La ronda interminable de espectros y fantasmas

‘Tema de delirio del siglo XIX’ para el escritor francés Gustave Flaubert, el de los fantasmas en todas sus formas resulta omnipresente en la literatura de la época. Daniel Sangsue, ensayista, novelista y profesor de la Universidad de Neuchâtel les consagra una obra, a devorar.
“Todos los escritores del siglo XIX hablan de los espectros y no existe uno solo (¡espero aún contraejemplos!) que no les haya consagrado algunas líneas, ya sea para defender su existencia o rechazarla”, escribe el autor en su introducción.
Desde su tesis doctoral, Daniel Sangsue se interesó en Charle Nodier, uno de los padres del romanticismo y gran propagador de historias de vampiros, “tal vez porque mi patronímico me predisponía a acorralar a estos chupadores de sangre”, comenta con cierta malicia el hombre de letras. Su mirada después se dirigió a las otras categorías de estos aparecidos: fantasmas, espíritus, espectros, muertos-vivos o ectoplasmas.
Un viaje al país de las sombras que nos despierta a algunos cierta esperanza… o nos mueve los miedos más profundos.
swissinfo.ch: Creíamos al siglo XIX como heredero de la Ilustración, el siglo del racionalismo, del progreso, de la industrialización, y entonces uno lo descubre bañado de lo irracional…
Daniel Sangsue: El XIX también es buen heredero del siglo XVIII, pero no olvide que paralelamente a la Ilustración, había en la época una fuerte corriente dicha iluminista, más bien mística, que se prolongó al siglo XIX. Sin olvidar el romanticismo…
Cierto, el siglo XIX también es el siglo de Auguste Compte y del nacimiento del socialismo. Pero también los utopistas se inclinar bastante hacia el ocultismo, buscaban en el pasado soluciones para el futuro. Auguste Compte, el positivista, fue el secretario de Saint-Simon, el utopista. Y el escribió el catequismo del positivismo en un estado de delirio absoluto, enfermo en el asilo de Charenton, donde se comunicaba con su mujer fallecida.
Es precisamente debido a que el XIX es un siglo racionalista, positivista, científico, que se produce un regreso de las reprimidos tendencias irracionales del hombre. No se puede erradicar lo irracional.
swissinfo.ch: Fue el siglo en el que se hicieron girar las mesas para comunicarse con los espíritus. ¿Qué decía la ciencia de la época?.
D.S.: En 1848, en los Estados Unidos, las hermanas Fox iniciaron la práctica del espiritismo, que cruzó rápidamente el Atlántico. En algunos años, toda Europa hizo girar las mesas, y los científicos comenzaron a interesarse en ello. De manera científica, sin a priori. Hay un laboratorio de psicología en la Sorbona, donde gente seria como Pierre y Marie Curie o charles Richet [Premio Nobel de Medicina en 1913] hicieron sus propias experiencias al invitar a médiums.
¿Los resultados? Demasiado mitigados, porque había mucha superchería y los científicos se percataron de ello. Se conservaron numerosos procesos verbales de esas experiencias –bueno, yo no he seguido esto de cerca, porque mi enfoque no es científico-, pero parece ser que esos procesos verbales no fueron hechos de forma suficientemente rigorosa para poder inclinarse en un sentido u otro.
swissinfo.ch: Su libro se dedica principalmente al siglo XIX, pero los fantasmas no murieron evidentemente en el 1900. ¿Qué ha sido de este fenómeno a la fecha?
D.S.: Lo que sobre todo se observa en nuestros días es relacionado con los vampiros, puesto que son más inquietantes, y narrativamente más rentables. Es dificl representar a un fantasma. Su «imagen» no es forzosamente espectacular, pues se habla de que hacen ruido, pero no se ven, es decir, son diáfanos.
En cambio, el vampiro es una aparición “en cuerpo”, mucho más interesante para ponerla en escena, puesto que puede hacer parte de nuestro cotidiano, como en Twilight, donde la joven es seducida por un hombre bello, que, a decir verdad, se trataría de un muerto-vivo.
swissinfo.ch: Desde la antigüedad hasta nuestros días la literatura hace mención de fantasmas, ¿es decir que el hombre requiere de creer que la muerte no es realmente el fin de la vida?
D.S.: Plantear la cuestión es responder a ella. Yo estoy convencido. De ese punto de vista, las sensibilidades no han cambiado en nada. Uno permanece con el mismo substrato imaginario. Creo que el aparecido, a la vez como miedo o como esperanza de un más allá, seguirá siempre presente.
Además, nuestra época tiende a rechazar la muerte. En otro tiempo, la muerte era aceptada, se hacían ritos en torno a ella, se visitaba al difunto, se le velaba.
Actualmente todos quieren incinerar a sus muertos y el acto de velar a un fallecido se vuelve marginal. Esto puede explicar en parte que la muerte se vuelve más fuerte a través de la ficción, una forma de socializarla.
swissinfo.ch: Usted dice al final de su libro que una vez se encontró “ante un fenómeno de apariciones”, que le provocó confusión. ¿Cree en los fantasmas?
D.S.: No puedo realmente responder a esta pregunta. Es cierto que tuve una experiencia al respecto, pero no es suficiente para tal afirmación, pues me encontré en la misma situación que aquellas de los relatos que estudié, es decir, una situación de duda. Si bien puede tratarse de un fenómeno paranormal, una manifestación del más allá, también pueden ser alucinaciones, una ilusión.
Y creo que nunca disiparé la duda… Es decir, no lo excluyo, porque existen demasiados testimonios al respecto, hay tanta literatura al respecto, y no se puede uno imaginar que todo el mundo mienta.
swissinfo.ch: Pudo haber respondido como la marquesa de Deffand [que tenía su salón en París en pleno siglo de la Ilustración] “no creo en fantasmas, pero me dan miedo”…
D.S.: […ríe] Pude haberme librado de la pregunta de esa forma, efectivamente. Es decir, no tengo miedo de ello, porque pienso que en el fondo son benéficos, o en todo caso quieren nuestro bien.
Fantômes, esprits et autres morts-vivants, Essai de pneumatologie littéraire
, (Fantasmas, espíritus y otros muertos-vivos, Ensayo de pneumatología literaria)
de Daniel Sangsue. Ediciones José Corti, Colección Les Essais, París, 2011, 620 páginas.
Perseguido en Francia por el golpe de Estado que lleva a Napoleón III en el poder, Victor Hugo se instala en 1852 en la isla de jersey con su familia. Durante dos años y medio, hará hablar a las mesas, ante un círculo de exiliados que así se entretienen en este tipo de juego.
El gran hombre era reticente. Se trataba sobre todo de su hijo, Charles Hugo que como médium dialogaba con una serie impresionante de espíritus ilustres, desde Platón hasta Maquiavelo y Châteaubriand, de Moisés a Jesús y Mahoma, o de Mozart a Dante y Shakespeare.
“Lastima, esos grandes hombres hablan como porteros”, anota como tantos otros Daniel Sangsue. Al leer los procesos verbales de esos discursos, se tiene la impresión de que se trata de pastiches de Victor Hugo, escritos para su hijo.
A juicio de Sangseu, estas situaciones son “una manifestación de la voz interior, del inconsciente, de cosas rechazadas que surgen de este modo”.
(Traducción: Patricia Islas)

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