Música al por mayor

Suiza detenta una de las densidades más grandes del mundo en materia de festivales musicales. Ya no son conciertos improvisados, sino una industria.
«En las primeras ediciones del Festival de Gurten (en Berna), estaba prohibido el plástico, y cada espectador debía llevar su vaso. Hoy todo es de plástico y el vaso ha quedado excluido del Festival», recuerda Christian Strickler, especialista musical en swissinfo.
Organización versus espontaneidad
La anécdota muestra la evolución de los festivales. Derivados de los Estados Unidos en los años setenta, ponían énfasis en la improvisación. No eran raros los cortes de energía eléctrica ni que algún músico faltara a la cita.
Eso era lo de menos, porque lo esencial para un centenar de jóvenes era reunirse y oponerse a la comercialización de la música.
Aquella espontaneidad ha dejado de existir. Los festivales de hoy son todo lo contrario: un verdadero negocio.
Basta tomar como ejemplo una de las principales manifestaciones estivales, el Festival de Jazz de Montreux, concluido el pasado domingo en la Suiza de expresión francesa.
Gracias a la amistad de su director, Claude Nobs, con Miles Davis, ese evento representaba al principio un verdadero escaparate del jazz de alta calidad, pero pronto abrió sus puertas a otros géneros musicales.
Entrevistado por el semanario de habla francesa, ‘L’Hebdo’, Claude Nobs justifica su opción señalando que «para permitirse una cartelera más audaz que la del Miles Davis Hall, hacían falta locomotoras, artistas capaces de llenar las salas».
La rentabilidad ante todo
La fórmula parece efectiva. El Festival de Jazz de Montreux casi ha igualado sus propias marcas de afluencia de público del año pasado. 81.947 personas asistieron a unos 60 conciertos pagados del Festival.
Un éxito similar aguarda al otro gran festival de la región helvética francófona: el Paleo Festival de Nyon, cuyas puertas se abren este martes con la taquilla agotada. Las entradas ya han sido vendidas y se aguarda la presencia de unos 200.000 espectadores.
La comercialización ha logrado un nivel bastante alto, pero ha crecido también la competitividad en ese terreno. El número de citas musicales en esta temporada estival ronda las 150.
Pero este hecho no deja de encerrar riesgos. Víctima de su propio gigantismo, el festival al aire libre de Frauenfeld, en la Suiza de expresión alemana, cerró definitivamente sus puertas en 1998, porque no con contó suficiente público para cubrir un concierto de los Rolling Stones.
Algo parecido ocurrió en el de Leysin, cuyo cierre fue motivado más bien por las malas condiciones climáticas durante el festival.
Los artistas aprecian Suiza
El presupuesto de los festivales, incluso el de los más modestos, ha trepado cifras. El Open de San Gall se aproxima a los 4 millones de francos, el de Gurten de Berna absorbe 3,5 millones, y en la categoría superior, el Festival de Jazz de Montreux cuesta 15 millones de francos.
Tantos recursos atraen naturalmente a los músicos. Según la cita que reproduce el diario zuriqués, Neue Zürcher Zeitung, de Michaela Silvestri, alta funcionaria del Open de San Gall: «tenemos la reputación de ser un país rico y es por eso que los músicos exigen retribuciones importantes».
A juicio de Christian Strickler, los artistas aprecian además el público helvético. Los suizos, dice, son considerados particularmente tolerantes, amantes de la música y maestros de la crítica constructiva.
El clásico también
Entre otros festivales notorios en Suiza figuran los de la música clásica. Han sido creados en los principales centros turísticos del país con la finalidad de divertir a los acaudalados visitantes ingleses y estadounidenses.
Estos festivales también recurren a músicos extranjeros, ya que Suiza es demasiado pequeña para tener bastante número de talentos.
swissinfo

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