de Franco, no tuve contacto con ese país.

Sin embargo, tuve mucho contacto con los españoles que, en Suiza o en otros lados, esperaban un verdadero cambio para su país. Fue a través de América Latina que encontré la cultura iberoamericana. Su literatura me ayudó mucho. Viajé bastante en países como Honduras, Paraguay y Argentina; aunque también estuve en Brasil.

¿Qué observaciones tiene sobre la integración de este mundo iberoamericano en la era de la globalización?

¡Una gran pregunta! Soy muy sensible a todo lo que pasa actualmente en este período de desestabilización financiera. Estoy muy conmovida por las dificultades de Argentina. Considero que hay una obligación, por un lado, del gobierno argentino, de intentar sanear la situación local. Pero también de la comunidad internacional para evitar el empobrecimiento, los desórdenes sociales, la violencia, y todo lo que pueda implicar para un continente que desde hace muchos años lucha por seguir en el camino de la democracia, después de haber pasado por varias experiencias terribles de dictadura.

En síntesis, considero que América Latina tiene ciertamente su lugar en el plan de la globalización, lo ha demostrado por sí misma. Y tiene un potencial enorme. Pero estoy muy inquieta con respecto a la idea de que se puedan dejar de lado las consecuencias sociales de la crisis financiera y del pensamiento que sostiene que si un país va mal, peor para él.

Usted tiene una sensibilidad social y eso me da pie para peguntarle si existe, en el mundo real, una alternativa a la globalización.

Una alternativa, no. Pero sí un contrapeso. Creo que la mundialización de la economía puede ser considerada como un movimiento favorable, capaz de producir y beneficiar a los países. Pero, si se la hace sin un contrapeso político en los planos del medio ambiente, social, de condiciones de trabajo, asistimos a una dominación económica que no puede ser buena.

Nosotros ya hemos experimentado esto. La creación de los estados europeos fue también un contrapeso a los poderes económicos. Toda nuestra legislación moderna sobre el plano social, medicina del trabajo y reglas anticarteles se elaboró para crear un contrapeso político y fijar prioridades diferentes a las de las leyes del mercado.

Lo mismo vale en el ámbito internacional. Salvo que, hasta este momento, no estamos en el estadio en el que este contrapeso exista realmente. Ni siquiera emerge.

¿El Foro Mundial Social de Porto Alegre y los grupos antimundialización que lo circundan tienen entonces el derecho de expresarse?

Si. Tienen el derecho de expresarse, aunque no de manera tan violenta. La dificultad del movimiento es que es tan heterogéneo y le falta un consenso mínimo para ser capaz de mantener el orden en su propio seno. Creo que el movimiento antimundialización deberá encontrar los medios para lograr organizarse, si quiere superar estas manifestaciones en donde, a veces, su lenguaje no es claro.

Hablemos de Suiza y su proceso de globalización. Estamos ante un proceso que está desmantelando las conquistas sociales de la clase obrera. ¿Cómo enfrentar esto?

Suiza es un país muy integrado en el plano internacional, como muchos otros países. Es un país que tiene un desarrollo industrial muy importante, y que, ahora tiene también un progreso significativo en los servicios. Creo que el papel de Suiza es, junto con otros países, elaborar reglas internacionales en los dominios del medio ambiente, equilibrio social y normas del trabajo.

Pero tampoco hay alternativa a la mundialización, ni siquiera para Suiza. Es frente a ésta que se encuentran las soluciones, no detrás. Enfrente quiere decir reglas internacionales que compensen las reglas nacionales en cierto número de sectores.

Pero creo que Europa también es un conjunto que comparte una visión común del papel del Estado, y que Suiza es completamente europea en ese sentido.

¿Qué pueden aportar los trabajadores iberoamericanos en Suiza, ayer los españoles y, hoy, los latinoamericanos?

Lo que siempre aportaron: su ánimo, su fuerza de trabajo, su juventud. Y con su juventud hay muchas cosas que están ligadas. Por ejemplo la posibilidad de que se puedan establecer aquí, puedan tener familia, hijos, en una sociedad que está envejeciendo. Los que vienen, ¡espero que se queden! La dificultad es que no se puede negar que la migración es un fenómeno del empobrecimiento humano.

A veces me inquieto cuando veo al Norte decir simplemente: “Nosotros arreglamos nuestros problemas con una migración selectiva”. Y en otras ocasiones se observa cierta hipocresía cuando dice: “No queremos legalizarlos realmente, pero, en el fondo, si están aquí, es porque los necesitamos”.

Para mí, migración tiene que significar integración. Digo bien “integración” y no “asimilación”: las personas que vienen a nuestro país no deben perder su identidad. Es decir, las personas que vienen a nuestro país deben mostrar la voluntad de integrarse en nuestro país, al tiempo que nuestro país también debe tener la voluntad de recibir a esos extranjeros.

Usted es un ejemplo de ética política y de compromiso social. En estos momentos en los que prima prioritariamente el valor de la rentabilidad por encima de otros ¿es posible creer todavía en la equidad?

No hay otra solución más que la de creer. Siempre me dividí entre un profundo pesimismo de la naturaleza humana (que es capaz de cualquier horror y de cualquier barbarie) y la necesidad de organizar la vida común. Y allí, desde que existe la humanidad, se intenta organizar la sociedad y mejorarla. Yo no creo en el progreso como un movimiento ininterrumpido. Creo en la necesidad de estructurar sociedades apacibles, prósperas. Creo que estamos condenados a lograrlo.

Tengo la suerte de vivir en un país apacible, próspero y rico. Europa es, a pesar del choque terrible de la guerra en los Balcanes, un continente apacible y próspero. No siempre fue así. De manera que hay que creer.

Luis Vázquez, Ginebra

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