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Artistas de la calle, dos testimonios

Los mimos constituyen la categoría de artistas callejeros más vulnerables a las inclemencias del tiempo. Keystone

Un mimo argentino y un conjunto de música andina relatan su experiencia de artistas ambulantes. Un oficio que se mueve a veces en los límites del arte y la necesidad de subsistir.

En la cultura helvética, los artistas de calle hacen parte del paisaje de las ciudades, donde constituyen una antigua tradición que se perpetúa.

Las vivencias de los artistas y músicos de calle difieren diametralmente unas de las otras. Depende del género que se trate, del sexo, la edad y de la nacionalidad de sus ejecutantes, pero se caracterizan por vivir al filo de la supervivencia. Testimonios.

Guri es un mimo argentino que vive en Berna. Llegó hace 25 años a Suiza y durante todo este tiempo ha “sobrevivido”, como él dice, de su actividad de artista callejero. Pero los años no pasan en vano, ya que las secuelas de rudos inviernos se dejan ver en una pierna que arrastra rengueando.

“Para mí ser mimo de la calle ha sido una experiencia muy linda, aunque dura. No elegí ese oficio por vocación, más bien por una necesidad de ganarme la vida. Y no ha sido fácil”, explica con su peculiar acento porteño, que no ha perdido a pesar de tantos años de vivir en Suiza.

“Como en todas las cosas de la vida, hay días buenos y días malos. Durante los meses de verano se podía ganar hasta 200 francos al día, pero en otros, si caía una moneda en el platillo, era ya mucho”, agrega.

“También está la competencia – subraya – pues entre los mimos es importante escoger un buen lugar para presentar el espectáculo. Y para ganarlo hay que ocupar el terreno temprano, aunque el público recién comience a circular al mediodía”.

¿Es verdad que se puede vivir del oficio?

“Que vá, dice. A lo más sobrevivís. Pero uno se siente artista y el oficio te permite recorrer ciudades, vivir experiencias interesantes. Además en el invierno no se puede trabajar, con el frío te morís. Yo combinaba el espectáculo de mimo con la venta de artesanías en cuero”, afirma.

Gurí habla en tiempo pasado de su actividad, pues ahora por culpa de su pierna se ha reciclado como “profesor de mímica” en una escuela primaria que tiene clases de guardería. “Ahí, pagado por la comuna, divierto a los niños hasta que sus padres los vienen a recoger”, cuenta resignado.

Voces andinas

A las 11 de la mañana encontramos en el casco antiguo de Basilea al grupo “Voces del altiplano” animando a todo dar el tradicional mercado artesanal de la ciudad. Son músicos de calle, un grupo compuesto por 2 peruanos, 1 ecuatoriano y 1 boliviano. Visten trajes tradicionales del altiplano y demuestran gran dominio en el acercamiento con el público.

Tras tocar por más de una hora, recogen sus instrumentos y el canastillo que servía para recibir las monedas que el público les quiso bien entregar. El ‘tesorero’ cuenta las monedas y, a juzgar por un gesto de satisfacción, la cosecha no ha sido mala.

El grupo se dirige a la estación, donde tomará el tren hasta Biel, nos dice Juan, que oficia de portavoz improvisado y acepta conversar con swissinfo. Seguimos juntos el itinerario, al tiempo que hablamos de ellos.

“Venimos de Freiburg, Alemania y vamos hasta Ginebra, donde esta noche actuaremos en una fiesta de solidaridad para los “sin papeles”, los indocumentados. Pero aprovechamos el trayecto y nos detenemos en Biel y Lausana, que ya conocemos, y así vamos haciendo un poco más dinero”, explica Raúl, un boliviano que toca la zampoña.

Seguir a los que vinieron antes

“Hace ya cinco años que estamos en Europa y nos movemos por donde se presente alguna ocasión de actuar. Ya en nuestros países éramos músicos, pero la situación se puso difícil y ya la música no daba para vivir. Entonces decidimos echar suerte en Europa. Primero llegamos a España. No hacemos más que seguir a otros que se vinieron antes que nosotros”, agrega Raúl.

“Lo que nos gusta de Suiza es que la gente es generosa cuando la música le gusta. Además nosotros disponemos de una patente que nos acredita como artistas de calle, lo que en cierta medida es un reconocimiento a lo que hacemos”, prosigue el artista.

“Pero, interviene Juan, los tiempos han cambiado. La música andina ya no está más de moda y la competencia es grande. Desde la caída del muro de Berlín, los países occidentales están invadidos por músicos callejeros provenientes de Europa del Este, algunos brillantes, pero otros simples aventureros que usan la música como un pretexto para viajar”.

Juan recuerda los años en que tocar en lugares públicos el “cóndor pasa” la gente se emocionaba, aplaudía y daba plata con gusto. La música andina era algo nuevo en Europa, sobre todo los instrumentos tradicionales.

¿Y se puede vivir como músico de calle?

“Nosotros vivimos sólo de la música. Ahora en invierno es difícil tocar al aire libre, la gente no soporta el frío y pasa sin siquiera tirar una monedita. Cuando se organizan fiestas de solidaridad nos contratan, pero la mayoría de las veces cantamos en los restaurantes, donde los fines de semana animamos fiestas.

“También vendemos nuestros ‘CD’ que gravamos nosotros mismos. A veces damos cursos de guitarra o de flautas, animamos cumpleaños, otras veces hacemos de promotores en supermercados. Sobrevivimos y hasta nos permitimos enviar alguna que otra ayudita financiera a nuestras familias en Ecuador”, dice orgulloso.

El tren llega a Biel y el grupo se dirige de nuevo a la parte antigua de la ciudad, donde ya son conocidos en el restaurant “San Gervais”, una especie de cooperativa autogestionada que a menudo acoge y recibe a los artistas de calle.

Tocan cerca de una hora, recogen el pequeño canastillo, donde por encima de las monedas sobresalen algunos billetes de 10 francos. Sonríen. De nuevo recogen sus instrumentos y corren a la estación para embarcarse en el tren con destino a Ginebra.

En esta ciudad, que se podría definir como la capital suiza de los artistas de calle, participan junto a otros conjuntos musicales en una velada de solidaridad con los extranjeros indocumentados. Los organizadores les han ofrecido 200 francos por la actuación, alojamiento, y un lugar para que puedan vender sus artesanías.

“Tocamos por solidaridad, porque en alguna medida nosotros también somos artistas indocumentados itinerantes”, justifica Raúl. Al día siguiente, si el frío otoñal lo permitía, tocarían en algunas arterias de la ciudad y por la noche viajarían hasta París. Y así seguir. Vida de artistas callejeros.

swissinfo, Alberto Dufey

Desde la caída del muro de Berlín los países occidentales están invadidos por músicos callejeros provenientes de Europa del Este.

Algunos brillantes, pero otros simples aventureros que se sirven de la música como un pretexto para viajar.

Los músicos de calle latinoamericanos conforman una categoría de artistas que sobrevive de la solidaridad del público y de la venta de artesanías.

Algunos se consideran como artistas indocumentados itinerantes.

Las experiencias difieren, y hay quienes logran ayudar financieramente a sus familias.

Pero también hay artistas consagrados que escogen la calle para acercarse al público en forma espontánea.

Están organizados en asociaciones y organizan regularmente sus propios festivales.

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