Falsificaciones en el arte y el arte de falsificar
Una reciente emisión de la televisión suiza desveló la fabricación y venta de historiales académicos por internet. Proeza de la tecnología actual: un par de clics, incluido el del pago, y nace un profesionista. Pero el de las falsificaciones no es un fenómeno nuevo ni obedece solo a fines de lucro, como evidenció un simposio de la Universidad de San Gallen (HSG).
“Tenemos entre nosotros a un maestro falsificador”, señaló Yvette Sánchez -directora del Centro Latinoamericano-SuizoEnlace externo de la HSG, y organizadora del Simposio Interdisciplinario ‘Falsificaciones’-, en referencia al escritor Enrique Vila-Matas (presente en el evento) y a su costumbre de emplear apócrifos de personas, espacios y tiempo, “por el mero placer de despistar a sus lectores”.
Recordó también que Borges “solía autofalsificarse” al introducir cambios en su obra original, de manera sutilmente clandestina, “para deshacerse o absolverse, sin que lo notara nadie, de los pecados de juventud”.
Y qué decir de Fernando Iglesias Figueroa -evocado por Clara Zamora, de la Universidad de Sevilla-, quien “obtuvo simplemente una gratificación sentimental o una recompensa a su vanidad poética”, al incorporar subrepticiamente sus propios poemas a las Rimas de Bécquer.
“La definición de la ficción corresponde en mucho al de la falsificación”, señaló Yvette Sánchez. En las falsificaciones literarias, dijo, se muestra la básica ambivalencia entre el acto éticamente censurable, jurídicamente sancionable con los plagios, y el acto lúdicamente inofensivo.
Al subrayar que las falsificaciones generan paradojas, agregó que en el caso de la literatura muestran también la ambivalencia básica que reviste el acto de engañar, mentir o producir objetos que fingen o pretenden, con o sin un original preexistente.
Los tres ejemplos citados son muy distintos al engaño del que dio cuenta la RSREnlace externo al denunciar la manufactura curricular vía internet o a las frecuentes denuncias por plagio que también ha facilitado la red.
“¿Es auténtico su Giacometti?”
La organización de la conferencia, como lo confió Yvette Sánchez a su auditorio, obedeció a dos impulsos. El primero surgió con una pregunta que le hicieron: “¿Están seguros de que su Giacometti no es una falsificación?”
A la directora del CLS-HSG no le cabe duda sobre la autenticidad de la colección de arte de la Universidad de San Gallen, única en el mundo en el contexto de las instituciones públicas de enseñanza superior. Sin embargo, la interrogante no se le antojó impertinente toda vez que Giacometti es el artista suizo más falsificado.
La idea terminó de germinar cuando la experta en Literatura y Coleccionismo recibió la visita de una representante del Museo de Falsificaciones de Viena en cuyo análisis del tema, amén del aspecto de la infracción de la ley, advirtió una actitud solidaria con la parte subversiva de los falsarios y un genuino placer por los trucos logrados.
Una posición “libre de moralinas” y no sin fundamento:
Carácter subversivo
“Los falsificadores cuestionan también el sistema del mercado del arte que se ha vuelto tan perverso con su explosión de precios y que, por ende, fomenta la energía criminal en diferentes sectores del mercado”, destacó la directora del CLS.
Se refirió no solo a las falsificaciones, sino al lavado de dinero y a la evasión fiscal. Habló de la concentración de obras de arte en áreas libres de impuestos, sedes de transacciones millonarias. A guisa de ejemplo citó las 10 zonas francas suizas en las que se alberga un estimado de 100 billones de francos.
“Tan solo en la zona franca de Ginebra, tildada del ‘museo más grande del mundo’ la mercancía de lujo y las obras de arte almacenadas (300 Picassos, incluidos) suman 10 billones de francos. Y entre las piezas se incluirían también falsificaciones.
Valiosas falsificaciones
Al disertar sobre ‘El valor de la falsificación en las artes pláticas. La ironía del mercado’, Clara Zamora destacó que en la evolución misma del concepto de obra de arte se ha pasado de una relación con cada obra, por parte de un pequeño mundo, a una circulación generalizada y precipitada de reproducciones de obras cada vez mayor a la que acceden amplios círculos para prestarles poco tiempo y escasa atención.
“La dimensión del concepto de obra de arte ha sido trastocada”, dijo, merced a diversos factores incluidas la producción en masa, la reproducción industrial y la difusión gracias a internet. Habló asimismo “del reconocimiento cada vez más frontal de la parte material y corporal del arte, perdiendo interés en la parte más espiritual”.
De ahí también que, como explicó, la pintura sea el arte en el que se ha evidenciado más la necesidad de determinar la autoría. “No por una cuestión de índole ontológica, sino por cuestiones meramente económicas: son elevadísimas las cifras que se ponen en juego con la atribución o no de ‘Los jugadores de cartas’ a Paul Cezanne, ejemplificó.
Abordó igualmente el aspecto de los mecanismos, como la Fundación Internacional de Investigaciones sobre Arte (IFAR), y de las técnicas para determinar la autenticidad de las obras de arte, y refirió dos casos históricos que ilustran el desafío de esa empresa. El del pintor holandés Van Meegeren y el del húngaro Elmyr de Hory, el más prolífico falsificador que se conozca.
El primero falsificó diversas obras de Vermeer, una de las cuales, ‘Mujeres sorprendidas en adulterio’, vendió a Goering, lo que le valió que al término de la II Guerra Mundial fuera condenado a muerte por traición y colaboración con el enemigo.
Confesó en su defensa que el cuadro era una copia pintada por él mismo y ante la incredulidad de sus acusadores pidió lienzo y pinceles y en su celda empezó a reproducir ‘Jesús entre los doctores’, también de Veermer. A la mitad de la obra los especialistas confirmaron la autenticidad de su falsificación. Dicho de otro modo, su talento.
Prolijo falsificador
De Hory, ‘maestro del arte fraudulento’, pintó desde el inicio de su carrera artística en 1946, unas mil obras de arte con la firma de Dufy, Degas, Modigliani y Picasso, entre muchos otros, que colgaban en museos, galerías de arte y colecciones privadas y que enriquecieron a mercaderes de arte.
“Mi mejor obra nunca pudo ser vendida a las galerías en ningún precio, pero si les llevaba la misma con la firma de Picasso, estaban dispuestos a pagar lo que fuera”, anotó el artista.
Para Clara Zamora, la producción artística de Elmyr de Hory plantea cuestiones fundamentales sobre la esencia de las obras de arte y permite debatir sobre las verdades y las mentiras en el ámbito artístico.
“Solo al final de su vida, cuando ya su actividad como falsificador lo había hecho célebre, De Hory pudo exponer en galerías”, precisa la experta. “Con el andar de los años y su reconocimiento como artista, abonó el terreno para ser el protagonista pasivo de sus obras, convirtiéndose en el falsificador falsificado”.
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